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CINEMA DE PERRA GORDA

Gregory Ratoff

BLACK MAGIC (1949, Gregory Ratoff)

BLACK MAGIC (1949, Gregory Ratoff)

Si hubiera que definir en pocas palabras la impresión que puede producir un título como BLACK MAGIC (1949, Gregory Ratoff), podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que nos encontramos ante un producto destinado al más absoluto de los fracasos. Orson Welles –su protagonista- se refería a ella no sin cierta ironía, aludiendo al hecho de interpretar su papel solo por cuestiones económicas, y evocando con entrañable suficiencia la figura de su realizador, al tiempo que narrando sus curiosas circunstancias de producción. La película se rodó en Europa, y en su equipo y figuración apenas se hablaba el inglés, ya que se eligió un equipo formado primordialmente por rusos occidentales. Welles definió a Peter Bogadanovich aquella experiencia como catastrífica, destacando la anécdota de que en su gorro el diseñador de vestuario inclusyó un símbolo masónico –muy evidente en la copia que podemos contemplar en su reciente edición en DVD-, que hubo que borrar fotograma a fotograma para no herir las susceptibilidades del público USA. Por su parte, su guionista Charles Bennett –un hombre de personalidad bastante peculiar-, señalaba del mismo modo que fue un guión desaprovechado al aduyeñarse Ratoff y Welles de la función, mientras su productor Edward Small no podía acercarse al rodaje –desarrollado en Roma- debido a su miedo a volar, por lo que los dos nombres citados modificaron el texto en base a sus apetencias. Es curioso señalar, sin embargo, que pese a despacharse a gusto, Bennett concluía sus poco halagüeñas apreciaciones, reconociendo que se trata de un buen film.

A mi modo de ver no se encuentra desencaminada esta última valoración, y en buena medida en este caso no podemos señalar que la misma contradiga todas las afirmaciones antes señaladas. Sucede que en el mundo del cine, muchas veces un rodaje azaroso o unas circunstancias de producción catastróficas o cuestionables, dan como resultado títulos llenos de imperfecciones pero también revestidos de destacables cualidades, mientras que no pocas películas trazadas con tiralíneas han pasado con merecimiento al limbo del olvido. Y dentro de ese primer capítulo, no dudo en citar esta extrañísima evocación de la novela de Alejandro Dumas Joseph Balsamo, mémories d’un médecin –un personaje que tendrá su breve y poco convincente prólogo en la función, desarrollado en París de mitad del siglo XIX-, explicando a su hijo –encarnado por un joven Raymond Burr-, la dificultad que le ofrece la traslación como obra literaria de la andadura de este maléfico y fascinante personaje. A partir de este punto de partida, BLACK MAGIC se inserta en un largo flash-back que abarcará la totalidad de su metraje, adentrándonos en la andadura de este Joseph Balsamo (Orson Welles) que desde pequeño vivirá en un mundo convulso, debido a las facultades adivinatorias y sobrenaturales que poseía su madre, que le llevarán a ser condenada a muerte por parte del implacable vizconde de Montagne (Stephen Bekassy). Una vez Balsamo se convierta en adulto, pronto hará valer en él su facilidad para el manejo del hipnotismo, que utilizará con astucia como falsa arma sanadora de enfermos de baja extracción social. Dicha circunstancia es la que le valdrá muy pronto para introducirse en los vericuetos de la corte francesa que se encontraba ante el filo del abismo de la Revolución, en donde intentará manipular a representantes de las clases altas y a una multitud proletaria enfervorecida, ante la que hará ver los derroches y usos de los impuestos solicitados a la multitud.

Reconozcámoslo. BLACK MAGIC es una extravagante combinación de diversos tipos de producción. Es en primer lugar una apuesta de época que aparenta suntuosidad dentro de un marco de serie B. Por otro lado combina relato romántico, crónica histórica, un cierto alcance bizarro, determinado componente fantastique y… obvio es señalarlo, un servilismo a la figura y el personaje de Welles, que no cabe duda logró incorporar en la película no pocas secuencias que aportan la marca de su estilo –planos generales con iluminación dramática, otros inclinados, angulaciones de diversa índole-... No es, por otra parte, nada nuevo bajo el sol en aquellos tiempos, en el que las formas visuales más epidérmicas del cine de Welles, causaban una fascinación poco disimulada por algunos de los realizadores que lo asumieron como actor.

