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CINEMA DE PERRA GORDA

Franc Roddam

THE BRIDE (1985, Franc Roddam) La prometida

THE BRIDE (1985, Franc Roddam) La prometida

Recuerdo como en el momento de su estreno, THE BRIDE (La prometida, 1985. Franc Roddam) fue recibida entre la hostilidad y la ignorancia. Era bastante fácil, mirar por encima una película que aparecía de entrada, dentro de aquel cine de los ochenta, y cuyas cabeceras de reparto eran un Sting en aquel momento, iniciando su desigual andadura cinematográfica, a partir de la apuesta de su presencia en DUNE (Idem, 1984. David Lynch), y que ya había participado episódicamente con su director, Franc Roddam, en QUADROPHENIA (Idem, 1979). Por su parte, Jennifer Beals, se encontraba en la nube del éxito de la muy comercial y al parecer -jamás la he visto- horrible FLASHDANCE (Idem, 1983. Adrian Lyne). Fueron unos poderosos condicionantes de partida; ambos ofrecen esforzadas composiciones, aunque considero que Sting aparezca excesivamente envarado, pero en cualquier caso marcaron, y visualmente dataron, una película que, por otra parte, aparecía inserta en una determinada corriente revisionista, marcada en el cine mainstream de aquel periodo. Son los años en los que Giorgio Moroder perpetra la reconstrucción del METROPOLIS (Metrópolis, 1927) de Fritz Lang, o en la propia configuración del cine inglés, aparece una nueva traslación cinematográfica del mito de Tarzán, con la muy estimable GREYSTOKE. THE LEGEND OF TARZAN, LORD OF THE APES (Greystoke. La leyenda de Tarzán, el rey de los monos, 1984. Hugh Hudson). Propuestas todas ellas ante las que como incipiente aficionado -sobre los 18 años-, di de lado, y que varias décadas después he ido contemplando con tanta distancia como inocencia. Y hay que precisar que, en su mayor parte, nos encontramos con exponentes quizá no totalmente logrados, probablemente demasiado deudores de servilismos visuales y de producción del momento, pero que han sobrevivido con mayor salud y cualidades, de las que se le reconocieron en su día.

Un ámbito en el que, hay que reconocer, que THE BRIDE -que retoma buena parte del argumento de THE BRIDE OF FRANKENSTEIN (La novia de Frankenstein, 1935. James Whale)-, se inicia predisponiéndonos a varias de dichas debilidades. En una noche dominada por una ominosa tormenta, el barón Frankenstein (Sting), se dispone a concluir un complejo experimento, mientras mantiene encerrada a la conocida criatura de su creación. Con él, pretende la creación de su equivalente femenino, logrando para ello la ayuda del dr. Zahlus (el veteranísimo entertainer gay Quentin Crisp), y también la del limitado sirviente encarnado por un joven Timothy Spall. El episodio, pese a todo aplicadamente descrito, no deja de asumir su dependencia de esas modas visuales del momento, en aquellos instantes cercanas al videoclip. Por fortuna, esas perspectivas se disipan, y en su lugar aparecerá una apreciable digresión en torno al universo de la novela de Shelley, en la que fundamentalmente, percibiremos una cierta querencia por un romanticismo cinematográfico perdido, anidado en el cine de terror de los años cincuenta, que en más de un instante, parecen evocarnos ecos de algunas producciones firmadas por Terence Fisher, o incluso las aportaciones más clasicistas de Allan Poe llevadas a cabo por Roger Corman.

