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CINEMA DE PERRA GORDA

Edward Buzzell

VIRTUE (1932, Edward Buzzell) [Virtud]

VIRTUE (1932, Edward Buzzell) [Virtud]

Estoy seguro que a cualquiera que se le pregunte por la andadura como realizador del norteamericano Edward Buzzell -que alternó otras facetas dentro del mundo del cine, tras una andadura previa en el mundo de la comedia musical de Broadway, en el primer momento nos vendrán a la mente los dos títulos que dirigió para los hermanos Marx -uno más atractivo que otro, en los últimos años de la andadura de dichos cómicos- y también quizá algunos musicales de escasa memoria dirigidos para Esther Williams. Lo cierto es que su filmografía, iniciada en los primeros compases de la década de los treinta, albergaría cerca de cuarenta largometrajes, de los que se desconocen la inmensa mayoría de ellos. En cualquier caso, la imagen que podemos retener es la de un artesano competente pero blando e inoperante. Calificación que, justo es reconocerlo, se rompe por completo al contemplar VIRTUE (1932), un atractivo melodrama precode, que prolonga en su considerable interés el hecho de encontrarnos ante un conjunto de producción en el que realizadores años después caracterizados por su impersonalidad lograron títulos de considerables cualidades -pienso en el caso paradigmático de Alfred E. Green-, al tiempo que otros ya definidos en unas acusadas señas de identidad daban vida relatos enmarcados en dicho contexto caracterizados de una considerable dureza.

Actualmente no se encuentran las imágenes de la primera y breve secuencia de VIRTUE, aunque sí su sonido, -la censura la eliminó en el momento de su estreno- describiéndose la misma durante una vista judicial en la que un bondadoso juez esquiva la previsible encarcelación de unas jóvenes prostitutas, a las que propone que salgan de la ciudad de Nueva York. Una de ellas es Mae (magnífica Carole Lombard), originaria de Danbury, quien al dejarla sola en el vagón del tren regresará a la ciudad de Nueva York con la intención de retornar a dicho ambiente. En el camino será acogida en un taxi por el bonachón y vocinglero Jimmy Doyle (Pat O’Brian) a quien engañará con facilidad para lograr evitar pagar el trayecto, y yendo con rapidez en busca de algunas de sus amigas y compañeras de profesión. Contra todo pronóstico acudirá al entorno del taxista al día siguiente para abonarle la cuenta, aunque ello le lleve a ridiculizarlo entre sus compañeros. Pese a lo incómodo del reencuentro, lo cierto es que a partir de ese momento se iniciará una sincera relación entre ambos -en la que el taxista intuirá sin acierto que se trata de una taquígrafa sin trabajo- que alegrará la hasta entonces rutinaria vida de este, al tiempo que para la muchacha supondrá desembarazarse de un pasado del que deseará huir. Este le buscará trabajo como cajera en una taberna, y entre ellos se irá acrecentando un sincero afecto, que Mae temerá se rompa -así se lo comentará a una compañera del establecimiento que en el pasado cercano también ejerció como prostituta-. La pareja vivirá junta, y muy pronto él apostará por el matrimonio, lo que se realizará de la manera más cotidiana en una oficina, viviendo una pequeña noche de fiesta en el acostumbrado parque de atracciones de Coney Island. A su regreso al hogar se encontrará en el apartamento de ambos a un agente de policía que ha logrado dar con ella, lo que permitirá descubrir a Jimmy su pasado, logrando él al mostrar la licencia matrimonial que ella no sea detenida. Una vez a solas, este asumirá su pasado apostando por el futuro de su relación, aunque el pasado del tiempo y su creciente desconfianza dejará entrever el atavismo que el pasado de su esposa ejerce en el taxista.

En una ocasión Mae visitará a una amiga en la cama -Gert (Shirley Grey)- quien le pedirá prestados doscientos dólares para poder operarse. Esta le hará ver la imposibilidad de obtenerlos, ya que el dinero ahorrado por ella y su marido, se van a destinar a la compra de la estación de gasolina en la que quiere consolidar su futuro. La insistencia de la amiga llegará a convencer a nuestra protagonista, quien finalmente retraerá esa cantidad de los ahorros, con la promesa de que le serán devueltos. Por desgracia pronto comprobará que ha sufrido una estafa, por lo que intentará buscar a Gert para obligarle a devolver el dinero. Sus ausencias serán entendidas por su marido como un retorno a la prostitución, por lo que recibirá el rechazo de este, y el destino le llevará a ser acusada del asesinato de su amiga, que en realidad ha sido provocado de manera accidental por el proxeneta de esta -Toots (Jack La Rue)-. Encarcelada, poco a poco su marido irá descubriendo que en realidad no es la culpable, atendiendo a aspectos de los que fue testigo que le harán intuir la auténtica culpabilidad de Toots.

De entrada, si algo llamada la atención desde el primer momento en VIRTUE es su concisión narrativa, estructurada en una sucesión de episodios envueltos en fundidos encadenados, que en la mayor parte de las ocasiones aciertan a hacer progresar el relato mediante el uso de la elipsis. Tengamos en cuenta que se trata de una película de poco más de una hora de duración, en la que Buzzell aprovecha los recovecos de una historia sencilla, y anclada en los primeros años de la ‘gran depresión’ norteamericana. Por momentos, uno percibe ciertos ecos del inolvidable THE CROWD (… Y el mundo marcha, 1928. King Vidor), al centrarse y mirar con cariño la sencilla y al mismo tiempo compleja existencia de una pareja de dos seres grises casi devorados por la crueldad de la vida urbana. Algo que la cámara de Buzzell y la ambientación de la película aciertan a transmitir un considerable alcance descriptivo en esa mirada miserabilista, tierna y al mismo tiempo revestida de dureza en torno a una relación que parece imposible de normalizarse, de un lado por parte de ese esposo incapaz de superar los recelos que le inspira su mujer, y el atavismo que en el caso de Mae alberga, en torno a los ecos de su pasado.

VIRTUE es una película que destaca por su ligereza de cámara. Por utilizar la elipsis como un brillante recurso narrativo y argumental. Por la justeza en la descripción de una sociedad humillada por su crisis económica, o en el trazado de esos personajes que albergan lo más bajo de su mundo -el despreciable Toots-. En la importancia que reviste la presencia de espejos y sombras. o también en la sorprendente dureza que manifiesta la resolución final del homicidio, con la trampa que tenderá a Toots su despechada amante. Pero también, y es justo reconocerlo, por la química que se establece entre su pareja protagonista -en especial la que brinda una extraordinaria Carole Lombard-, en un rol que aparece al margen de su posterior especialización dentro de la Screewall Comedy. En un relato en el que importan más las miradas y los silencios, que adquiere una notable impronta visual, al parecer adquirió en el momento de su estreno un notable éxito de público. Sorprende, aunque en última instancia no tanto, la presencia de una conclusión inesperada y ligada a la comedia. No es más que la prolongación de otros relatos de esta índole -algo que aparecía del mismo modo en la anteriormente citada obra cumbre de King Vidor-, y ratificando, una vez más, que dentro de la intensa corriente precode, siguen ocultándose propuestas tan sencillas como perdurables. Esta es una de ellas.

Calificación: 3