Todo este cúmulo de conceptos que he señalado, máxime en un proceso de realización que al parecer se caracterizó por no pocas incidencias, podrían haber dado como fruto un resultado desastroso. Sin embargo, y aún reconociendo ciertas ligerezas e imperfecciones –sobre todo expresadas en situaciones que se muestran sin apelar a una lógica interna más elaborada-, lo cierto es que el film de Ratoff emerge como una propuesta a mi modo de ver bastante atractiva, situándose a medio camino entre títulos de aquellos años, que podrían oscilar entre la casi coetánea REIGN OF TERROR (El reinado del terror, 1949. Anthony Mann), hasta la posterior MAN OF THE ATTIC (1953) de Hugo Fregonese. Se trata de auténticas extrañezas cinematográficas, que en este caso concreto asume una extraña fascinación, y que precisamente por esa irregularidad entre las diferentes vertientes que confluyen en el relato, logran de manera incomprensible pero efectiva dotar al conjunto de una fuerza irresistible, como si emergiera en un remolino una fuerza incapaz de arruinar su resultado. En esta ocasión la incorporación de la voz en off de Dumas adquiere una notable pertinencia, logrando con ello solventar sin duda ciertas debilidades que en su ausencia hubieran tenido más incidencia. Por otro lado, BLACK MAGIC destaca por un ritmo endiablado, adquiriendo sus secuencias una sensación casi hipnótica, muy a tono con la personalidad de su protagonista. Su casi diabólico plan está trazado con tanta convicción en la pantalla, que al espectador no le importa si ese recorrido en algunos momentos puede rozar el límite de lo verosímil –por ejemplo, la facilidad con la que es aceptado como conde de Cagliostro, su casi increíble pertinencia para adentarse en los recintos reales como si fuera uno de los miembros de mayor confianza de la corte-. En cualquier caso, lo cierto es que Ratoff –que además de ser un notable actor de carácter, firmó algunos films románticos nada desdeñables-, con la ayuda de Welles o sin ella, logra apostar por una combinación de elementos en los que no faltará una secuencia de un mortuorio alcance romántico –el entierro de la artificialmente muerta Lorenza (Nancy Guild), envuelta en un simple sudario-, no dejaremos de asistir a secuencias desarrolladas en fiestas palaciegas –quizá las menos interesantes del conjunto-, juicios que prefiguran el hartazgo de la población francesa que desembocaría en la Revolución, monarcas de muy cortos vueltos, situaciones heredadas del folletín –la manera con la que Balsamo logra que Montagne caiga en desgracia, sea encarcelado, y se suicide por la fuerza hipnótica de este-, otras más escoradas al fantastique –la frecuente inserción de planos que destacan los ojos de Balsamo / Cagliostro, recordando aquella elección formal tan habitual en determinadas películas del nunca sufientemente recordado Victor Halperin- y una conclusión filmada con brío y con no poca retórica en los tejados de palacio, en la que la huella de Welles actor / director es notable –quien por cierto ya tenía como acompañante de reparto al entrañable Akim Tamiroff-. Dejemos constancia en un sentido opuesto, de la blandura que define la relación amorosa desarrollada –cuando Cagliostro se lo permitía- entre Lorenza y el joven jefe de la guardia real –Gilbert de Rezel (Frank Latimore)-.

En definitiva, toda una rareza, y una muestra más de que el reconocimiento de un producto imperfecto, en este caso lleva aparejado una propuesta insólita y atractiva, en la que las propias facultades de su ambicioso protagonista –el hipnotismo-, definen de la mejor manera posible la impresión que esta película puede producir en el espectador.

Calificación: 3