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CINEMA DE PERRA GORDA

Dick Powell

THE HUNTERS (1958, Dick Powell) Entre dos pasiones

THE HUNTERS (1958, Dick Powell) Entre dos pasiones

THE HUNTERS (Entre dos pasiones, 1958. Dick Powell) supone un ejemplo arquetípico del un tipo de cine que personalmente detestaba hace ya bastantes años. Cualquier muestra de melodrama bélico, que atesorara en su contenido toda esa suma de estereotipos y lugares comunes que tan frecuentes se hicieron en la producción de Hollywood, suscitaban en mi no solo un habitual tedio, sino un generalizado rechazo, hasta el punto de provocarme durante muchos años una reiterada –y finalmente abandonada- aversión a un género que, preciso es reconocerlo, no solo atesora en su andadura numerosos títulos de verdadera valía, sino que en su propia configuración física, visual e incluso temática, ha permitido algunas de las propuestas cinematográficas más valiosas, en un sendero que marca su unión con el western o el cine de aventuras. Cierto es que no siempre esas cualidades han emergido con la misma homogeneidad y, por el contrario, una parte nada desdeñable del cine bélico norteamericano discurrió por senderos convencionales y escorados claramente hacia un patrioterismo desaforado y caduco. Se trata de un handicap que a muchos nos impidió separar el grano de la paja, fomentando una visión absolutamente peyorativa del género.

 

Viene a colación todo este amplio preámbulo, a la hora de comentar un título que, estoy seguro, si lo hubiera contemplado hace diez ó quince años, sin duda hubiera provocado en mí la más dura de las diatribas. Sin embargo, puede que por el mero hecho de esa mirada que proporciona el paso del tiempo, o quizá también en parte por despojarme de dichas anteojeras e intentar valorar el valor fílmico de la propuesta, me lleva a un aprecio moderado de su resultado. Hay igualmente otro elemento que en principio podía pesar en contra a la hora de valorar THE HUNTERS; el hecho de estar firmado por Dick Powell, un extraño e interesante intérprete, empeñado desde el inicio de madurez en abandonar la imagen de galán blando que asumió en su juventud, y que sobrellevó una breve y poco distinguida andadura como realizador, en la cual incluso se da cita un título sobre el que pesa una curiosa maldición. Me estoy refiriendo a THE CONQUEROR (El conquistador de Mongolia, 1956), rodada en un terreno calificado como radioactivo, y del que buena parte de su equipo sucumbió con el paso del tiempo víctima de cáncer.

 

Más allá de esta circunstancia puntual, y de la percepción que de entrada pudiera tener ante esta película, nos encontramos ante un producto más o menos arquetípico, en el que el tópico y el apunte interesante se dan de la mano, quizá no con la armonía que cabría desear, pero al menos evitando que nos encontremos con un producto olvidable. Del mismo modo, y aún reconociendo situaciones y personajes estereotipados e incluso la propia inclusión de su acción en un contexto que favorecía esa casi obsesiva tendencia del cine USA de aquellos años, por incorporar sus argumentos en marcos exóticos y orientales, lo cierto es que el film de Powell atesora un cierto interés. Se trata de un atractivo que, contra lo que pudiera parecer, emana fundamentalmente por las cualidades de puesta en escena que, de manera intermitente, se despliegan en su metraje, la presencia de una subtrama melodramática que se modula de manera adulta, la prestación de un Robert Mitchum que sabe conferir densidad y credibilidad a su personajes protagonista, y ciertos apuntes que, solapadamente, permiten revelar una mirada algo más crítica de lo habitual, en torno a la cruel rutina del hecho bélico. Si a ello unimos el buen trabajo de cámara de Powell, la espléndida fotografía en color de Charles G. Clarke, o la luminosidad y claridad que adquieren las secuencias aéreas, nos darán la medida de las posibilidades de un relato que, es indudable, no aporta nada al género, pero que al menos sabe zafarse del riesgo de incurrir en la más soporífera de las convenciones, en la que tantos y tantos exponentes del cine bélico cayeron sin recato.

 

El mayor Cleve Saville (Robert Mitchum) se incorpora a la Guerra de Corea avalado por una trayectoria militar de prestigio, y con el destino de encabezar un destacamento de la aviación norteamericana allí dispuesto. Saville es un hombre introvertido, sin duda curtido en la vida, pero en el que se detectan carencias afectivas. Será algo que, de manera casual, se encontrará en su estancia japonesa al descubrir a la joven Kris Abbott (una inadecuada May Britt), que pese al atractivo que ejerce sobre él, descubre que es esposa de uno de los oficiales a su mando. Pese a ello, Kris es una esposa insatisfecha por la extraña actitud de su esposo, preocupado únicamente por su labor como aviador. Al mismo tiempo, Saville tendrá que asumir en su equipo al joven y fanfarrón Ed Pell (un entonado Robert Wagner), arquetípico piloto con deseos de destacar en su vocación, y con el que poco a poco irá congeniando hasta ganar en él a un sincero amigo y colaborador.

 

Como se puede comprobar, la síntesis argumental de THE HUNTERS no revela demasiadas sorpresas al espectador. Lo logrará, sin embargo, aunque de manera más o menos ajustada y sin demasiadas estridencias, la modulación que alcanza el relato, la elegancia que adquieren las composiciones en pantalla ancha, el ajustado montaje de sus secuencias –si algo no provoca su visionado en ningún momento, es el aburrimiento-, e incluso la incorporación de cuidados detalles que en determinados momentos adquieren una notable fuerza dramática –pienso en esa lámpara japonesa que Saville ha comprado a Kris y esta ha colgado en su vivienda, simbolizando su presencia el devenir de una relación que se adivina inequívocamente efímera, aunque transformadora para ambos-.

 

En definitiva, la película de Dick Powell revela como con un argumento que nos podría en algunos momentos parecer un lejano antecedente de la tan nefasta como exitosa TOP GUN (1986, Tony Scott) pero que, de manera absolutamente inesperada, por momentos sabe zafarse de los riesgos en los que podía incurrir, logrando un relato todo lo irregular y convencional que se quiera, pero en el que de la misma manera aparecen ráfagas de buen cine.

 

Calificación: 2