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CINEMA DE PERRA GORDA

Lindsay Anderson

O LUCKY MAN! (1973, Lindsay Anderson) Un hombre de suerte

O LUCKY MAN! (1973, Lindsay Anderson) Un hombre de suerte

Recuerdo cuando a inicios de 1983, TVE proyectó O LUCKY MAN! (Un hombre de suerte, 1973). Supuso para mí un cierto desconcierto, máxime cuando empezaba a iniciarme mi pasión por el cine británico, quedándome en la retina algunas de sus imágenes, contando con apenas 17 años. Con motivo de dicha emisión televisiva, el llorado José María Latorre la destrozó literalmente, en las páginas de “Dirigido por…”, donde recibió muy bajas puntuaciones, con la excepción de José Enrique Monterde, quien tiempo después, aludía a la misma, señalando que era una película que “no sentaba bien”. Es probable que así fuera, dado que, en su presencia en el Festival de Cannes de 1973, no cosechó ningún galardón, quedando durante años como una auténtica patata caliente que, en definitiva, nadie se atrevía a recoger y analizar con pertinencia.

Ha pasado mucho tiempo, y este ha dado muchas vueltas, máxime en materia de análisis cinematográfico. Es algo que, por fortuna, ha favorecido la consideración de la cinematografía inglesa en su conjunto, y también a la hora de valorar una película, que tras haberla revisado, no solo no dudo en considerar como la gran obra de su realizador, sino una de las grandes películas británicas de la décadas de los setenta, hasta el punto de tener que reconocer que sus postulados satíricos, podrían ser trasplantados a la actualidad con apenas matices. Esa es la perdurabilidad de las grandes películas. Su vigencia, sabiendo trascender un marco de denuncia -en este caso, satírico-, para alcanzar una mirada global, implacable, en torno la opresión que la sociedad capitalista y de supuesto progreso, ejerce sobre el individuo.

Partiendo de una idea original del actor Malcolom McDowell -por el que nunca he sentido gran estima, aunque reconozco que aquí ofrece quizá el rol más brillante de su carrera-, moldeado como guion por el escritor David Sherwin, ofrece la premisa de prolongar la andadura existencial de Mike Travis, años después de su presentación cinematográfica en la muy galardonada y a mi juicio sobrevalorada IF… (Si, 1968), y que tendría un último exponente en la muy posterior BRITANNIA HOSPITAL (Idem, 1982), dominada la desmesura y la astracanada, con la que conformaría una extraña y singular trilogía. En cualquier caso, esa aura satírica que brinda Anderson en esta película, en cierto modo, entronca con una corriente ya presente en el cine de las islas desde los años sesenta, con propuestas de escasísimo fuste, como las mediocres HOW I WON THE WAR (Como gané la guerra, 1967) o la posterior THE BEST SITTING ROOM (1969), ambas de Richard Lester, u otras de mucha mayor envergadura, como la casi mítica MORGAN: A SUITABLE CASE FOR TREATMENT (Morgan, un caso clínico, 1966. Karel Reisz), o la injustamente ignorada y desconocida BEDDAZZLED (1967, Stanley Donen). Exponentes que rozaban con el nihilismo y el absurdo, y que muy poco después, darían paso al universo que retomaron con presteza los Monty Phiton, prolongando una de las corrientes, que han mantenido con altibajos, un universo de comedia dominado por su mordiente.

Dentro de dicho ámbito, creo que O LUCKY MAN! aparece casi como una obra puente, en la medida que queda inserta en el universo rabioso y demoledor de Anderson, dentro de ese ámbito satírico antes mencionado. Pero al mismo tiempo, aparece como una prolongación tanto de ese humor amable como el que representó en dicho país las comedias de la Ealing, como cierta herencia del burlesco cómico. Y es que, más allá de tender la ferocidad de su mirada crítica, la película es ante todo contemplativa. Mick Travis podría ser un personaje de cualquiera de las películas de Jerry Lewis -pienso en Wooly, el mago de THE GEISHA BOY (Tu, Kimi y yo, 1958. Frank Tashlin)-, el cine de Jacques Tatí, o incluso en el Peter Sellers de THE PARTY (El guateque, 1968. Blake Edwards). Es decir, nos encontramos ante un personaje, que es cierto que queda descrito como un arribista, buscando un triunfo profesional y personal, pero que se verá en todo momento superado por los acontecimientos que irá contemplando, y que el propio espectador vivirá, con una impagable mezcla de ironía e imperturbabilidad. Creo que es un matiz que no fue apreciado en el momento de su estreno, y resulta esencial para apreciar el alcance transgresor de una película que, es cierto, conserva un importante alcance discursivo, pero que sabe “masticarlo” con una extraña y personalísima envoltura fílmica que es la que, casi medio siglo después, le otorga toda su vigencia.

