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CINEMA DE PERRA GORDA

Jesse Hibbs

THE YELLOW MOUNTAIN (1954, Jesse Hibbs) [Ambición maldita]

THE YELLOW MOUNTAIN (1954, Jesse Hibbs) [Ambición maldita]

THE YELLOW MOUNTAIN (1954, Jesse Hibbs) es una de las numerosas apuestas que en el seno de la Universal se efectuaron dentro del cine del Oeste. Producciones por lo general dispuestas dentro de un formato cercano a la serie B. Títulos joviales, dominados por el esplendor de su Techincolor -que en esta película adquiere un especial protagonismo-, dispuesto en un contexto en el que se pretendía lanzar a Lex Barker como improbable estrella del western -al año siguiente protagonizó otra atractiva propuesta a las órdenes de Jack Arnold; THE MAN FROM BITTER RIDGE (1955)-. Pero, es más, nos encontramos ante otro título en el que la filiación genérica aparece muy fronteriza, ya que se encuentra muy ligado al cine de aventuras, dentro de un argumento que se centra en el universo de los buscadores de oro.

Andy Martin (Barker) es un joven curtido que llega hasta un concurrido poblado del Oeste, con la intención de reencontrarse con su antiguo socio, que lo dejó tirado y sin dinero en el pasado. Este es Pete Menlo (Howard Duff) con quien mantiene una tensa pelea en el despacho del segundo, tras la cual ambos se reconciliarán, aceptando Martin volver a ser socio suyo. Menlo explota una mina de oro e incluso está dispuesto a comprar otras cercanas, aunque en su oposición se encuentre el avieso Bannon (John McIntire), que desea adquirir las propiedades mineras de Menlo, algo que este rechaza por entender que la proporción que le ofrece es injusta. A partir de ese momento, todo se dirimirá en una lucha de Bannon jugando de manera deshonesta con el deseo de poder doblegar la voluntad de Pete, para lo que contará con la ayuda de su matón Drake (un estereotipado Leo Gordon). A partir de ese momento, todo se centrará en ese enfrentamiento, cada vez más crudo, pero en la base argumental se introducirá el veterano minero Jackpot Wray (William Demarest), toda la vida excavando una mina que nunca le ha reportado beneficios. Wray tiene una hija -Nevada Wray (Mala Powers)- con la que desde su primer encuentro establecerá relación Andy, aunque por parte de Pete también surja la intención de atraerla.

A partir de estas premisas discurre un relato tan simpático como discreto. Previsible en su desarrollo, y más atractivo en su veta vitalista e incluso de aventuras lindantes con la comedia, que en aquellos momentos donde el relato se inclina por vertientes inquietantes. Es algo que se manifestará en la primera e inesperada pelea desarrollada en el amplio despacho de Pete y entre los dos amigos. Parece que esa faceta festiva supone un ensayo de algo que años después perfeccionarían el NORTH TO ALASKA (Alaska, tierra de oro, 1960) de Henry Hathaway, o incluso el John Ford de DONOVAN’S REEF (La taberna del irlandés, 1963). En cualquier caso, es evidente que la mayor apuesta en este sentido viene dada por los elementos de comedia que proporciona el siempre maravilloso William Demarest, quien con su sola presencia ofrece a la película algunos de sus instantes más atractivos. Es algo que manifestará, por ejemplo, la encerrona que sufrirá por Drake y sus esbirros, en donde asumirá en su rostro su humillación o, en sentido contrario, la casi apasionante secuencia de la partida de cartas -a su lado se encuentra Andy como observador y contrapunto- en la que compartiremos, merced a la expresión de su rostro y su propio lenguaje corporal, la sensación de la cercanía de un golpe de suerte. En esta secuencia, donde la titularidad de la inútil mina de Wray variará de dueño y, con ello, se proporcionará un inesperado giro argumental, puede decirse que se irá engarzando una especie de ronde de situaciones e incluso sentimientos. Situaciones provocadas por la permanente insidia de Bannon a la hora de hacerse con las minas de Menlo, que provocará una inusual guerra de aumento de precios en los operarios de ambas extracciones -una auténtica singularidad de guion-, que pronto dará paso a una serie de acciones deshonestas por parte de este y, en última instancia, a la presencia de la violencia. Pero esa sucesión se prolongará al mismo tiempo en los sentimientos, que derivará en los claroscuros que rodearán la ambivalente personalidad del acaudalado Pete, quien no dudará en un momento dado en llegar a poner en cuestión la fidelidad en su amistad con Andy, tanto en lo que respecta al respeto de las propiedades que ambos comparten, como en la atracción que el segundo mantiene con Nevada, a la que no dudará en ofrecer convertirse en su esposa.

