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CINEMA DE PERRA GORDA

Martin Campbell

GOLDENEYE (1995, Martin Campbell) Goldeneye

GOLDENEYE (1995, Martin Campbell) Goldeneye

Cuando han pasado ya diecisiete años desde su realización, y evocando el notable impacto que provocó en el momento de su estreno, no cabe duda que GOLDENEYE (1995, Martin Campbell) ha logrado superar con éxito no solo su presencia dentro de la mitomanía bondiana, sino su más que aceptable condición como film de acción, alejado en buena medida tanto de los modos narrativos casposos que caracterizaron el género pocos años antes, y los que invadirían y dinamitarían el mismo del mismo modo no mucho tiempo después –con la nefasta influencia de John Woo o Michael Bay-, caracterizadas por una atomización y abuso in extremis del montaje, como elemento sustitutorio de una auténtica puesta en escena.

Sin embargo, no cabe duda que si hay un elemento que permite recordar la película que comentamos, es la de suponer la puesta de largo del anteriormente televisivo Pierce Brosnan –popular ya desde la década de los ochenta por la serie “Remington Steele”-, en su primera de las cuatro encarnaciones que ofreció del agente creado por Ian Fleming. Y sin entrar en batallitas estériles sobre que intérprete ha sido el que mejor encarnara a dicho personaje, es de justicia reconocer que Brosnan brilla en su primera recreación del mismo –una elección para la que por cierto estuvo predestinado desde varios años atrás-, otorgando personalidad propia al rol. El Bond de Brosnan destaca por una dureza revestida de elegancia en la que ninguno otro de sus compañeros de personaje ha logrado superarle. En ciertas reseñas, se señala que para dar vida al agente secreto 007, utilizó como modelo el frío asesino soviético encarnado en la nada desdeñable THE FOURTH PROTOCOL (El cuarto protocolo, 1987, John Mackenzie), y justo es señalar que sí se detecta esa dureza. Esa dosis más mitigada de sentido del humor transmutada en un seca ironía, que combinada con la innegable apostura del intérprete –y que el personaje nunca dejará de lado-, y la aridez que se transmitirá ante todo en sus réplicas –también en algunas de sus actitudes y gestos-, conformarán un renacimiento que logró el beneplácito del público de manera abrumadora.

Como suele suceder en los títulos de la franquicia, también la secuencia inicial de GOLDENEYE sirve para atrapar al espectador desde el primer instante. Un inmenso plano general nos trasladará a una presa en la Unión Soviética, donde 007 –del que veremos inicialmente un primer plano de sus ojos en la pantalla ancha en que está rodada la película-, descenderá colgado de un arnés. Será el inicio de la operación de destrucción de una base para la que contará con la ayuda de su fiel compañero 006 –Alec Trevelyan (Sean Bean)-, quien sin embargo sucumbirá y morirá durante el contraataque. La acción se trasladará a nueve años después, encontrándonos con un Bond que es acosado en su automóvil –que discurre por la costa azul francesa-, por una de las controladoras, al tiempo que se producirá el primer encuentro –también conduciendo otro sofisticado automóvil rojo- con la que luego sabremos es una malvada componente de un grupo de poder soviético –Xenia Onatopp (Famke Janssen)-. La persecución, de forma inevitable nos recordará no solo el Bond de los sesenta. Incluso, con un poco de imaginación, nos podría retrotraer a la comedia de aventuras de lujo ejemplificada por la magnífica TO CATCH A THIEF (Atrapa a un ladrón, 1955. Alfred Hitrchock). Será un oportuno contraste tras unos brillantes títulos de crédito, descritos a partir de la ruina de estatuas y elementos que forjaron la revolución rusa, unidos a la brillante canción de Tina Turner. En definitiva, la agudeza de Martin Campbell se despliega casi desde el primer momento en una aventura más, en la que curiosamente destaca la deliberada huída de diálogos, aunque cierto es que en su debe se planteen determinados aspectos en su guión –sobre todo a la hora de establecer una un tanto maniqueísta división de soviéticos “buenos” y “malos”-, dentro de un contexto en el que funciona pura y simplemente una narrativa siempre eficaz, inserta en los cánones habituales de la serie. Así pues, asistimos a la presentación de los gadgets que en un determinado momento nuestro protagonista utilizará en situaciones apuradas, la inclusión de roles secundarios más o menos pintorescos, como el “friki” informático encarnado por Alan Cumming, o el veterano e irónico agente de la CIA incorporado por Joe Don Baker –a quien se deberá uno de los diálogos más divertidos del film, denominando a Bond “culito prieto inglés”-.

