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CINEMA DE PERRA GORDA

Bud Yorkin

COME BLOW YOUR HORN (1963, Bud Yorkin) Gallardo y calavera

COME BLOW YOUR HORN (1963, Bud Yorkin) Gallardo y calavera

Espoleado en una amplia singladura televisiva que por otro lado nunca abandonó, Bud Yorkin fue un realizador irregular, en no pocas ocasiones mediocre –INSPECTOR CLOUSEAU (El rey del peligro, 1968)- que sin embargo desde el primer momento se alió con la comedia en sus realizaciones para la pantalla grande, ofreciendo quizá su mejor exponente con DIVORCE AMERICAN STYLE (El novio de mi mujer, 1967), y dejando títulos apreciables como la muy menospreciada THE THIEF TO CAME TO DINNER (El ladrón que vino a cenar, 1967). De entrada, dos consideraciones. En primer lugar, Yorkin dio lo mejor de sí mismo al aliarse con la figura de Normal Lear –artífice de unas de las mejores comedias de la década de los setenta, la olvidada y subversiva COLD TURKEY (Un mes de abstinencia, 1971. Norman Lear)-. Por otro lado sus comedias por lo general siempre iban a rebufo de lo que “se llevaba” en el género, aspecto este que quizá haya ido en contra de la consideración de su menguada aportación al género. De dichas consideraciones, para bien y para mal, no se aparta COME BLOW YOUR HORN (Gallardo y calavera, 1963), que supuso su debut en la gran pantalla, en una adaptación del éxito teatral previo de Neil Simon, y una propuesta al servicio de la imagen libertina que Frank Sinatra ofrecía en sus roles dentro del género en aquellos años. El resultado es una tan irregular como apreciable comedia de aprendizaje, que puede valorarse en mayor medida si se analiza como producto de su tiempo, y del que podemos encontrar no pocos ecos de elementos habituales en la comedia de entonces –la utilización del color y la pantalla ancha, el protagonismo en los exteriores de la urbe newyorkina; BREAKFAST AT TIFFANY’S (Desayuno con diamantes, 1961. Blake Edwards)-, al tiempo que adelanta otros aspectos como los parámetros de las adaptaciones teatrales de Simon –en la película se perciben elementos que años después se reiterarían en la propia BAREFOOT IN THE PARK (Descalzos por el parque, 1967. Gene Saks)-, o temáticas como el despertar a la adolescencia, la juventud y la sexualidad de un muchacho hasta entonces dominado por una maternidad castrante, que se extendería a exponentes posteriores como YOU’RE A BIG BOY NOW (Ya eres un gran chico, 1966) de Coppola o la cargante e incomprensiblemente mitificada THE GRADUATE (El graduado, 1967. Mike Nichols), y que por el contrario tuvo su más valiosa manifestación en roles y títulos protagonizados –y en ocasiones dirigidos- por Jerry Lewis –entre los que quizá cabría destacar dos; THE LADIES MAN (El terror de las chicas, 1961) y THE NUTTY PROFESSOR (El profesor chiflado, 1963) -.

El film de Yorkin toma su base en la emancipación del joven Buddy Baker (un Tony Bill que nunca estaría mejor en la pantalla, que participó tres años después en la citada YOU’RE A BIG BOY NOW, convirtiéndose con el paso del tiempo en un discreto director y reconocido y hasta escarizado productor), que decide fugarse del hogar familiar en Yonkers, para viajar hasta Nueva York, donde decidirá acomodarse junto a su hermano mayor –Alan (Sinatra)-. Muy pronto comprobará la vida mujeriega que este sobrelleva, rodeado en todo momento de mujeres, a las que literalmente sortea en sus conquistas, residiendo en un lujoso apartamento y sin oficio ni beneficio. De inmediato el tímido Buddy tomará a Alan como su referente, hasta erigirse de manera inesperada en un discípulo aventajado, llegando a superar a este en ese nuevo modo de vida que ha asimilado de manera tan repentina.

