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CINEMA DE PERRA GORDA

Edward Montagne

THE TATTOOED STRANGER (1950, Edward Montagne)

THE TATTOOED STRANGER (1950, Edward Montagne)

Dedicado fundamentalmente a tareas de producción y proyectos televisivos de la más variada índole –especialmente de carácter cómico-, la figura de Edward Montagne (1912 – 2003) queda representada en la de uno de tantos poco distinguidos profesionales del mundo cinematográfico, del que además se destila una menguada andadura como realizador para la pantalla grande. De entre la misma, tengo un recuerdo lejano y bastante gris de THE MAN WITH MY FACE (1951), olvidable propuesta de cine de terror cercana al universo del dr. Jekyll de Stevenson, dentro de unos márgenes cercanos por su aspereza hasta la serie Z. Apenas un año antes, bajo el amparo de la R.K.O., se desarrolla THE TATTOOED STRANGER (1950), una pequeña producción de clara serie B que apenas sobrepasa la hora de duración –se señala que su coste se elevó tan solo a 124.000 dólares-. De su resultado señalaremos que pese a no sobrepasar la barrera de lo estimable, no es menos cierto que aporta una serie de elementos de interés que, insertos en lo ajustado de su metraje, permiten apreciar un título además casi ignoto dentro del género policíaco estadounidense.

En pleno Central Park de Nueva York, un ciudadano que pasea con su perro, descubre en un coche el cuerpo sin vida de una joven que ha sido asesinada mediante un escopetazo y cuyo cadáver se encuentra dentro de un coche. Muy pronto se desarrollarán los pormenores del caso, en el que serán destinados el teniente Corrigan (Walter Kinsella) y el joven detective Tobin (John Miles), de quien el primero de ellos muestra sus reservas, al ser un estudiante universitario que en realidad no ha hecho “la calle” en tareas detectivescas. Sin embargo, poco a poco irá estableciéndose una singular empatía entre ambos, mientras van avanzando en las investigaciones del crimen, que les llevará hasta el rastro de un hombre corpulento que porta el tatuaje de un ancla. Las indagaciones les permitirán incluso tratar sobre una serie de restos vegetales que se conservaban en los zapatos de la víctima, lo que permitirá a Tobin acercarse a la joven especialista Mary Mahan (Patricia Barry), con la que se establecerá una rápida atracción. Todos estos elementos, acercarán las pesquisas hasta un cementerio e incluso un taller de lápidas, mientras que el desconocido hombre al que persiguen cometeré otro crimen en la persona de un especialista del tatuaje, y se conozca el nombre y el pasado de la víctima, una mujer de dudosa reputación, caracterizado por la insólita práctica de delitos de bigamia para lograr beneficios estafando a las compañías de seguros.

De entrada, y pese a sus limitaciones –centradas ante todo en las deficiencias en la descripción de caracteres, los altibajos en el progreso de la narración, y la cierta morosidad a la hora de describir las investigaciones-, THE TATTOOED STRANGER destaca, en primer lugar, por erigirse en un curioso precedente de las denominadas buddy movies que tan populares se hicieran décadas después –con franquicias en plenos años ochenta como las gestadas por LETHAL WEAPON (Arma letal, 1987. Richard Donner)-. Si bien la misma no se puede decir que se encuentre planamente lograda, cierto es que se aprecia una complicidad de base irónica entre los dos encargados del caso, otorgando la narración más protagonismo al joven Tobin, que casi de inmediato irá exteriorizando esas capacidades para la deducción que su compañero de entrada le negaba. Junto a ello, la película optará de forma forzosa por un apoyo notable en el montaje, permitiendo dicha elección –aunque en ocasiones a trallazos- describir el proceso de investigación, haciendo por fortuna abstracción de esa apología del funcionamiento policial al que parecía abocado el conjunto. Por el contrario, su discurrir se verá enriquecido con pasajes y fragmentos en los su alcance documental y urbano, ayudado por la rugosa fotografía en blanco y negro de William Sautner, que por momentos parece incluso erigirse como auténtico protagonista de la función, por encima del mayor o menor grado de convencionalismo de su base argumental. Ello no impide encontrar en el conjunto elementos de cierto regocijo, que revelan la ocasional inventiva de su director. Así ese plano inserto desde la ventanilla del coche de la asesinada, donde se mostrará la llegada del policía a caballo que atiende los pitidos del ciudadano que ha descubierto el cadáver; la fuerza expresiva que tiene la persecución por los oscuros pasillos de la morgue donde se encuentra un conocido delincuente que ha acudido para borrar con un cuchillo el tatuaje que poseía el cadáver, o la impactante secuencia del asesinato del especialista en tatuajes, que Montagne liga en un movimiento de cámara con uno de los tatuajes del muestrario que describe una calavera con la tibia y el peroné cruzados, signo inequívoco de la muerte.

Son detalles que revelan en ocasiones un realizador con recursos, capaz de plasmar episodios revestidos de tensión, como la visita de Tobin al taller donde se encuentra el tallado de las tumbas, o la sensación que este percibe de que su gerente se encuentra vigilado y amenazado por alguien oculto cuando le está respondiendo. Cierto es que resulta poco creíble que este deje a Mary para que busque refuerzos en la policía –han acudido hasta allí en coche particular, siguiendo sus pesquisas particulares- en un detalle pueril, aunque permita un posterior episodio brillante, en donde el marino asesino finalmente localizado, acose a nuestro joven detective en medio de un terreno dominado por lápidas en construcción, en las cuales este contraatacará y al mismo tiempo poco a poco se verá superado por la contundencia del criminal, hasta el punto de que le hiera en una pierna.

Así pues, entre aspectos formales que destacan de manera notable –persecuciones, su querencia por el aspecto documental, su contraste fotográfico- y las ya señaladas limitaciones s-centradas ante todo en su poco cuidado trazado de personajes-, sin embargo podemos destacar de forma relativa THE TATTOOED STRANGER como una pequeña producción de programa doble que, sin querer engañar a nadie, alberga los suficientes atractivos para emerger del ostracismo al que ha sido confinada desde hace más de seis décadas.

Calificación: 2