En GOLDENEYE, Bond se muestra más adusto y duro que de costumbre –magnífica la secuencia del encuentro con M (impecable Judi Dench)-, en cuyas réplicas se define en realidad el escaso aprecio que uno sienten por el otro, al tiempo que revelan la personalidad de nuestro agente; necesario pero poco recomendable. La película ofrecerá episodios en los que el verosímil está a punto de resultar difícil de encajar, pero que en última instancia se revelarán magníficos; la huída en la secuencia progenérico, en la que llegará a ocupar un avión cuando tanto el aparato como el propio agente se encuentren a punto de caer al vacío. Al mismo tiempo, su sequedad y dureza llegarán a confundir a su ayudante y, finalmente, enamorada, Natalya Simonova (Izabella Scorupco), cuando esta sea amenazada por el comando soviético encargado de establecer el robo de una incalculable fortuna –a través de una pequeña arma cuya denominación dará título al film-, al tiempo que crear una serie de armas aéreas, que tendrán su demostración más evidente en el tramo final del film –dominado por un impresionante diseño de producción-. Y entre ellos, aparecerá de manera inesperada el eterno amigo de Bond, Trevelyan el antiguo 006 que en estos nueve años decidió cambiar de bando, alegando para ello una especie de venganza ante la actitud que las autoridades inglesas establecieron con sus padres rusos al finalizar la II Guerra Mundial –reintegrándolos con el estalinismo-. Será un episodio magnífico, rodado entre un cúmulo de ruinas de lo que supuso el ya extinto imperio soviético. En este y otros fragmentos, es en donde se advierte la buena mano de Campbell –de filmografía no siempre regular, pero en su conjunto digna de un cierto reconocimiento-, capaz de planificar con un relativo gusto, utilizar con destreza la pantalla ancha y, ante todo, combinar el aspecto eminentemente espectacular de la función, con esos otros episodios intimistas que tienen su oportuno contrapunto con la imperturbable dureza esgrimida por el renacido agente. Si unimos a ello la eficacia que ofrece la presencia de la masoquista Xenia –mucho más eficaz que la Grace Jones de A VIEW TO A KILL (Panorama para matar, 1985. John Glen)-, que establecerá con Bond una serie de instantes de verdadera violencia casi sexual, y que morirá de manera inesperada… aunque quizá disfrutando de los últimos instantes de su existencia, obtendremos el conjunto de un film apreciable, la valía de franquicia renacida, el acierto total en la elección de su principal icono protagonista, y también –en su contra- ciertos elementos un tanto farragosos e innecesarios, que impiden que el disfrute de esta, con todo, atractiva película, alcance un nivel que, por momentos, se encuentra a punto de atisbar.

Calificación: 2’5

CASINO ROYALE (2006, Martín Campbell) Casino Royale

CASINO ROYALE (2006, Martín Campbell) Casino Royale

Como quiera que nunca me he considerado un especial seguidor de la larguísima y ritual sucesión de títulos que, desde 1962, han recreado en la pantalla grande las aventuras del famoso agente 007, emanado por la pluma del escritor Ian Fleming, de alguna manera mi valoración positiva de CASINO ROYALE (2006, Martín Campbell) puede que adquiera por ello un valor suplementario. No quiere esto decir que uno no haya disfrutado con títulos como FROM RUSIA WITH LOVE (Desde Rusia con amor, 1963. Terence Young) o GOLDFINGER (1964. Guy Hamilton), me haya divertido discretamente con la locura pop del anterior CASINO ROYALE (1966, Huston, Parrish, McGrath, Guest y Hughes), o incluso haya sonreído con la abierta caricatura que planteaba Roger Moore en un título como A VIEW TO A KILL (Panorama para matar, 1985. John Glen). Sin embargo, por lo general he sentido tanto recelo a la hora de esas citas casi anuales con las encarnaciones cinematográficas de James Bond, como con el ciclo de adaptaciones fílmicas basadas en novelas de Agatha Christie... Quizá en todo ello siempre haya quedado soterrado un componente de rebeldía ante el mero hecho del consumismo de rituales que te daba “masticada” la industria del espectáculo. Es más, en los títulos bondianos, parecían repetirse una serie de fórmulas que me parecían por lo general cansinas, aunque he de reconocer que valoro en la mera presencia de estas aventuras y en su impacto en la primera mitad de la década de los sesenta, el florecimiento de otras vertientes del cine de espías, que dio como fruto títulos tan interesantes como los que protagonizó el inusual detective Harry Palmer o las adaptaciones de obras de John Le Carré, que estoy seguro hubieran tenido una inferior capacidad de emerger a la pantalla, caso de que el impacto de la figura de Bond hubiera sido más mitigado.