O LUCKY MAN! se inicia con una secuencia pregenérico que adelanta su carácter satírico, rodada en blanco y negro a la manera silente, y mostrando a un supuesto Travis, en medio de una planta cafetera, condenado a la amputación de sus manos por el robo de unos granos de café. Ello dará paso a uno de los elementos más característicos de la película, la presencia ocasional, de diversas canciones de Alan Price -en líneas generales magníficas, con especial mención a la que da título al relato, y la evocadora y triste Poor People, que resaltará y matizará con ironía todo lo que anteriormente nos han mostrado sus imágenes-. Dicha elección discursiva, le proporcionará una extraña personalidad, a los diferentes episodios protagonizados por Travis, desde sus inicios como joven y forzado representante de una marca de café, a través de su deambular por la Inglaterra del momento, viviendo diversas y casi tormentosas peripecias, que le llevarán a contemplar un accidente mortal, viendo como la policía se lleva las pertenencias del camión en que han chocado. Dormirá en una residencia donde se relacionará fugazmente con su joven dueña, recibiendo de un viejo y estrafalario huésped un traje confeccionado supuestamente en hilo de oro -luego se revelará que está realizado en nylon-. Asistirá a una fiesta nocturna poco recomendable. Será torturado en unas extrañas instalaciones. Estará a punto de ser sometido a peligrosas experimentaciones médicas. Se enamorará de la joven hija de un poderoso empresario -encarnado por una jovencísima Helen Mirren-. Asumirá el rol de asistente de este, lo que le llevará a ser condenado injustamente por estafa y, finalmente, se verá obligado a recorren las calles casi como un indigente, hasta que ese destino que le ha sido tan adverso, le proporcione el placer de la fama, aunque para ello tenga que recuperar a golpes la sonrisa ¡de manos del propio director, Lindsay Anderson!

Mordaz y transgresora en todo momento, insisto en esa voluntad de mantenerse en unos márgenes de contención, como base de la efectividad de su enunciado. La sensación de absurdo e impotencia que se vive, cuando Mike asiste impertérrito a ese accidente automovilístico, que le hace ver la muerte del conductor. La previa seducción a la que es objeto por la monitora Gloria Rowe (Rachel Roberts). La estupefacta vivencia de esa inexplicable tortura, que finalizará de la misma manera que llegó sobre él. El estremecedor y al mismo tiempo absurdo momento en que contempla junto al magnate Sir James Burguess (Ralph Richardson), la muerte de ese doctor enajenado por su desahucio laboral, que se llevará por delante al ayuda de cámara del financiero. Esa inesperada caída de una tubería, que impedirá, como era su deseo, que se consume un suicidio que, en el fondo, no importa a nadie. El agresivo rechazo que recibirá de los mendigos, cuando se dispone a repartir comida entre ellos, que parece retrotraernos el universo de LOS OLVIDADOS (1950) de Buñuel… Todo confluye en esa mirada, tan perturbadora y nihilista, como disolvente por la propia distancia con la que se expresa, y que no impedirá incluso que aparezcan instantes revestidos de extraña poesía, como esa secuencia descrita en una terraza de Londres, donde Mike confiese, ante la hija de Burguess, que se encuentra pintando en las paredes símbolos místicos, plasmando sus deseos por triunfar en la vida. U otros aterradores, como esa imagen escalofriante -que he mantenido en la memoria desde que contemplé la película por vez primera-, de ese ser humano con cuerpo de oveja, que se encuentra atado en una cama de experimentación, en el hospital donde Mike ha recalado. En sus mejores instantes, la película adquiere una hipnótica textura visual, permitiendo en su conjunto, que sus casi tres horas de duración, no acusen apenas baches narrativos -quizá aparezca a destiempo, esa fiesta nocturna, en la que sus asistentes den rienda suelta a sus pasiones sexuales-.

Producida -como IF- por la Memorial Entreprises, la audaz compañía creada por Albert Finney y Michael Medwin -al que podemos contemplar en la película en dos papeles, uno de ellos como noble finalmente reducido a la mendicidad-, hay en O LUCKY MAN! ciertos ecos de ese Free Cinema que ya había sido amortizado por el cine inglés. Ese pregenérico o las andanzas de Travis con el bosque con una rama, que nos remiten a TOM JONES (Idem, 1963. Tony Richardson). Los planos de viaje nocturnos y amaneceres, que no dejan de recordar el inolvidable CHARLIE BUBBLES (1968, Albert Finney). O esa reunión de Burgess con las autoridades un país indeterminado del tercer mundo, que parecen evocar THE LOVED ONE (Los seres queridos, 1965. Tony Richardson). Hay por otro lado una cierta querencia con el cine fantástico, en esa aura fabulesca que brindan sus imágenes, potenciada por una iluminación dominada por la lividez, y elementos como ese traje dorado que chirría, pero se integra en la narración, el episodio descrito en esas instalaciones que no sabremos si son nucleares, o en esa ya mencionada experimentación científica, que brindará a la película, su instante más impactante.

A esa aura libre y de fábula, contribuirá la intención del realizador, buscando que algunos de sus intérpretes encarnen varios personajes, contribuyendo al mismo tiempo a la distanciación que en todo momento pretende Anderson describir, de esa mirada, dominada por la misantropía, que establecerá en su obra más personal y lograda. La que ha perdurado con más homogeneidad con el paso del tiempo, y que culminará con ese happening de conclusión, en el que Travis, tras sufrir la atención e incluso la provocación del propio director, a la hora de encontrar al protagonista de su película -la misma O LUCKY MAN!-, concluirá con una fiesta, en la que todo quedará reducido a la más simple apariencia. Confieso que esa secuencia, para mí, adquiere un matiz muy especial, al ver en ella figuras por la que siento un gran respeto, conformando una involuntaria celebración, que casi podría establecer como un festivo funeral, ante unas formas y una corriente de aquel cine, que iba a casi desaparecer por completo.

Calificación: 4