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CINEMA DE PERRA GORDA

Hal Walker

SAILOR BEWARE (1952, Hal Walker) ¡Vaya par de marinos!

SAILOR BEWARE (1952, Hal Walker) ¡Vaya par de marinos!

SAILOR BEWARE (¡Vaya par de marinos!, 1952. Hal Walker), es uno de los títulos más representativos de los primeros pasos cinematográficos del tandem formado por Jerry Lewis y Dean Martin. Pareja de enorme éxito en su momento, hasta el punto de que se erigieron como uno de los puntales de rentabilidad comercial en el seno de la Paramount, puede que en primera instancia prolongaran célebres parejas cómicas que podrían ir desde los legendarios Laurel y Hardy, hasta los execrables Abbott y Costello, pasando por los ignorados y revisitables Wheeler y Woolsey. Sin embargo, cuando uno contempla esta película con la distancia que permite el paso de más de seis décadas, por encima de todo, se queda con la evidencia de encontrarnos con la gestación de una auténtica figura cómica, que con el paso de unos pocos años se erigiría casi, casi, como el último heredero de una larga tradición del género. Me estoy refiriendo, por supuesto, a un Jerry Lewis que ya en esta producción primeriza –para la que se contó como realizador con el funcional yes men del estudio Hal Walker-, demuestra –unido a una determinada querencia con ciertos excesos-, la configuración con un rol cómico que iría depurando en ocasiones posteriores. Un auténtico generador de torpezas, huyendo constantemente de cualquier acoso femenino, revistiendo en su actitud y comportamiento un fuerte aporte infantil.

En esta ocasión, tanto Lewis como Martin, recalarán en su ingreso en la Marina estadounidense. El primero por el deseo de viajar en barco para mejorar de sus afecciones, y el segundo siendo aceptado después de haberlo intentado en el cuerpo por enésima vez. A partir de esta sencilla premisa, sin aportar en el relato matiz subversivo alguno –como sí lo harían posteriores comedias desarrolladas en ámbito bélico-, y sustentados en un argumento de enorme simpleza, el argumento se destina al lucimiento de sus dos estrellas. Por un lado, la estructura en episodios funcionalmente dispuesta, servirá para la potenciación de situaciones cómicas, mientras que Martin quedará relegado como elemento secundario, ofreciendo de manera periódica su habitual repertorio de melodías románticas. Así pues, el atractivo –que sigue conservando- SAILOR BEWARE, reside en comprobar la inicial efectividad de una estructura discontinua, que dejará de lado cualquier compromiso argumental, extendiéndose su devenir en función de una serie de episodios de dispar efectividad pero de apreciable resultado en su conjunto. De entrada, podremos comprobar como esa querencia por el private joke, no fue patrimonio del gran Frank Tashlin, por más que este lo utilizara con posterioridad como nadie –el juego que ofrece en sus pasajes iniciales y de clausura, la episódica presencia de la conocida pin up Betty Hutton, modificando su nombre por el de Heddy Button-, o que en aquellos años –ya era patrimonio del mundo de la comedia-, la ironía en torno a la influencia televisiva apareciera como un elemento recurrente. Sin embargo, es en el discurrir de esos scketchs cómicos, en su incidencia con el infantil Melvin Jones encarnado por Lewis, donde encontramos no solo la máxima efectividad de esta simpática comedia, sino esa puerta que en algunos instantes se está a punto de sobrepasar, a la hora de expresar ese elemento de subversión cómica, que años después Lewis lograría aplicar en sus películas, fuera de la mano del ya citado Tashlin, o bien de sus propias aportaciones en calidad de director.

Mientras tanto, SAILOR BEWARE nos ofrecerá episodios tan regocijantes, como esa profusión de pinchazos que recibirá Jones en la tanda de reconocimiento, de las que se le extraerá sangre, culminando con esa surrealista regadera humana en la que se convierte al beber unos vasos de agua. No lo será menos la hilarante situación de enredo que se planteará en una emisora de radio, a partir de la presencia de Martin y Lewis como cantantes por las ondas, culminando una serie de aglomeraciones de ese público alienado que aplaude sin cesar los estúpidos comentarios de la firma patrocinadora, y que perseguirá a Lewis, casi preludiando aquella imborrable secuencia de las rebajas en la admirable WHO’S MINDING THE STORE? (Lío en los grandes almacenes, 1963. Frank Tashlin). No serán menos divertidos algunos de los episodios sucedidos en el viaje a Honolulu en un submarino, con el creciente agobio del infantil y neófito marino, sufriendo las estrecheces del set de literas, su condena a la limpieza ¡en la cubierta del submarino!, el divertido episodio en el que estará a punto de perecer ahogado, o el impagable gag –quizá el mejor de la película-, de tener que ser atado junto a un torpedo, al objeto de poder tenerlo a recaudo de posteriores desgracias.

La llegada a Honolulu, permitirá de entrada descubrir a la estrella invitada de la función, la actriz y cantante Corinne Calvet, contemplando una de esas actuaciones al unísono de la pareja, que pocos años atrás, fueron las que cimentaron su fama en el mundo del espectáculo norteamericano, en las que Lewis dinamitaba de manera destructiva, las melodías de Martin. No obstante, SAILOR BEWARE aportará en su conclusión, un impagable tramo, en el que Lewis deberá pelearse con otro marino que le ha retado en la sala de fiestas. Para ello, y por consejo de Martin, este simulará en los vestuarios ser un pugil profesional, por lo que su adversario, impresionado, decidirá ser sustituido por un veterano boxeador. El episodio –en el que para los mitómanos destacará como ayudante la presencia del no acreditado James Dean, muy verde tras la cámara-, aportará por un lado la habilidad de Lewis como imitador, concluyendo con una auténtica exhibición de su talento como exponente de la comedia física, en la que se pueden detectar ecos tanto de su maestro, Stan Luerel, como del propio Charles Chaplin. Sin embargo, aún nos deparará otra desopilante exhibición de sus facultades cómicas, simulando ser un exótico danzante nativo, lo que servirá como detonante para una persecución y, de manera involuntario, ganar esa puesta en la que habían depositado su confianza la mayor parte de sus compañeros, destinada a poder ser besado y galanteado por la citada Corinne Calvet. Una vez más, los rasgos infantiles de Lewis lograron su objetivo, y de paso Martin se quedó con la estrella. Nada novedoso, pero aún dotado de no poca efectividad.

Calificación: 2’5