Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

Michael Winner

WEST 11 (1963, Michael Winner) Distrito 11

WEST 11 (1963, Michael Winner) Distrito 11

“Soy un leproso emocional”. Así se manifestará Joe Beckett (un magnífico Alfred Lynch) el joven protagonista de WEST 11 (Distrito 11, 1963), una de las primeras y, a no dudar, más interesantes películas del británico Michael Winner. En realidad, nos encontramos ante la adaptación de una novela de la escritora Laura del Rivo, tamizada por la poderosa mirada del tándem de escritores y guionistas, formado por Keith Watherhouse y Willis Hall, describiendo el proceso de búsqueda de una razón existencial, para un muchacho que ha ido perdiendo cualquier contacto con los sentimientos, en su vivencia sobre un Londres, entregado a los efluvios de Swinging London, descrito bajo una mirada absolutamente desoladora. Ese es, bajo mi punto de vista, el gran hallazgo de esta pequeña película, definida en una precisa y sombría mirada, en torno a esa sociedad en apariencia abierta y renovada pero que, en el fondo, no solo prorroga sus peores vicios, sino que además aglutinará la banalidad de unas nuevas generaciones, en el fondo dormidas por aparente ritos de rebelión aunque, en el fondo, estén dominadas por la alienación -esas fiestas y multitudinarios bailes nocturnos-.

Será todo ello, un ámbito exterior y de costumbres, plasmado con auténtica intensidad por la cámara de un inspirado Winner, en muy pocas ocasiones tentado por el énfasis y sí, por el contrario, por establecer un marco absolutamente oscuro y desprovisto de humanidad, encontrando un aliado de excepción, en la dura y contrastada iluminación en blanco y negro del gran Otto Heller. Es por ello, que WEST 11, se iniciará un inmenso plano general aéreo, mostrando los barrios obreros e impersonales de Londres. A partir de ahí, la cámara se recreará en el tedioso y nihilista modo de vida de Beckett. Un muchacho ausente y carente de sentimientos. Que va de mujer en mujer, y carece de capacidad para desempeñar sus trabajos -lo veremos en los primeros instantes del relato, abandonando su poco estimulante empleo en una tienda de ropa-. Hospedado en un apartamento de mala muerte, y ubicado en un viejo edificio comandado por una desagradable mujer -encarnada por la hammeriana Freda Jackson-. Un panorama de vida que se agudizará por su carencia económica -llegará a mantener deudas de su alquiler-, y en el que el destino le hará conocer al ya maduro y antiguo oficial Richard Dyce (soberbio Eric Portman). Este muy pronto exteriorizará tanto su carisma, como su poco recomendable oportunidad, brindando a Joe la posibilidad de que trabaje con él. La angustia existencial -y material- del muchacho, unido al engaño que descubrirá por parte de la que ha sido su pareja -Ilsa (Kathleen Breck)-, romperá sus reticencias, aceptando las propuestas de Dyce de asesinar a su anciana tía para, con ello, ser su instigador el receptor de su herencia, dando forma lo que podría ser un crimen perfecto. Todo conducirá en una situación límite por parte de Beckett, aceptando cometer un crimen que, en el último momento, rechazará. Pero que el mismo destino, le hará enfrentarse a una inesperada muerte accidental. Será el inicio de su catarsis personal y, en el último momento, una casi inmediata evolución personal, asumiendo las consecuencias de su pasado, para construir un proyecto de futuro, en el que, de manera inesperada, se encontrará de nuevo Ilsa.

En medio de esa sencilla base argumental, lo cierto es que WEST 11, en el fondo, centra la fuerza de su engranaje dramático, en el retrato de ese joven nihilista, que recorre las calles de Londres, sin sentimientos ni esperanza. Que no demostrará el más mínimo apego ante la inesperada visita de su madre -uno de los mejores pasajes de la película-. Que coqueteará brevemente con una rubia madura y aún deseable -Georgia, encarnada por una convincente Diana Dors-. Y que, en un momento dado, visitará a un sacerdote, viejo amigo de su madre, quizá con la única intención, de reafirmarse en su lejano abandono de la fe católica, aunque en la entrada al templo no evite santiguarse -un magnífico detalle inserto en un segundo término-. Todo ello, conformará un relato muy bien construido, de alcance contemplativo, en el que poco a poco, el espectador va sintiendo en carne propia, el drama interno vivido por su protagonista que, en no pocos momentos, parece sacado de la literatura de Albert Camus o Samuel Beckett -y quizá su propio apellido denote una pista de ello-. A partir de esa angustia interior, que llegará a hacerse irrespirable, el discurrir de WEST 11 se irá enriqueciendo con la presencia de esa galería de personajes secundarios, conformando en su interacción con Joe, y logrando en su conjunto, plasmar la mirada a esa otra sociedad inglesa, en la que apenas habrá resquicio a la esperanza, más allá de esa agridulce conclusión, en la que la sencillez, el patetismo y la lucidez, irá barnizada de una extraña pátina de ternura.