La película destaca en la impronta pictórica de su look Paramount –se cuenta aún Richard Mueller como asesor de color-, las secuencias de exteriores adquieren ese feeling inconfundible de las comedias de su tiempo, y del mismo modo se aprecian los trucos escénicos inherentes a la obra teatral de Neil Simon –el contraste generacional de personajes, la limitada definición psicológica de los mismos, la existencia de secuencias y giros insertos para ofrecer efectos en su referente teatral; la secuencia en la que la madre de los dos hermanos se queda sola en el apartamento, recibiendo una serie de llamadas y ofreciendo un intervalo en la acción-. Cierto es que en algunos de estos aspectos la película puede aparecer periclitada, que en el servilismo a la imagen de Frank Sinatra aparezca el relato un tanto convencional –por más que a mi ese estereotipo me resulte divertido, e incluso nos proporcione un impagable cameo de su colega Dean Martin, convertido en un mendigo-. Sin embargo, a la hora de la apreciación de un cine que desde siempre te haya resultado muy cercano, se toma o no se toma. Y he de reconocer que el visionado de COME BLOW YOUR HORN me resultó relativamente placentero.

Es la sensación de asistir a un exponente más o menos efectivo del último periodo dorado de un género. Un título menor, de segunda fila si se quiere, pero quizá más valioso que otros con el paso del tiempo, reivindicados a mi modo de ver sin especiales merecimientos –los que protagonizaron el tandem formado por Doris Day y Rock Hudson-. Más allá de la presencia de intérpretes que dejan la impronta de una especial sensibilidad y belleza –la magnífica Barbara Rush, que pocos años antes había participado en STRANGERS WHEN WE MEET (Un extraño en mi vida, 1960. Richard Quine)-, o productos de nueva generación como la más joven Jill St. John, encaarando a una atolondrada arribista empeñada en ser fichada por un productor “de la Paramount”, Yorkin utiliza con habilidad en la escenografía dispuesta, utilizando con mano diestra el juego de cámara mediante una planificación basada en los reencuadres y el juego de actores, aunque no falten en su metraje jugosas incorporaciones visuales –alejadas de su referente teatral-, como la contraposición de los planos que se muestran desde detrás de las neveras de los hogares de los padres y del apartamento de Alvin –impagable la presencia de un zapato de mujer en su interior-. Quizá podamos achacar demasiados histrionismos en el rol de Lee J. Coob -encarnando al padre de los hermanos-. Pero,  por el contrario, resulta conmovedor cuando su rol aparece abatido y hundido debajo de su aparente brutalidad. Por su parte Molly Picon deviene irresistible como la esposa sufrida y parlanchina.

Sin embargo, más allá de su estructura de vodevil en no pocas ocasiones efectivo –el tic del toque de mofletes que se va practicando por los componentes de la familia-, y en algunas otras convencional, lo cierto es que considero que los mejores instantes de COME BLOW YOUR HORN se encuentran en esos momentos confesionales –habituales por lo demás en este tipo de comedias-, donde Yorkin deja la cámara quieta, y consigue de sus actores una notable sinceridad. Es lo que se percibe en el fragmento en el que los dos hermanos conversan medio bebidos en plano fijo, contemplando a un Buddy equivocándose al señalar la palabra “telavision”, en la alocución final de un padre que ve desmoronarse los parámetros que hasta el momento ha utilizado en su comportamiento, en la secuencia en la que la aspirante a star se enamora de Buddy… mientras este se duerme viendo la televisión, o en las conversaciones que mantiene Barbara Rush con Sinatra, que pese a revelar un aspecto moralizador –la boda que redimirá al caradura protagonista-, permiten culminar la película con un guiño picaresco… la revelación del hermano mayor a Buddy, de las fuentes que financiaban el apartamento que nadie sabía quien pagaba. Un divertido guiño final, para una comedia como había decenas en aquellos años… y que pese a sus limitaciones, hay que reconocer se echa de menos en nuestros días.

Calificación: 2’5