 

Pues bien, toda esta andadura, evolucionada, actualizada, por lo general dotada de un notable equilibrio interno que la alterna con las nuevas corrientes del cine de acción, pero al mismo tiempo recuperando los mejores perfiles del cine de espías, e insertándola además dentro de un contexto actual, sin olvidar en ella la iconografía generada previamente, se da cita en esta afortunada realización de Martín Campbell. Campbell, un competente pero irregular artesano –con títulos atractivos como CRIMINAL LAW (Ley criminal, 1988) o THE MASK OF ZORRO (La máscara del zorro, 1998)-, autor de otra previa incursión dentro de este subgénero –GOLDENEYE (1997)-, es probable que haya conseguido con CASINO ROYALE (2006) el título más logrado de su filmografía hasta el momento y, quizá también –y en ello hay bastante consenso entre amplios sectores de la crítica-, una de las aportaciones más valiosas –sino la que más- de toda la filmografía bondiana ¿Cuáles son las causas que justifican este relativo entusiasmo? Serían varias, pero una de ellas sería la de saber ofrecer nuevos caminos en la evolución de su protagonista, al tiempo que marcar una evolución en el trazado de sus constantes aventuras, sin por ello renunciar –antes al contrario- con el pasado y la referencia que durante más de cuatro décadas ha mantenido su mitología en la pantalla.

 

Esa casi perfecta combinación se da de entrada ya en la secuencia pregenérico –rodada en blanco y negro-, que de manera percutante deja entrever un elemento que caracterizará esa nueva psicología del personaje que dominará la película; su absoluta deshumanización, convertido en un sujeto provisto de una inusual animalidad, despojado en esta ocasión de cualquier componente caballeresco, irónico y / o glamouroso. Ni que decir tiene que el breve fragmento vaticina una nueva visión del agente secreto, adecuándolo a unos tiempos actuales en los que quizá el romanticismo de otros generaciones –incluso en facetas tan poco recomendables como esta- se encontraban presentes. Tras ello se sucederán unos brillantísimos títulos de crédito, de los más cuidados de todo el ciclo Bond, que nos reencuentra con la tradición, siquiera sea en una faceta secundaria en el conjunto de cada uno de sus exponentes, aunque precisamente constituya uno de sus perfiles estéticos –junto a la canción de rigor- más apreciado y reclamado por los aficionados a la serie.

 

A partir de ese momento, las casi dos horas y media de metraje de CASINO ROYALE –que justo es reconocer, se devoran con avidez-, combinan en su desarrollo una serie de secuencias de acción perfectamente delimitadas –la primera de ellas tendrá como culminación una persecución ante dos grúas de enormes dimensiones-, cuya planificación seguirá los parámetros de referencias como las temibles adaptaciones de la saga Bourne, aunque se encuentren menos dominadas por el plano corto, y lleguen a atisbar un mínimo de credibilidad dentro de sus acrobáticas composiciones. Pero lo importante, lo decisivo en este caso concreto, se centra en dejar como lugar complementario esta querencia por el cine de acción, e inclinándose por el contrario por un cuidado trazado psicológico de la figura del agente. Un hombre que en esta cuestión se describe como un auténtico, frío y calculador asesino. Una verdadera máquina para matar, que no duda ejercer su poder aunque ello lleve a los responsables del film a poner en práctica una arriesgada formulación que rompe de alguna manera con los modos más elegantes y distinguidos del personaje, encaminándolo a unos terrenos mucho más oscuros y sombríos. Por fortuna, el espectador ha sabido entender, apreciar y captar este cambio, ya que el éxito del film ha sido rotundo, conllevando dicha apreciación la aceptación de la magnífica labor que proporciona el debut del espléndido actor que siempre ha sido Daniel Craig, a la hora de retomar la herencia que iniciara Sean Connery, encarnara en una sola ocasión George Lazemby y Timothy Dalton, mientras que tuviera otros dos representantes en Roger Moore y Pierce Brosnan. Craig compone una mezcla de animalidad y ausencia de sentimientos, que en la película solo tendrá una excepción en la progresiva relación que le mantendrá unida a Vesper Lynd (Eva Green), ayuda por parte de la organización de los servicios secretos británicos que tiene en M (estupenda Judy Dench) su enlace con dicha organización. Es probable, a este respecto, que este oscurecimiento de los perfiles del personaje central, se integre asimismo en la tendencia registrada en los últimos años, que ha tenido sus propias expresiones cinematográficas en las últimas encarnaciones de superhéroes como Batman –THE DARK SIDE (El caballero oscuro, 2008. Christopher Nolan), SUPERMAN RETURNS (2006. Bryan Singer) o incluso las últimas propuestas basadas en Spider Man.

