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CINEMA DE PERRA GORDA

Mike Leigh

VERA DRAKE (2004, Mike Keigh) El secreto de Vera Drake

VERA DRAKE (2004, Mike Keigh) El secreto de Vera Drake

Pese a mi reconocida admiración hacia el cine realista británico, que tuvo su exponente más sólido en ese Free Cinema representado en las obras de Reisz, Richardson y otros nombres de aportación más esporádica, no he tenido demasiadas ocasiones para seguir la trayectoria de Mike Leigh. Y uno ambas afirmaciones ya que considero que el escasísimo muestreo de obras suyas que he visto y algunas referencias bastante fiables, me permite afirmar que en su trayectoria se define el exponente más sólido con que esta tendencia se ha manifestado en el cine británico de los últimos años.

Caracterizado por una reconocida trayectoria en el drama televisivo, y debutante en la gran pantalla con BLEAK MOMENTS (1971) –que pudo realizar gracias a la financiación de su paisano, el gran actor Albert Finney (el principal icono interpretativo de aquel movimiento cinematográfico)-, es interesante señalar que no es hasta la entrada de la década de los noventa cuando el nombre de Leigh se legitima plenamente, especialmente a raíz del logro de la Palma de Oro del Festival de Cannes 1996, con la magnífica SECRET & LIES (Secretos y mentiras, 1996).

Fue precisamente aquel título mi primer contacto con el cine de Leigh, y claramente se emparenta con VERA DRAKE (El secreto de Vera Drake, 2004) en lo que tiene de aplicación de unos rigurosos métodos cinematográficos, una puesta en escena centrada en una sobria y contenida dramatización, una demostrada capacidad descriptiva, extraordinaria dirección de actores y disección de un entorno familiar que es violentado con la presencia de una circunstancia que pondrá a prueba a sus componentes. En la medida que estos elementos confluyen en un producto que alcanza sus objetivos y sabe transmitir al espectador con total honestidad y sinceridad una historia que se prestaba a los más temibles excesos, hay que reconocer que nos encontramos ante una excelente película –logró el León de Oro en el Festival de Venecia 2004 y una enorme relación de galardones en diferentes facetas y convocatorias-, y uno de los títulos más sólidos surgidos en el cine de la primera mitad en la década inicial de nuestro siglo.

Basada en una historia real y dividida en dos mitades de casi similar extensión –la segunda de ella es algo más extensa-, la primera de estas se caracteriza por un prisma esencialmente descriptivo. En ella se muestra el pequeño mundo lleno de grisura que rodea la por otro lado optimista existencia de la protagonista –memorable, conmovedora Imelda Staunton-. Mujer menuda, bondadosa, esposa y madre de una familia obrera del Londres de 1950, Vera está casada con Stan (Phil Davis) y tiene dos hijos. También sobrevive su madre, que vive sola en su propia vivienda pero a la que cuida con sus constantes visitas, al igual que sucede con otras tantas personas de su entorno. Y esa capacidad de ayuda se extiende a otras jóvenes que tienen embarazos no deseados, a las que practica abortos sin recibir dinero a cambio. La película deja claro –y su magnífico plano final es explícito al respecto para toda su familia-, que en ello tiene un peso fundamental la existencia de su propia hija –Ethel (Alex Kelly)-, que manifiesta claramente su cercanía al retraso mental.

Ya en este fragmento inicial destaca la justeza en la descripción de los trazos psicológicos de los principales personajes –el guión es obra del propio Leigh-, una certera, cuidada y medida planificación en la que no se detectan fisuras, la densidad con la que se entrelazan todos los partícipes en la historia narrada y una excelente ambientación que destaca por no ofrecer en ningún momento gratificantes elementos de lucimiento del departamento escenográfico –incluso en las secuencias de exteriores apenas se registran planos complacientes en este sentido-. En ello podemos basar las enormes diferencias que separan esta película de títulos en su momento aclamados pero de notables limitaciones bajo su aparente similitud –es el caso de MY LEFT FOOT (Mi pie izquierdo, 1989. Jim Sheridan) por ejemplo-.

 

Será ya en este fragmento inicial donde se nos mostrarán con una inusual cotidianeidad las actividades abortistas de Vera, ejecutadas con tanta convicción como experiencia y envueltas en su amable personalidad, realizadas por mediación de su interesada y antipática amiga de la infancia –Lily (Ruth Sheen)-. Precisamente la complicación que se desarrolla en su última intervención –cuya madre casualmente es de las pocas que conocía personalmente a Vera-, llevará a la joven a ser hospitalizada e intervenida quirúrgicamente y, con ello, abrir la investigación policial. Las pesquisas muy pronto darán con la pista de Vera, que será interceptada mientras celebra con su familia el tan deseado compromiso de su hija. En un primer plano sostenido sobre su rostro –la sensibilidad de la Staunton en esos momentos es realmente estremecedora- ella misma comprenderá que su mundo se desmorona cuando va a ser detenida por la policía. En todo momento, y aún bañada en lágrimas se mostrará colaboradora con unos agentes -especialmente el Inspector Webster (sensacional Peter Wight)- que llegarán incluso a mantenerse incómodos a la hora de detenerla ante la incredulidad de una familia que aún no sabe a que se debe esa intromisión policial.

Una vez expuestos los mimbres del drama –que quizá adquiere una mayor consistencia al suceder a un metraje que ejerce como anticipo más o menos ligero y amable-, este se desarrollará con tanta lógica como pudor emocional. Desde la herida que se establece en el círculo familiar –cicatrizada con mayor celeridad de lo previsible, y en la que será relevante la adhesión del prometido de Ethel-, hasta la frialdad y celeridad del proceso judicial –en donde siempre existirá la sombra de la comprensión por parte de del Inspector Webster que se ha hecho cargo del caso, y en la que destacan detalles de observación como la diferencia en el lenguaje existente entre las clases sociales que se dan cita en la vista (el lenguaje depurado del Juez y los letrados)-, la mirada de Leigh se revela de sorprendente frialdad. Una mirada esta vista con equidistancia desde el cariño hacia sus protagonistas –el sentimiento de alivio que nos invade cuando conocemos la libertad bajo fianza de Vera-, pero sin que ello impida la presencia de una visible distancia con las actividades de la encausada, sin la presencia de demagogias de ningún tipo, y en la que la progresiva impresión de su círculo familiar –su hijo inicialmente dolido, muy pronto mostrará su comprensión-, tan solo registrará el rechazo de su cuñada –por lo demás siempre alejada de una familia con la que no se siente vinculada-.

Y es que en ese rigor, esa densidad dramática, ese pudor y cariño para intentar comprender –a todos- los personajes, sin tener que justificar sus acciones, en esa dramaturgia que rehuye todo elemento accesorio –hay considerables elipsis, muy bien aplicadas-, es en donde hay que aplaudir el acierto de los modos de Leigh. Unos modos estos aparentemente sencillos, basados en un rodaje realizado tras varios meses de ensayo con los actores, pero que se plasman con una contundencia realmente inusual en el cine de nuestros días, y de la que quizá solo cabría oponer el abandono que el realizador y guionista ofrece del personaje de Lily, mediante la cual se han ido gestionando las citas y que se ha enriquecido y engañado a Vera durante todo este tiempo. Quizá sea un poco atrevido hacer una afirmación tan rotunda, pero quizá esté representado en su figura al mejor realizador inglés de los últimos años, y quizá su trayectoria nos pueda inducir a apreciarlo y valorarlo como un director realmente sabio. El tiempo nos lo dirá.

Calificación: 4