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CINEMA DE PERRA GORDA

Mario Missiroli

LA BELLA DI LODI (1963, Mario Missiroli)

LA BELLA DI LODI (1963, Mario Missiroli)

LA BELLA DI LODI (1963), fue la única película filmada por el italiano Mario Missiroli (1934 – 2014), antiguo ayudando de dirección de Valerio Zurlini, y más adelante adentrado en una importante andadura como director teatral. Y, sobre todo, más allá de su alcance, de sus defectos y también de sus cualidades, no cabe duda que nos encontramos con una obra extraña, que unido al fracaso de público y crítica que vivió en el momento de su estreno, no obtuvo estreno en nuestro país, ni siquiera al amparo de las venideras sales de artes y ensayo ¿Qué nombres de prestigio habían en su ficha técnica?. Ninguno. Y en cierto modo no es de extrañar la negatividad de su recepción, ya que nos encontramos con una propuesta que combina –no siempre con acierto-, la sátira de costumbres urbanas italianas, el conflicto de clases, con nuevos sectores sociales emergentes, la llegada del consumismo en el progreso de la vida del país, y todo ello sometido a un ámbito narrativo, claramente heredado de la Nouvelle Vague, al que acompañará la poderosa impronta de un metálico blanco y negro de Tonino Delli Colli. La propia presencia como protagonista de Stefania Sandrelli, reciente aún su éxito en DIVORZIO ALL’ITALIANA (Divorcio a la italiana, 1961. Pietro Germi), quizá contribuyó a la desaprobación con la que fue recibida una sátira, que quizá no afina demasiado sus perfiles, olvidando la agudeza con la que se plantea la que bajo, mi punto de vista, aparece como premisa principal del relato –adaptado de una novela de Alberto Arbasino-; la plasmación de un juego de dependencias entre hombre y mujer, en la sociedad italiana del momento.

La película, que se trasladará a múltiples marcos de la geografía italiana, se inicia en la playa de Versilia, donde se producirá el encuentro entre Roberta (Sandrelli), y el poveri ma bello Franco Garbagnati (el español Ángel Aranda, en el que quizá sea su mejor rol en la gran pantalla). Se trata de un atractivo obrero que trabaja en una estación de servicio, y que de manera inesperada trabará una relación con esta burguesa, heredera de una pudiente familia. A partir del encuentro entre ambos, se iniciará una tempestuosa relación basada en constantes altibajos y enfrentamientos emocionales, que en cualquier caso irán diluyéndose hasta un apaciguamiento de la personalidad volcánica de ella, y la acepción de su nueva condición social por parte de Franco. En realidad, el atractivo –nada desdeñable- de LA BELLA DI LODI, reside precisamente en la manera con la que se plasma visualmente ese recorrido existencial de los dos protagonistas. Así pues, y dominado por esa aura luminosa tan lívida, propia de tantos títulos célebres del cine italiano, asistimos a las peripecias –juntas y separadas- de los componentes de la pareja, plasmadas de una manera inconexa y arbitraria, casi como si fueran viñetas en la existencia de sus dos personajes –con especial preponderancia en el retrato de Roberta-. Es curioso señalarlo, pero partiendo del abismo de valoración entre ambas películas, en cierto modo el film de Missiroli me parece un precedente “a la italiana”, de la obra cumbre de Stanley Donen TWO FOR THE ROAD (Dos en la carretera, 1967). Ese gusto por los saltos teporales, aunque en este caso si que sigan un orden cronológico, se producen constantemente en un relato dominado por una extrema frialdad, y en el que ninguno de los personajes –atención a la numerosa familia de Roberta-, logra empatizar con el espectador.

Por tanto, nos encontramos con una película que por momentos intenta evocar esa mirada demoledora puesta en práctica por Fellini, mientras que en otro quire insertarse en el ámbito satírico de nombres como Dini Risi o el ya citado Pietro Germi. Utilizando numerosos y turísticos exteriores italianos, con el aporte de no pocas canciones melódicas, nos permitirá asimismo esa mirada irónica, en trono a los usos y costumbres de esa sociedad que se enfrentaba a una supuesta modernidad –las carreras de coches, las vacaciones en la playa, las modernas edificaciones-, que sin embargo no alejaba por el camino los estereotipos del italiano típico –ese funcionario de prisiones atento a la lectura del periódico-. Será un ámbito en el que los dos protagonistas buscarán una inicial rebelión contra el entorno que les ha rodeado. Por un lado Roberta intentará evadirse del castrante círculo familia del que procede, casi proveniente de una screewall comedy, aunque mantenga una relación de confianza con su hermano Giorgio. Por su parte, Franco es un obrero consciente del atractivo que emana de su físico, no dudando en utilizarlo –atención a la brillante secuencia inicial, en la que seduce con facilidad a Roberta-, para lograr con él un progreso en sus aspiraciones laborales.

Y es en esa dicotomía, e incluso por encima de lo datada que por estética aparece envuelta la película -sobre todo, por que esas elecciones visuales y de montaje no obedecen a una lógica interna, como por el contrario presidían la obra maestra de Donen-, lo cierto es que al final, lo más perdurable de esta curiosa y por momentos subyugante LA BELLA DI LODI, aparece en la plasmación de esa extraña química vertida entre dos seres antitéticos, que poco a poco aparecerán revestidos de una cierta humanidad, curiosamente cuando el conformismo y la aceptación burguesa de Franco sea manifiesta –exteriorizándose en el cuidado de su vestimenta-, o poniéndose en práctica entre ambos una cierta complicidad de índole sexual –esos escarceos por debajo de la mesa del ya convertido esposo, mientras le sonríe con un deje de picardía-. Una relación, de la que curiosamente no se mostrará la ceremonia que los una –el cambio en su aspecto exterior, nos dará la pista de ese compromiso de pareja-, concluyendo con una extraña sensación agridulce, con un esposo que en apariencia parece dominar la situación, pero que en el fondo no ha hecho más que renunciar a su orígenes de clase.

Extraña, irregular, irónica en unos momentos, fallida en otros, no cabe duda que LA BELLA DE LODI aparece como una singularidad. Una rareza del cine italiano de su tiempo –que vivía un periodo de especial florecimiento-, aunando en su propuesta rasgos presentes en títulos de mayor popularidad, pero en otros asumiendo en su curiosa mezcolanza, al menos el marchamo de una rareza, digna de ser reseñada.

Calificación: 2’5