 

Todo ello se centrará en esta película, en la lucha de Bond contra un pérfido villano de refinados modales –Le Chiffre (excelentemente encarnado por Mads Mikkelsen)-, obligado a ganar las apuesta de una partida de cartas protagonizada por jugadores provistos de gran fortuna, para con ello responder a una deuda que mantiene con representantes del terrorismo internacional. Una de las grandes virtudes, a mi juicio, de este CASINO ROYALE, reside en haber proporcionado el principal motor de la intriga de la película al extenso desarrollo de esa apasionante partida, en detrimento de la presencia de episodios de acción. Sé que algunos otros comentaristas objetan precisamente lo contrario, pero a mi modo de ver la máxima tensión del film se ofrece de manera soterrada, en ese juego de miradas y sospechas constantes centradas entre Bond y Le Chiffre, aportando a la función una manera de entender la intriga y tensión fílmica, inhabitual por lo general en el conjunto de los presentes del cine bondiano.

 

Es algo que no impide que el conjunto del metraje nos retrotraiga a diferentes ambientaciones turísticas y sofisticadas –que son mostradas con un cierto tono fotográfico cercano al emanado en los orígenes cinematográficos del personaje-, o que hagan acto de presencia ciertos gadgets habituales en su iconografía. Pero tanto una u otra vertiente adquieren en esta ocasión una viveza única, quedando por un lado integrados por completo en una acción que presenta personajes de doble juego como Mathis, encarnado de manera esplendida por Giancarlo Giannini. Y es que pasado, presente y también un sendero de futuro, se da cita en este notable espectáculo revestido de sombríos perfiles, que culminará con una asombrosa set pièce desarrollada en Venecia, sirviendo para cerrar con un gran sentido del espectáculo una aventura que en realidad queda abierta a un desarrollo ulterior, y que prolongará en esa larga y aciaga sucesión de amores trágicos vivida por nuestro protagonista -quien poco antes planteaba con Vesper abandonar de una vez por todas una profesión que le había convertido simple y llanamente en una máquina de matar-. Pero antes, tendrá que vivir en carne propia una de las secuencias más crueles jamás sufridas por el personaje en toda su andadura previa –a su lado la infringida en GOLDFINGER aparece como un simple juego de niños-, en la que pondrá en tela de juicio su propia masculinidad futura, al tiempo que se manifestará un componente sadomasoquista de carácter homosexual por parte de Le Chiffre.

 

En los últimos instantes del film, Bond tendrá que recapitular –a tenor de las conclusiones que le facilitará su allegada M- sobre el alcance de la traición que en apariencia le había infringido la joven en la que había confiado, y a la que intentó salvar de una muerte segura con todas sus fuerzas, entendiendo que su reprobable actitud en el fondo encubría una desesperada acción para salvarle la vida. Será el punto de partida que permitirá a nuestro protagonista proseguir su andadura, dentro de un título que ha sabido aunar lo mejor de esa dilatada aportación cinematográfica del conocido agente secreto, proporcionando a partir de las influencias de los últimos giros del cine de acción, una visión de futuro en la que bastante tiene que ver el actual estado sociopolítico internacional. He aquí que bajo la pauta de un cuidado cine de consumo, el film de Martín Campbell se sitúa muy por encima tanto de las entregas del personaje de Jason Bourne, e incluso de tanto título de acción protagonizados por las estrellitas y luminarias del momento –Damon, Clooney, DiCaprio-, comprometidas con modos superficiales con la lucha contra la locura de los tiempos actuales. Y es que no se trata de vender mensajes, sino de hacer buen cine en el que quepa una capacidad para la reflexión. Algo que, de manera aplastante, logra este CASINO ROYALE.

 

Calificación: 3