Pero hasta que llegue ese momento. Hasta que se inicie de manera inesperada ese reinicio existencial por parte de Joe -cuando se encuentra a punto de llevar a cabo el crimen contra la anciana-, lo cierto es que la película de Winner supone una mirada revestida de tristeza y oscuridad emocional, e incluso física. Da igual que esa sensación se manifieste en la deteriorada habitación que este utiliza, o en la melancolía de los apartamentos que frecuenta. O incluso en esas alienantes juergas nocturnas, expresión máxima de un escapismo, que encubren ese vacío existencial propio de su tiempo. Siempre he pensado que la grandeza del cine británico, se centró mucho más que en otras cinematografías, en la extraordinaria interconexión que se fue produciendo, a través de una serie de variantes genéricas y temáticas. En el caso de estos dramas urbanos, descritos en la sociedad urbana inglesa de los 60, este enunciado no puede más que ratificarse. Y es que, analizando la enorme diversidad -y brillantez-, de estos relatos, podemos concluir en el hecho de que, a grandes rasgos, estos no aparecían, más que como variaciones sobre un mismo tema, efectuando en su conjunto, una mirada global, de tanta valía cinematográfica -algo por lo general solo reconocido, y no siempre, en los últimos años-, como peso sociológico, por el acierto de plasmar en esta ocasión el grado convulso, de una sociedad en apariencia dominada por una determinada alegría de vivir.

Por eso, al contemplar esta desconocida y notable WEST 11, uno no deja de percibir que el impactante instante, en el que Joe conocerá la noticia de la muerte de su madre -poco antes, ha estado con ella por última vez-, nos evocará otro anuncio de similar calado, plasmado en el instante más valioso de la previa BILLY LIAR (Billy el embustero, 1962. John Schlesinger) -no olvidemos que ambas películas, comparten el tandem de guionistas, formado por Watherhouse y Hall-. Pero es que la hermosa y melancólica secuencia del protagonista y su madre en un parque, parece preludiar, por lo sombrío, un episodio bastante similar, protagonizado por Richard Burton y Michael Hordern, en la magnífica THE SPY WHO CAME IN FROM THE COLD (El espía que surgió del frío, 1965. Martin Ritt) -de hecho, la tonalidad de las secuencias londinenses del film de Ritt, parecen inspirarse en la película que nos ocupa-. Ello, sin olvidar lo que determinadas secuencias de este relato, retoman de la inmediatamente precedente, y magnífica THE L-SHAPED ROOM (La habitación en forma de L, 1962. Bryan Forbes).

Es cierto que WEST 11, adolece de la presencia de un par de roles secundarios, desprovistos de suficiente trazado, y carentes de empatía -me refiero tanto al extraño ayudante de Dyce, como a ese siniestro alcahuete, perpetuo cliente de la taberna-. Incluso se le puede reprochar la plasmación de unas casi inmediatas -y poco creíbles- pesquisas policiales, cuando Joe aún está retornando a Londres, leyendo la noticia de prensa en el trayecto. Sin embargo, ello no es óbice para destacar una película comúnmente ignorada, en la que en todo momento se encontrará presente esa mirada analítica, en torno a la realidad del país en aquel momento -el racismo latente en la Inglaterra urbana, la fuerza alienante de las masas en torno al fútbol-. Un gusto por el detalle -ese pequeño juego de ajedrez, que tanta importancia tendrá a lo largo del relato-. O la intensidad que revelan, buena parte de sus secuencias ‘a dos’, como aquella en la que Georgia se desnuda emocionalmente a Joe, revelando incluso que tiene un hijo, y que concluirá de manera condescendiente por parte de este, accediendo a acostarse con ella.

Sin embargo, en el conjunto de la galería humana que pueblan los fotogramas de esta película, no me gustaría dejar de destacar al ajado y anciano mr. Gash (espléndido Finlay Currie). Un hombre amable, culto y desahuciado, que un día tuvo en sus manos la seguridad y una existencia cómoda, y lo dejó todo en busca de la verdad. Será un detonante, para que en un momento dado Beckett huya de ese entorno. Y será, del mismo modo, otra referencia más, ya que, en su trazado, uno no puede por menos, que intuir, se encuentra un precedente masculino, de la anciana protagonista, encarnada cuatro años después, por una memorable Edith Evans, en la magnífica THE WISPERERS (1967, Bryan Forbes), en la que, por cierto, también participaba Eric Portman. Una vez más, las eternas conexiones del cine británico.

