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CINEMA DE PERRA GORDA

Fred Niblo

BEN-HUR: A TALE OF THE CHRIST (1925, Fred Niblo) Ben-Hur

BEN-HUR: A TALE OF THE CHRIST (1925, Fred Niblo) Ben-Hur

Es bastante lógico pensar que la estela del estruendoso éxito logrado por David W. Griffith con superproducciones como THE BIRTH OF A NATION (El nacimiento de una nación, 1915) e INTOLERANCE: LOVE’S STRUGGLE THROUGHOUT THE AGES (Intolerancia, 1916), marcó todo un sendero en la concepción del cine como espectáculo, al tiempo que -supongo que sin pretenderlo- fueron consolidándose de forma rápida las constantes que forjaron los elementos definitorios del cine norteamericano. Es un rasgo que se extendió a otras cinematografías –algo reconocido en la alemana, pero que llegó a ámbitos como el italiano-, y permitió que el peso de la industria apostara por la elaboración de espectáculos destinados al consumo de las masas, que ya habían tomado el cine como un elemento insustituible de entretenimiento.

BEN-HUR: A TALE OF THE CHRIST (Ben-Hur, 1925. Fred Niblo) es un exponente representativo de esta vertiente cinematográfica, y paradójicamente se sitúa en una contradicción a la hora de su consideración. Y es que si en el momento de su estreno batió cifras record tanto en sus costes –con casi cuatro millones de dólares de presupuesto, sigue siendo el film más costoso del cine mudo-, el número de extras participantes es asombroso –y se nota en la película- como en su repercusión en la taquilla, lo cierto es que su consideración no ha sido la debida hasta hace unos pocos años. Evidentemente, la existencia de la versión realizada por William Wyler en 1959 limitó, y no poco, el reconocimiento de las virtudes de la versión muda. Todo ello varió cuando la película de Niblo fue restaurada a finales de los 80, permitiendo a los aficionados de las nuevas generaciones apreciar las cualidades y también las limitaciones de un título evocado en las historias del cine, pero hasta entonces poco accesible durante largo tiempo. Y es que, conviene señalarlo ya, el BEN-HUR mudo resulta mucho mas interesante que el mamotreto firmado por Wyler a finales de los 50, aún recordado por la reata de Oscars que recibió -¿no sabían que la cifra solo la ha igualado TITANIC (1997, James Cameron) y la tercera parte de THE LORD OF THE RINGS: THE RETUNR OF THE KING (El Señor de los anillos: el retorno del Rey, 2003. Peter Jackson)?-. Su duración mas ajustada –dos horas y cuarto, frente a las casi cuatro del film de Wyler-, un ritmo más trepidante, su menor empeño en acentuar el carácter de parábola judeocristiana y la enorme valía de algunas de sus secuencias y set-piéces, le permiten haber sobrepasado la barrera del tiempo con bastante efectividad. Lo cierto es que nos encontramos ante un título francamente entretenido, que se contempla con bastante agilidad, y que además proporciona algunos momentos definidos en una gran fuerza y emotividad. Sin embargo, cierto es señalarlo, no podemos decir que nos encontremos ante una de las grandes obras del fértil periodo silente, y viendo títulos de estas características, podemos con facilidad detectar aquellos elementos que hicieron de Griffith el primer gigante del cine, mientras que los imitadores de su estilo –es el caso de Niblo-, demostraron ser competentes profesionales, pero carentes de su genio. Bien es cierto que el principal problema de BEN-HUR –de las dos versiones-, es el enorme lastre que le proporciona la referencia del folletón novelístico de Lew Wallace. Reiterando el hecho de esa menor dependencia, lo cierto es que uno de los inconvenientes de la película lo constituye esa inclinación hacia el cine de “estampita”, que ha envejecido muchísimo, y que se puede detectar fundamentalmente en aquellas secuencias que describen momentos de la vida de Jesús. Algo en lo que además se ha venido equivocando buena parte del mal llamado “cine religioso”, intentando magnificar de forma ridícula momentos que, caso de tener que incorporarse, es indudable que hubieran tenido que adoptar un aspecto mucho más cotidiano y, por supuesto no centrados en una acartonada teatralidad. El hecho de que gran parte de las secuencias que describen esa vertiente fueran filmadas en un rudimentario pero entonces novedoso color, a mi juicio ha contribuido a ese envejecimiento –es curioso constatar como la secuencia que muestra la pasión de Cristo, rodada en blanco y negro, sí que logra una cierta tensión y emotividad-. Pero es que además, algunos de sus momentos de masas y secuencias dramáticas, acusan un cierto acartonamiento, dando la impresión de que el comienzo de la imagen mostraba el rugido de la claqueta. Todo ello lleva a pensar que nos encontramos bastante lejos de los logros expresivos y la maestría que Griffith demostraba en su combinación de melodrama y gran espectáculo, en su destreza en los movimientos de masas, el magistral dominio del primer plano y la noción de duración de los mismos. Son elementos muy difíciles de explicar pero fáciles de apreciar al compararlos, y que se detectan en buena parte de los fotogramas de esta película.

