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CINEMA DE PERRA GORDA

Henri Decoin

MALÉFICES (1962, Henri Decoin)

MALÉFICES (1962, Henri Decoin)

Polivalente a la hora de asumir diferentes cometidos cinematográficos, y firmante de una tan extensa -casi medio centenar de largometrajes-, como apenas conocida y prestigiada filmografía. Así cabe situar la figura del parisino Henri Decoin (1890 – 1967). Un escenario que comparto, a nivel personal, en la medida que hasta la fecha no me había acercado a ninguno de sus títulos, y del que solo mantengo un detalle personal a nivel sentimental; el hecho de que, en 1963, rodara en Alicante, mi ciudad, uno de sus últimos -y, al parecer peores- títulos, al servicio de Sara Montiel, NOCHES DE CASABLANCA. Apenas un año y dos títulos atrás, Decoin asumió la realización de MALÉFICES, inédita en nuestro país, llevando a la pantalla la adaptación de una novela de los tan populares como artificiosos Boileau y Narcejac, conocidos por los aficionados, por que dos de sus argumentos, sirvieran de base a títulos célebres como LES DIABOLIQUES (Las diabólicas, 1955. Henri-George Clouzot), y VERTIGO (Vértigo (De entre los muertos), 1958. Alfred Hitchcock). Al igual que en aquellas dos ocasiones, aunque con resultados infinitamente menos relevantes, no se puede negar que asistimos a una estimable producción que, dentro del ámbito de una intriga, que por momentos adquiere unos determinados tintes fantastiques, y que, precisamente, por haber permanecido absolutamente oculta durante décadas, merece un cierto grado de reconocimiento.

La película -descrita en un atractivo uso del formato panorámico-, se inicia con unos sugerentes planos aéreos, centrado en el discurrir de un vehículo por el célebre Passage du Gois, en Francia, que une la isla de Noirmoutier, con la población de Beauvoir-sur-Mer, en la costa atlántica. Por allí discurrirá, en un modesto vehículo, el joven veterinario François Rouchelle (Jean-Marc Bory). Pronto intuiremos que se trata de un hombre casado, caracterizado por una existencia gris y dominada por la rutina. Su mujer es Catherine (Liselotte Pulver), y la cámara de Decoin acierta a describir la frialdad que define ese joven matrimonio, en el que el esposo destaca por su rechazo a cualquier manifestación de la sexualidad -la secuencia de la cena entre ambos, deviene absolutamente reveladora a este respecto-.

La llamada de un extraño personaje, de manera involuntaria romperá la burbuja de su mediocre y gris existencia, ligándole al entorno de una mansión decrépita, cuya propietaria es la no menos enigmática Myriam Héller (Juliette Gréco), que tiene a su mando a una joven sirvienta africana, con la que mantiene una extraña relación, y alberga como mascota a un guepardo enfermo en apariencia -será esta la razón inicial que hará llegar hasta allí al veterinario-. Contra todo pronóstico, irá estableciéndose una extraña tela de araña entre Myriam y François, consolidándose una relación dominada por la pasión y el dominio -sobre todo de ella hacia el  doctor-, que hará contemplar a este una manera más viva de existir, presidida por la excitación sexual y, sobre todo, por emerger de los contornos de la convención. Ello le hará recaer, de manera inevitable, en una crisis con su abnegada esposa, que no dudará en un momento dado en auto someterse a los primeros indicios del suicidio. En realidad, el posterior devenir de MALÈFICES, se incardinará en la perturbadora tela de araña establecida entre la inesperada pareja de amantes, los intentos del veterinario por zafarse de la misma y retornar a su mujer, los recelos de una sirvienta que muestra su desprecio, a la mujer a la que sirve, ese extraño personaje, que liga la influencia de la magia negra, a la situación que vive el incauto médico, o la propia y misteriosa personalidad de Myriam, convencida de los poderes sobrenaturales que le rodean…

Se trata, que duda cabe, de una curiosa y, por momentos, atractiva mezcolanza, de relato existencial, dominado por fugas ligadas al cine de misterio, e incluso a cierta aura sobrenatural que, lamentablemente, se ve coartada en la conclusión del relato, en donde sin embargo primará ese alcance fatalista del mismo, con un derrotado François, asumiendo con horror el devenir de unos hechos, en los que su voluntad ha quedado anulada, por una serie de indicios que han superado. Lo cierto y verdad es que MALÈFICES aparece como un título tan sugerente como desequilibrado. Con instantes llenos de fuerza visual -más que dramática-, entremezclados con otros, en los que en todo momento, se tiene la sensación de que Decoin deviene incapaz de extraer todo el potencial que proponen sus imágenes, muy bien trabajadas en un sombrío blanco y negro, por el operador de fotografía Marcel Grignon. Entre las primeras, destacar esos instantes iniciales, descritos en plano aéreo, mostrando la singularidad de ese paso en carretera entre las mareas, o la secuencia cumbre del relato, desarrollada en dicho contexto geográfico, donde se plasmará la tragedia del mismo, tomando como base el rápido e inclemente crecimiento del nivel del mar. Es más, estoy dispuesto a incluir dentro de dicho capítulo, algunas de las secuencias desarrolladas en el interior de la vieja mansión de la que es propietaria Myriam, que supone un punto de inflexión y contacto con otra realidad, dominada por lo enigmático y el propio exceso.

En su oposición, por lo general, las secuencias descritas en la interacción del matrimonio protagonista, supondrá un contraste de rutina, que no alcanza la debida interacción con el mundo que representa Myriam. Es decir, no es que ambos ámbitos sean de diferente gradación de interés, sino que en su interacción no se enriquecen entre sí. Ello no impide seguir un relato de estimable interés, que alberga además el atractivo suplementario, de haber permanecido largo tiempo oculto, y suponer una muestra más, de esa querencia del cine francés, por un determinado concepto de producción, en lo que lo oscuro y numinoso, forma parte de su existencia.

Calificación: 2’5