Calificación: 3

WEST 11 (1963, Michael Winner) Distrito 11

WEST 11 (1963, Michael Winner) Distrito 11

“Soy un leproso emocional”. Así se manifestará Joe Beckett (un magnífico Alfred Lynch) el joven protagonista de WEST 11 (Distrito 11, 1963), una de las primeras y, a no dudar, más interesantes películas del británico Michael Winner. En realidad, nos encontramos ante la adaptación de una novela de la escritora Laura del Rivo, tamizada por la poderosa mirada del tándem de escritores y guionistas, formado por Keith Watherhouse y Willis Hall, describiendo el proceso de búsqueda de una razón existencial, para un muchacho que ha ido perdiendo cualquier contacto con los sentimientos, en su vivencia sobre un Londres, entregado a los efluvios de Swinging London, descrito bajo una mirada absolutamente desoladora. Ese es, bajo mi punto de vista, el gran hallazgo de esta pequeña película, definida en una precisa y sombría mirada, en torno a esa sociedad en apariencia abierta y renovada pero que, en el fondo, no solo prorroga sus peores vicios, sino que además aglutinará la banalidad de unas nuevas generaciones, en el fondo dormidas por aparente ritos de rebelión aunque, en el fondo, estén dominadas por la alienación -esas fiestas y multitudinarios bailes nocturnos-.

Será todo ello, un ámbito exterior y de costumbres, plasmado con auténtica intensidad por la cámara de un inspirado Winner, en muy pocas ocasiones tentado por el énfasis y sí, por el contrario, por establecer un marco absolutamente oscuro y desprovisto de humanidad, encontrando un aliado de excepción, en la dura y contrastada iluminación en blanco y negro del gran Otto Heller. Es por ello, que WEST 11, se iniciará un inmenso plano general aéreo, mostrando los barrios obreros e impersonales de Londres. A partir de ahí, la cámara se recreará en el tedioso y nihilista modo de vida de Beckett. Un muchacho ausente y carente de sentimientos. Que va de mujer en mujer, y carece de capacidad para desempeñar sus trabajos -lo veremos en los primeros instantes del relato, abandonando su poco estimulante empleo en una tienda de ropa-. Hospedado en un apartamento de mala muerte, y ubicado en un viejo edificio comandado por una desagradable mujer -encarnada por la hammeriana Freda Jackson-. Un panorama de vida que se agudizará por su carencia económica -llegará a mantener deudas de su alquiler-, y en el que el destino le hará conocer al ya maduro y antiguo oficial Richard Dyce (soberbio Eric Portman). Este muy pronto exteriorizará tanto su carisma, como su poco recomendable oportunidad, brindando a Joe la posibilidad de que trabaje con él. La angustia existencial -y material- del muchacho, unido al engaño que descubrirá por parte de la que ha sido su pareja -Ilsa (Kathleen Breck)-, romperá sus reticencias, aceptando las propuestas de Dyce de asesinar a su anciana tía para, con ello, ser su instigador el receptor de su herencia, dando forma lo que podría ser un crimen perfecto. Todo conducirá en una situación límite por parte de Beckett, aceptando cometer un crimen que, en el último momento, rechazará. Pero que el mismo destino, le hará enfrentarse a una inesperada muerte accidental. Será el inicio de su catarsis personal y, en el último momento, una casi inmediata evolución personal, asumiendo las consecuencias de su pasado, para construir un proyecto de futuro, en el que, de manera inesperada, se encontrará de nuevo Ilsa.

En medio de esa sencilla base argumental, lo cierto es que WEST 11, en el fondo, centra la fuerza de su engranaje dramático, en el retrato de ese joven nihilista, que recorre las calles de Londres, sin sentimientos ni esperanza. Que no demostrará el más mínimo apego ante la inesperada visita de su madre -uno de los mejores pasajes de la película-. Que coqueteará brevemente con una rubia madura y aún deseable -Georgia, encarnada por una convincente Diana Dors-. Y que, en un momento dado, visitará a un sacerdote, viejo amigo de su madre, quizá con la única intención, de reafirmarse en su lejano abandono de la fe católica, aunque en la entrada al templo no evite santiguarse -un magnífico detalle inserto en un segundo término-. Todo ello, conformará un relato muy bien construido, de alcance contemplativo, en el que poco a poco, el espectador va sintiendo en carne propia, el drama interno vivido por su protagonista que, en no pocos momentos, parece sacado de la literatura de Albert Camus o Samuel Beckett -y quizá su propio apellido denote una pista de ello-. A partir de esa angustia interior, que llegará a hacerse irrespirable, el discurrir de WEST 11 se irá enriqueciendo con la presencia de esa galería de personajes secundarios, conformando en su interacción con Joe, y logrando en su conjunto, plasmar la mirada a esa otra sociedad inglesa, en la que apenas habrá resquicio a la esperanza, más allá de esa agridulce conclusión, en la que la sencillez, el patetismo y la lucidez, irá barnizada de una extraña pátina de ternura.