Es precisamente en torno a este personaje femenino, donde la película se inclinará a la hora de mostrar la modificación de su personalidad -inicialmente caracterizada por un aspecto andrógino y vestuario masculino; esta definición inicial irá poco a poco modificándose en una mayor femineidad-, así como la planificación se acercará poco a poco a su rostro, según esta vaya acercándose sentimentalmente al muchacho. En cualquier caso, lo cierto es que THE YELLOW MOUNTAIN -dirigida por un Jesse Hibbs en quienes algunos quieren hacer ver un realizador con personalidad; no es mi caso- destaca por esa tendencia hacia un tono optimista y desdramatizado, que podemos detectar en secuencias de entrada tan proclives a una cierta intensidad, como aquella en la que una de las minas de Menlo se hunde, y en sus entrañas se encuentran atrapados tres de sus trabajadores. Contra lo que sería previsible, el accidente se despachará sin tener noticias posteriores de su resultado, y solo para articular un inesperado acercamiento entre este y Bannon.

Ese juego de larvados y constantes enfrentamientos, que en el último tercio de la película derivará en una inesperada traslación y constatación de la importancia de la mina de Wray. La apuesta por la obtención del amor de Nevada, o la siempre latente tentación de unión entre Bannon y Menlo, proporcionará a la película un par de episodios destacados por su tensión. Uno de ellos será el duelo final de Andy contra los esbirros del primero y, de manera muy especial, me gustaría resaltar la brillante secuencia de asedio del joven protagonista por parte de los esbirros de Drake. Sucederá en el impresionante y árido escenario de una abrasadora superficie desierta, mientras este porta con carros llenos de bloques de piedra con oro para poder ser fundidos, y tener con ellos los necesarios y acuciantes recursos para poder seguir con una prospección cuyos desorbitados costes de pago están haciendo casi imposible de prolongar. La secuencia destacará en primer lugar por la perfecta utilización de los amplios e inquietantes exteriores en su luminosidad, pero al mismo tiempo por su ausencia de un convencional grado de tensión ya que, contra lo que sería previsible, Andy será dejado allí inconsciente, hasta que con rapidez es rescatado por un inesperado y veterano viajero. Es decir, que esa misma apuesta por la desdramatización obviará las posibilidades de intensidad que se ponían a prueba en una tensa situación que de manera abierta se dejará de lado, y a mi modo de ver de manera desaprovechada.

Calificación: 2

RIDE A CROOKED TRAIL (1958, Jesse Hibbs) [Sendas tortuosas]

RIDE A CROOKED TRAIL (1958, Jesse Hibbs) [Sendas tortuosas]

Creo que no es la primera ocasión, en la que me he referido al interés que propondría, una revisión más o menos ordenada, del aporte de Audie Murphy como estrella del western. Puede ser que, en el conjunto de sus aportaciones, no se encuentren obras cumbre del género -aunque entre ellas aparezcan no pocos exponentes de interés-, pero su nivel medio aparece más que estimable. Es más, mi seguimiento más o menos desordenado de buena parte de sus títulos, me hacen pensar en una progresión hacia una tendencia sombría en torno a ese personaje encarnado por un Murphy inicialmente caracterizado por una imagen aniñada, y que en muy pocos años iría mostrando una preocupante decadencia física -en realidad, la vida privada del condecorado soldado y creciente intérprete, en esos años, fue poco menos que un infierno-.

Es un rasgo que ejemplificaría una de las mejores películas que protagonizó -NO NAME IN THE BULLET (1959, Jack Arnold)-, y que ejemplifica más en segundo término, el título que le precede en su filmografía. Hablamos de RIDE A CROOKED TRAIL (1958, Jesse Hibbs), también rodado para la Universal, con una estupenda gama cromática, y un atractivo uso del CinemaScope. La película se inicia de manera vibrante -en general, sus no muy numerosas secuencias de acción son magníficas-, con una persecución efectuada hacia el joven atracador Joe Maybe (Murphy), quien buscará esconderse de sus perseguidores en un paraje rocoso que da a un escarpado desnivel. Uno de sus perseguidores intentará buscarlo, con tan mala fortuna que caiga por el desfiladero, perdiendo la vida. Maybe, que ha huido corriendo, ya que perdió su caballo en una emboscada, montará el caballo del accidentado, dirigiéndose a una población, de la que desconoce que su poco ortodoxo juez -Kyle (el siempre deslumbrante Walter Matthau, en uno de sus primeros papeles cinematográficos)-, se encuentra buscando a los fallidos atracadores. Cuando este último sospecha -no sin razón- de Maybe, un golpe de suerte, hará caer de la silla del montar del caballo, la estrella de sheriff del agente desaparecido.

