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CINEMA DE PERRA GORDA

Carlos Saura

EL SÉPTIMO DÍA (2004, Carlos Saura)

EL SÉPTIMO DÍA (2004, Carlos Saura)

Resulta curioso consignar el olvido en que ha caído el nombre de Carlos Saura entre aquellos para los que la defensa del cine español es dogma de fe. Una defensa que tiene algo de patriota precisamente entre colectivos que experimentan una escasa “españolidad” –utilizo el término con toda ambigüedad posible- en otra vertiente. Por el contrario, entre los colectivos más reaccionarios que se muestran orgullosos de su nación, coinciden en anatemizar sus producciones cinematográficas –salvo las de Garci, claro está-.

Mas allá de esta curiosa paradoja –de la que no participo; en líneas generales no me interesa nuestro cine y no me caracterizo por opiniones conservadoras-, sí que es cierto lo sorprendente que resulta que el otrora uno de los más prestigiosos realizadores españoles, hoy día prácticamente se encuentre en el olvido entre las nuevas generaciones de aficionados, que han “entronizado” por ejemplo a un director tan discutible –y de tan corta producción- como Alejandro Amenábar.Idolatrías aparte, y sin ser un director cuya obra me haya interesado en exceso –sus simbolismos y formularias narrativas envejecieron considerablemente-, no es menos cierto que su importancia en nuestro cine ha sido notable, y en ella se encuentran títulos valiosos como LA CAZA (1965). Quizá con el paso del tiempo y la elaboración de una obra desigual, Saura evolucionaría a nuevas propuestas, y su experiencia le llevara a consolidarse como un notable artesano que demostrara su interés a proyectos en los que se atisbaban posibilidades.

Y eso creo que es lo que sucedió –de forma un tanto simplista- a Carlos Saura con EL SÉPTIMO DÍA (2004) que se erige con poca dificultad no solo como un título realmente brillante dentro de su producción, sino dentro del conjunto de una cinematografía no tan poblada de grandes propuestas como otros quieren hacer ver. La película de Saura se muestra como un relato tenso, caracterizado por el aliento trágico que demuestra en todo momento, centrado en un relato procedente de esta “España profunda” y rural, aún presente dentro de un marco temporal en el que aparentemente se estaba preconizando la modernización del país.

Para ello se partió de un guión de Ray Loriga basado en la tristemente célebre matanza de Puerto Hurraco. En esta ocasión se optó por ubicar la acción en un lugar indeterminado –un pueblo cerrado típico de la España mesetaria-, encuadrando los elementos centrales de la misma durante la celebración de los juegos olímpicos de Barcelona 92 –cuyas imágenes aparecen constantemente en las imágenes televisivas que rodean los diferentes instantes de la función-. De hecho, la conclusión o epílogo de la historia nos mostrará a la joven que ha servido como narradora en toda la película –y única superviviente de las tres hermanas a las que se dispara en la matanza final-, ya instalada en la Ciudad Condal, que se muestra por unos sencillos planos generales que sirven para que la película “respire” de alguna manera en sus compases finales, tras esa auténtica barbarie ejecutada en plena eclosión de rivalidades familiares rurales.

Como quiera que pese a la reinvención de personajes y localizaciones todos conocemos la conclusión de la misma, los responsables de EL SÉPTIMO DÍA acentúan con gran acierto esa visión de un ambiente rural casi irrespirable que se esconde bajo bellos y aparentemente tranquilos parajes. Un mundo para el que no parece haber llegado el progreso –lo hace de forma muy epidérmica; la piscina que se ubica casi como un oasis dentro de un entorno puramente campestre- o bien el fantasma de la alienación se muestra de forma palpable –la única ventana al exterior la tienen con la omnipresencia de la televisión, en la que se mira en exceso una juventud que solo tiene en ella su casi única oportunidad de crecer mediante la imitación de los modelos que la pequeña pantalla plantea-, mientras que los jóvenes más lanzados se ven obligados de huir en un ambiente casi irrespirable –el abandono que hace el joven Chino (Oriol Vila) de su trabajo en la población como limpiapiscinas-, en el que además conviven y cohabitan odios casi ancestrales y sentimientos de venganza.

El film de Saura destaca por la mesura con la que narra una historia que se prestaba a los mayores tremendismos, utilizando sencillos y siempre eficaces elementos cinematográficos. Pero junto a ello tiene una especial fuerza en la aparente visión de un pequeño pueblo de vida tranquila y reposada, aunada con un sentimiento de “fatum” que progresivamente va anunciando la inevitable tragedia. Y si el joven Chino –quizá por no tener relación real con el pueblo- huye del mismo, no sucederá lo mismo con una de las familias en conflicto –el padre de las muchachas no logrará concertar una cantidad aceptable para vender su nave de carnicería y poder marcharse de allí a la ciudad-.

Serían muchos los detalles a resaltar en esta película de narrativa clásica y diálogos escuetos y cortantes, en la que de forma coral se ofrece una radiografía realmente desoladora de esta España rural y viciada por el retraso a todos los niveles, que aún se mantiene bien presente en sus regiones.

Tal y como reconoce el propio Saura, nos encontramos ante una película “de actores”. Y en este sentido hay que reconocer que la labor del conjunto de intérpretes es realmente magnífica y homogénea –me permito destacar la enorme contención y tensión interior demostrada por José Luís Gómez-, puesto que mas allá del altísimo nivel general, en todos ellos se manifiesta una autenticidad y credibilidad, incluso en aquellos roles secundarios de menor entidad.

Calificación: 3