Pero hasta que llegue ese momento. Hasta que se inicie de manera inesperada ese reinicio existencial por parte de Joe -cuando se encuentra a punto de llevar a cabo el crimen contra la anciana-, lo cierto es que la película de Winner supone una mirada revestida de tristeza y oscuridad emocional, e incluso física. Da igual que esa sensación se manifieste en la deteriorada habitación que este utiliza, o en la melancolía de los apartamentos que frecuenta. O incluso en esas alienantes juergas nocturnas, expresión máxima de un escapismo, que encubren ese vacío existencial propio de su tiempo. Siempre he pensado que la grandeza del cine británico, se centró mucho más que en otras cinematografías, en la extraordinaria interconexión que se fue produciendo, a través de una serie de variantes genéricas y temáticas. En el caso de estos dramas urbanos, descritos en la sociedad urbana inglesa de los 60, este enunciado no puede más que ratificarse. Y es que, analizando la enorme diversidad -y brillantez-, de estos relatos, podemos concluir en el hecho de que, a grandes rasgos, estos no aparecían, más que como variaciones sobre un mismo tema, efectuando en su conjunto, una mirada global, de tanta valía cinematográfica -algo por lo general solo reconocido, y no siempre, en los últimos años-, como peso sociológico, por el acierto de plasmar en esta ocasión el grado convulso, de una sociedad en apariencia dominada por una determinada alegría de vivir.

Por eso, al contemplar esta desconocida y notable WEST 11, uno no deja de percibir que el impactante instante, en el que Joe conocerá la noticia de la muerte de su madre -poco antes, ha estado con ella por última vez-, nos evocará otro anuncio de similar calado, plasmado en el instante más valioso de la previa BILLY LIAR (Billy el embustero, 1962. John Schlesinger) -no olvidemos que ambas películas, comparten el tandem de guionistas, formado por Watherhouse y Hall-. Pero es que la hermosa y melancólica secuencia del protagonista y su madre en un parque, parece preludiar, por lo sombrío, un episodio bastante similar, protagonizado por Richard Burton y Michael Hordern, en la magnífica THE SPY WHO CAME IN FROM THE COLD (El espía que surgió del frío, 1965. Martin Ritt) -de hecho, la tonalidad de las secuencias londinenses del film de Ritt, parecen inspirarse en la película que nos ocupa-. Ello, sin olvidar lo que determinadas secuencias de este relato, retoman de la inmediatamente precedente, y magnífica THE L-SHAPED ROOM (La habitación en forma de L, 1962. Bryan Forbes).

Es cierto que WEST 11, adolece de la presencia de un par de roles secundarios, desprovistos de suficiente trazado, y carentes de empatía -me refiero tanto al extraño ayudante de Dyce, como a ese siniestro alcahuete, perpetuo cliente de la taberna-. Incluso se le puede reprochar la plasmación de unas casi inmediatas -y poco creíbles- pesquisas policiales, cuando Joe aún está retornando a Londres, leyendo la noticia de prensa en el trayecto. Sin embargo, ello no es óbice para destacar una película comúnmente ignorada, en la que en todo momento se encontrará presente esa mirada analítica, en torno a la realidad del país en aquel momento -el racismo latente en la Inglaterra urbana, la fuerza alienante de las masas en torno al fútbol-. Un gusto por el detalle -ese pequeño juego de ajedrez, que tanta importancia tendrá a lo largo del relato-. O la intensidad que revelan, buena parte de sus secuencias ‘a dos’, como aquella en la que Georgia se desnuda emocionalmente a Joe, revelando incluso que tiene un hijo, y que concluirá de manera condescendiente por parte de este, accediendo a acostarse con ella.

Sin embargo, en el conjunto de la galería humana que pueblan los fotogramas de esta película, no me gustaría dejar de destacar al ajado y anciano mr. Gash (espléndido Finlay Currie). Un hombre amable, culto y desahuciado, que un día tuvo en sus manos la seguridad y una existencia cómoda, y lo dejó todo en busca de la verdad. Será un detonante, para que en un momento dado Beckett huya de ese entorno. Y será, del mismo modo, otra referencia más, ya que, en su trazado, uno no puede por menos, que intuir, se encuentra un precedente masculino, de la anciana protagonista, encarnada cuatro años después, por una memorable Edith Evans, en la magnífica THE WISPERERS (1967, Bryan Forbes), en la que, por cierto, también participaba Eric Portman. Una vez más, las eternas conexiones del cine británico.

Calificación: 3