Ante un equívoco tan inesperado, como oportuno para salvarse de una segura detención y condena, Maybe aceptará asumir la falsa identidad del agente que ha muerto accidentalmente, aceptando la oferta de Kyle de asumir ese mismo cargo en la población. Muy pronto percibirá la singular personalidad de este juez, al tiempo que las formas de convivencia en la población, encontrando en ella la posibilidad de atracar más adelante su banco. Todo se complicará un poco ante la llegada de la joven Tessa (Gia Scala), que conoce a la perfección el pasado de Joe, ya que fue su amante, aunque actualmente se encuentre ligada sentimentalmente a Sam Teeler (Henry Silva) que, con su banda, ya tienen programado dicho asalto. Maybe simulará ante la población, que Tessa se trata de su esposa recién llegada, mientras que intentará acordar con Teeler un plan conjunto de asalto. Ello será percibido desde la distancia por el juez, pero un paulatino cambio de mentalidad, y la acción del pequeño huérfano Jimmy, serán el detonante para una nueva actitud en el protagonista, al tiempo que la apuesta suya y de Tessa, para una opuesta oportunidad de futuro. Y todo ello, en el contexto de una colectividad dominada por la transformación, con esas mujeres de las fuerzas vivas, ejerciendo casi como un tribunal integrador de aquellos a los que deben dar su beneplácito para asumir en su seno, o el detalle de los niños amigos de Jimmy, que no dudarán en tocar esa estrella que porta el protagonista, casi como metáfora de un tiempo pasado y añorado.

Contemplando RIDE A CROOKED TRAIL, uno se da cuenta, sobre todo, del gran momento que vivía el género, y la adaptación que en el mismo ejercieron los nuevos formatos de pantalla. La fuerza del Scope y la luminosidad y cromatismo brindada por la fotografía de Harold Lipstein, enriquecen una propuesta en la que se nota, y no poco, la buena mano plasmada en el guion de Borden Chase, brindando valiosos matices a una historia que sabe introducirse en el enfrentamiento del Oeste primitivo, y el que ofrece esa nueva comunidad -donde sus fuerzas vivas ya destacarán por la hipocresía de su comportamiento-, en la que la aplicación de la Ley, aún se encuentra en un estado embrionario, por medio de ese Juez que la ejerce de manera totalmente arbitraria, con resabios de ese periclitado primitivismo, y no poca intuición -una especie de precedente del Orson Welles de TOUCH OF EVIL (Sed de mal, 1957. Orson Welles)-.

En esta ocasión, se echa de menos, la presencia tras la cámara, de un profesional capaz de plasmar en la imagen, el caudal de sugerencias de su libreto argumental. No es el caso del discreto Jesse Hibbs, con una decena de largometrajes a sus espaldas -uno de ellos, ejerciendo como biografía de las hazañas bélicas del propio Murphy-, que muy pronto se insertaría en una tan extensa como discreta andadura, filmando episodios de series televisivas. No quiere ello decir que nos encontremos ante una película desprovista de interés. En modo alguno. La propia configuración del personaje de Matthaw aparece magnífica -sin duda dominada por la propia personalidad del intérprete-, o la presencia del pequeño Jimmy, por fortuna queda ausente de sentimentalismos, apareciendo como el pegamento dramático, a la hora de revertir ese lado oscuro del protagonista, con el que inesperadamente ha sido admitido en la comunidad. Ocurre sin embargo que, a mi modo de ver, la evolución y modificación en la relación establecida entre el protagonista y Tessa, adolece de falta de credibilidad, tanto en la oposición inicial que les define, como en la casi repentina inflexión que se ofrecerá entre ellos.

Esas carencias, si bien impiden un conjunto más homogéneo, no evitan disfrutar de no pocos momentos de buen cine. Instantes tan divertidos, como la escenificación de la borrachera que sobrellevan Joe y Mike en la barcaza del segundo -con esos impagables planos de los huevos fritos que se balancean sobre la mesa-, o ese pasaje en el que el protagonista ha de dormir en la bañera de la casa que se le proporciona, ante el rechazo de Tessa para compartir dormitorio. En su oposición, RIDE A CROOKED TRAIL eleva su tono cuando surge la tensión y la violencia en sus imágenes estalla ante la pantalla. Prueba de ello, la tendremos en el episodio en el que Joe se reunirá junto a la manada de ganado, que concluirá con el salvamento del pequeño Jimmy que, de manera involuntaria, ha espantado a varios de dichos animales. O, partiendo de la iniciativa del propio Jimmy, cuando por un disparo con su tirachinas, logre hacer caer la lámpara del salón e incendiando el entorno, cuando Maybe se encuentre a punto de ser detenido, al descubrirse su auténtica identidad, iniciando la auténtica catarsis del relato. Todo ello, en una película de aparente modestia, ajustado diseño de producción, quizá carente de un realizador con más nervio, pero que, en sus costuras, sabe transmitir ese estado convulso y de transformación, en una colectividad que se encuentra evolucionando, dejando de lado el uso indiscriminado de la violencia o la carencia de leyes pero que, en su defecto, asume en su seno el puritanismo inherente en una sociedad, en apariencia, más civilizada. No está nada mal, para un título en absoluto memorable, pero con más miga de la que pudiera parecer a primera vista.

Calificación: 2’5