Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

Mark Rydell

THE RIVER (1984, Mark Rydell) Cuando el río crece

THE RIVER (1984, Mark Rydell) Cuando el río crece

Películas como THE RIVER (Cuando el río crece, 1984. Mark Rydell) son expresiones cinematográficas de aquellos rasgos que en su conjunto, vinieron a configurar la traslación en la pantalla de la denominada Era Reagan. Pero junto con ese componente ideológico de carácter reaccionario, hay que destacar que nos encontramos en plena crisis del lenguaje cinematográfico, que se extendió en la década de los ochenta, y por otra la presencia de esta producción como un vehículo estelar para un Mel Gibson casi recién llegado de su Australia natal, convirtiéndose muy pronto de un “sex-symbol” representativo de aquellos años, y revelando a partir de la década siguiente una incipiente madurez como intérprete, así como sus dotes como realizador.

En cualquier caso, creo que la conjunción de elementos antes citados, sirven para delimitar los perfiles por los que giró THE RIVER, para finalmente lograr un resultado que no pasa de discreto. Y es que las imágenes del film de Rydell se asemejan más al cuestionado SOMETIMES A GREAT NOTION (Casta invencible, 1970) de Paul Newman, que a referentes gloriosos del género Americana, como los que ofrecieron obras de King Vidor –AN AMERICAN ROMANCE (1944)-, John Ford –THE GRAPES OF WRATH (Las uvas de la ira, 1940)- o, de forma más cercana, Elia Kazan en WILD RIVER (Río salvaje, 1960). En este caso, nos encontramos con un argumento que se inicia con la inundación que sufren las tierras que Tom Garvey (Gibson), posee en el estado de Tennesse. A partir de dicho percance, tendrá que someterse a diversas y humillantes acciones, como la de subastar una recolectora a un precio muy bajo, puesto que el banco le niega un nuevo préstamo, al comprobar el que actualmente debe. Ello le obligará a trabajar en una central sidelúrgica en calidad de esquirol, mientras su mujer se encarga de mantener las tierras, sufriendo un accidente en el brazo. Garvey regresará a su casa con el dinero ganado –y tras ser escupido por la esposa de uno de los trabajadores que se encontraba en huelga-. Este retorno en apariencia le traerá la tranquilidad, pero muy pronto se recrudecerán problemas relacionados con Joe Wade (Scott Glenn), empeñado en comprar todas las tierras –entre las que se encuentra la de Tom-, para construir sobre ellas una gigantesca presa que ofreciera agua suficiente, a costa de anegar el valle. La tensión irá creciendo al sufrir además una lluvia torrencial, que supondrá la definitiva piedra de toque para el enfrentamiento entre el individualismo que representa Gibson, contra el indiscriminado avance del progreso manifestado en Glenn. Una contraposición que se definirá con maniqueísmo y esquematismo en ambas partes, dirimiéndose finalmente la película como un desaforado canto al conservadurismo rural, tan propio de la “América Profunda”.

Sin embargo, contra este considerable lastre, lo cierto es que THE RIVER despliega sus mejores armas a la hora de describir en sus imágenes la fisicidad del drama y la lucha contra las inclemencias del tiempo, mientras que ofrece una calculada ambigüedad al expresar los elementos de conflicto planteado. No hay que pedir más peras al olmo, el film de Rydell bebe bastante de una estética “bonita” que se muestra en la filmación de complacientes exteriores naturales –la magnífica fotografía de Vilmos Zsigmond es un importante aliado técnico-, que se contrapondrá sin sutileza a la sórdida vida de trabajador industrial ocasional que debe asumir Gibson. No estaba, ciertamente, el cine USA de aquellos años, para plantear situaciones de estas características con un mínimo de hondura y densidad. Pero pese a ese cúmulo de lugares comunes, cierto es que la película apuesta por un cierto aunque superficial clasicismo, ofrece la prestación de una excelente Sissy Spacek, y también en su metraje aparecen destellos de buen cine. Es algo que podremos comprobar, en la secuencia en la que Spacek sufre una herida con la rueda de un tractor y, en general, describe una narrativa bastante contenida.

Sin embargo, los servilismos al divismo de un miscasting Mel Gibson –desentona con su juvenil apostura, un entorno caracterizado por rostros cansados y trabajados-, en el que casi resulta cómico el exagerado escupitajo que el bello Mel sufre en su inmaculado rostro, prolongando esa larga carrera de humillaciones y tintes masoquistas que, curiosamente, ha definitivo su andadura cinematográfica, tanto frente como tras la cámara.

Calificación: 1’5