Pero es que el mismo tiempo, ligados por una extraña configuración, la película albergará cierto aire de fábula perdida, representada en la monstruosa y entrañable figura del monstruo de Frankenstein -encarnado con gran sensibilidad por Clancy Brown-, que asumirá el nombre de Viktor, y esa Eva (Jennifer Beals) que será la creación femenina de Frankenstein, y que, de manera inesperada, quedará unida a su oponente masculino, por medio de una extraña relación telepática. Serán matices todos ellos, urdidos en un brillante guion de Lloyd Fonvielle, que Roddam acertará al plasmarlo en la pantalla no siempre con la misma pertinencia. Sin embargo, uniendo a ello el acertado diseño de producción, la elegancia de la partitura de Maurice Jarre -con su reconocible sonido-, o el cromatismo de la fotografía en color del entonces tan en boga de Stephen H. Burum, ayudan a conformar un producto, en el que se dejan caer no pocos elementos, que en un primer término proponen una hasta cierto punto arriesgada fábula fantastique, y en segundo lugar, nos plantearán una curiosa digresión, vehiculando una mirada en torno a la mezquindad del ser humano, en cuyo contraste, emergerá la nobleza de ideales que representarán las dos criaturas. No solo la “monstruosa” de Viktor, sino también la hermosa y más perfeccionada de Eva.

Veremos como el primero solo encontrará la amistad en otro freak. Se trata de Rinaldo (estupendo David Rappaport), que verá en la criatura una especie de alter ego, favoreciendo dicha unión su triunfo como atracción circense. Por su parte, Eva irá adquiriendo conocimiento y discernimiento, desde un falso origen al indicarle que fue recogida sin memoria alguna. Lo que jamás pensaría su creador, es que se enamoraría de su obra, instaurando unas perversas insinuaciones que, justo es reconocerlo, no son debidamente aprovechadas en la pantalla. Lo que sí aparece de manera cristalina, es esa visión cruel de la condición humana. Por un lado, la pareja de nuevos amigos, comprobarán la hostilidad de los responsables del circo que los ha empleado, que provocarán el asesinato de Rinaldo y la posterior rebelión de Viktor. Y por parte de Eva, tras ir alejándose de la actitud posesiva de Frankenstein, creerá encontrar el sentimiento en la persona de Josef (un jovencísimo Cary Elwes, en sus primeros pasos como galán) un apuesto oficial, que le permitirá conocer las bondades del amor, pero del que, en un momento determinado, descubrirá que solo buscaba en ella un efímero placer. Es decir que, unidos por una extraña relación mental en la distancia, en su nueva existencia exterior, comprobarán que aparecen como dos seres que no conectan con ese mundo, en teoría definido por una educación y un comportamiento humanista, pero en realidad dominado por los más bajos instintos.

THE BRIDE culminará con el directo enfrentamiento entre Eva y Frankenstein, en el que una adecuada dosificación dramática, en algunos instantes conectará con esa tendencia a cierto efectismo que presidían sus instantes iniciales. Sin embargo, por fortuna, la película culminará con una sutil apelación al mundo de la fábula, quizá inspirándose en el Jean Cocteau de LA BELLE ET LE BÊTE (La bella y la bestia, 1946). Lo cierto y verdad, es que los mejores momentos de esta película apreciable y olvidada, aparecen cuando Roddam juega la baza de una cierta intensidad, o la belleza en la resolución general de las secuencias de exteriores, o en el exquisito uso de decorados interiores, en donde como ya he señalado, se encuentran ecos muy evidentes del cine de Hammer Films, o en las adaptaciones de Poe firmadas por Corman. Será el mismo contexto que, a mi modo de ver, proporcione los pasajes más hermosos del conjunto. La asunción de Eva de la cercanía de la muerte, cuando acceda a la capilla llenada de esqueléticos cadáveres. El momento conmovedor, en plano sostenido, en el que Viktor sostiene entre sus brazos, desolado, el cadáver de Rinaldo. O, ya en su último tramo, los elegantes travellings laterales que siguen el discurrir de Frankenstein por los oscuros pasillos de su propia mansión, mientras en la planta central se está celebrando una fiesta convocada por él, presto y al mismo tiempo temeroso de contemplar con sus ojos, lo que para él es una traición; la pasión amorosa de Eva con Josef.

Calificación: 2’5