Sin embargo, no sería justo reconocer los elementos que aún perviven en esta apreciable producción de la Metro. Y creo que todos vamos a estar de acuerdo en ellos, permitiendo que algunas de sus secuencias asombren aún hoy, a más de ochenta años de su realización. Sin duda, la de mayor impacto es la de la batalla naval, con el preludio descriptivo de la incesante labor de los esclavos de galeras en donde está confinado el protagonista. Todo este fragmento es espléndido, con detalles que aún destacan por su crueldad y alcance “bizarro” –ese romano que es atado al mástil de los piratas para que muera cuando el barco se estrelle contra el navío romano, la presencia de un esclavo desnudo dispuesto de espaldas encadenado en crucifixión, las serpientes que son lanzadas por los piratas para que envenenen a los romanos-. Nos encontramos ante un episodio magnífico, que estoy convencido fue filmado por alguno de los realizadores que colaboraron con Niblo en la realización. Algo de ello sucede también en la célebre secuencia de la carrera de cuadrigas, que me resulta más convincente que la de la versión de Wyler –rodada por Andrew Marton-, y en la que de nuevo se describe una magnificencia de producción, combinada por un ritmo en el montaje realmente envidiable. Ni que decir tiene que la película adquiere un ritmo mucho más fluido a partir precisamente del mencionado fragmento de la batalla marina –hasta entonces ese cierto estatismo y recurrencia a la teatralidad son demasiado perceptibles-.

Pero hay algo que merece ser destacado también en esta película; la presencia de Ramón Novarro encarnando al personaje protagonista. Mas allá de ciertos amaneramientos que delatan su condición gay, lo cierto es que me ha sorprendido el encanto, la sensibilidad y la modernidad de su interpretación, que destaca entre el conjunto del reparto –mas inclinado a ese aire teatral-, y del que también convendría destacar la credibilidad que ofrece Frank Currier al encarnar a Quinto Arrio. Novarro resulta fresco y convincente, y marca además una adecuada evolución de su personaje, adelantando esas facultades para la interpretación que le llevaron en 1928 al excelente retrato protagonista en THE STUDENT PRINCE IN OLD HEIDELBERG (El príncipe estudiante, 1927. Ernst Lubitsch). Precisamente ese alcance gay –que fue subrayado en la relación que describía la versión de Wyler entre Mesala y Hur-, también hace acto de presencia en esta película, revelando algunas de sus secuencias una insólita pulsión sexual. A la ya señalada presencia de un desnudo trasero masculino en el episodio de los esclavos, o al look que luce en todo momento el protagonista, habría que añadir la escena de seducción a que es sometido el mismo por parte de la seductora egipcia, con el momento fetichista del beso que la madre de Hur ofrece al pie de este calzado con la sandalia, mientras se encuentra dormido en la puerta de su antigua mansión en Antioquia. Son muestras de un auténtico catálogo de referencias sexuales de toda índole, que quizá hoy día resulten incluso impensables para una producción de 1925, y que pocos años después serían desterrados del cine norteamericano con la llegada del Código Hays.

Calificación: 2’5