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CINEMA DE PERRA GORDA

Norman Lee

THE DOCK WITH SEVEN LOCKS (1940, Norman Lee) La puerta de las siete cerraduras

THE DOCK WITH SEVEN LOCKS (1940, Norman Lee) La puerta de las siete cerraduras

Con una filmografía que alcanza los 35 largometrajes además de algunos cortos y documentales- iniciada en 1929 y cerrada en 1950, Norman Lee (1898-1964) es otro de los numerosos realizadores británicos absolutamente ninguneados. No voy a entrar si en su producción se puedan encontrar títulos de relieve -soy escéptico al respecto-, pero no deja de suponer una muestra más de ese olvido que aún gravita en torno al cine de las islas, que bien es cierto se va solventando con el paso de los años. THE DOCK WITH SEVEN LOCKS (La puerta de las siete cerraduras, 1940) supone mi primer contacto con el cine de Lee, y entronca su desarrollo con esa corriente de cine de misterio, que se haría tan popular en la pantalla británica ya desde los años 30, de la mano de realizadores como Walter Forde, y adquiriría su definitiva carta de naturaleza con las valiosas aportaciones del periodo inglés en la obra de Alfred Hitchcock. Una vertiente en la que tendría una especial relevancia la conjunción de este con el universo de los escritores Sidney Gilliat y Frank Launder, en la estupenda THE LADY VANISHES (Alarma en el expreso, 1939. Alfred Hitchcock).

En cualquier caso, y pese a quedar imbuida de dichas premisas, THE DOOR WITH SEVEN LOCKS queda condicionada para lo bueno y lo menos bueno, por suponer una nueva adaptación de otra novela del escritor inglés, ya entonces fallecido, Edgar Wallace. De hecho, esta sería la segunda ocasión en la que el productor inglés John Argyle había ensayado con éxito dicha referencia en la inmediatamente precedente -y más atractiva- THE DARK EYES OF LONDON (Los ojos misteriosos de Londres, 1939. Walter Summers). Y ya se sabe, al igual que cuando uno contempla cualquier adaptación de Agatha Christie, en el caso de Wallace se encontrará ante un alambicado relato de suspense provisto de innumerables giros, rondando en ocasiones lo inverosímil e incluso rebosante de agujeros argumentales, e insertando en su desarrollo elementos humorísticos, acompañados de una inquietante atmósfera gótica que, con el paso de los años, ha quedado como su rasgo más perdurable.

Punto por punto ello se cumple en esta película, de la que he tenido la oportunidad de contemplar la copia del estreno americano -editada por Kino Lorber- conservando el título allí utilizado de CHAMBER OF HORRORS, y que contaba con diez minutos menos de duración. Su argumento plantea una atractiva situación de relato gótico, describiendo los últimos y conscientes momentos de vida de Lord Selford, quien en su alcoba dicta sus últimas voluntades, siendo enterrado en un lóbrego y oscuro panteón cuya puerta se encuentra custodiada por siete llaves que obedecen a otras tantas cerraduras. Junto a su cadáver se depositará la fortuna de las joyas de la familia, que heredará su hijo cuando alcance la mayoría de edad, diez años después, ejerciendo como albacea el abogado Edwards Havelock (David Horne). Transcurre dicha década, y la joven June (Lilli Palmer) recibe un escrito de cita y una de las siete llaves antes señaladas. June sería la siguiente heredera de la fortuna de los Selford, caso de que falleciera el primogénito, y junto a su fiel amiga Glenda (Gina Malo) se verá envuelta inicialmente en contemplar el asesinato de quien le envió la misiva. Aterrada ante las extrañas circunstancias que ha vivido junto al crimen, acudirá con Glenda a Scotland Yard, donde serán atendidos por el hosco inspector Sneed (Richard Bird) y el joven y atractivo detective Dick Martin (Romilly Llunge) quien instantes antes ha presentado la dimisión en el cuerpo, aunque se brindará a ayudar a June, atraído instantáneamente por ella. Después de formular diversas averiguaciones que confirmarán el asesinato declarado por la protagonista -cuyo cadáver desapareció sin dejar huella-, Martin, la muchacha y Glenda viajarán hasta la mansión de los Selford, donde serán bienvenidos por parte del Dr. Manetta (un impagable Leslie Banks), a quien hemos contemplado en los primeros instantes del relato, dando cobertura médica al noble a punto de fallecer. A partir de dicha llegada, THE DOOR WITH SEVEN LOCKS se convierte en todo un catálogo de situaciones habituales en este tipo de producciones. Junto a esa cierta pesadez que caracterizó parte del cine inglés de aquel tiempo, se sucederán peleas, argucias, sospechas, miradas y personajes torvos. De entre ellos destacará de manera poderosa el inquietante y carismático Manetta, con el que Banks nos ofrecerá una reminiscencia de su no muy lejano y memorable villano de THE MOST DANGEROUS GAME (El malvado Zaroff, 1932. Ernest B. Schoedsack & Irving Pichel). Es curioso como su personaje adelantará en cierto modo en dos décadas, al personaje obsesionado por la inquisición y las torturas que encarnaría el Vincent Price de THE PIT AND THE PENDULUM (El péndulo de la muerte, 1961. Roger Corman). Al igual que el protagonista cormaniano, el médico confesará su pasión por las torturas heredadas de la Inquisición española, albergando muestras de las mismas en un oscuro salón que mostrará a los visitantes.

Así pues, para poder degustar los discretos atractivos -que los tiene- esta película, uno ha de dejar de lado los constantes y artificiosos giros de guion, el cartón de buena parte de su fauna humana, la ausencia absoluta de gracia que alberga el contrapunto cómico de Glenda, o determinadas situaciones físicas o peleas, que aparecen a nuestros ojos bastante risibles. En realidad, nos encontramos con una actualización de aquellas tan mitificadas, pero en general mediocres producciones, producidas muy pocos años atrás en Inglaterra dentro del ámbito del grand-guignol al servicio del conocido villano Tod Slaughter. Por ello, y aún ofreciendo el título que comentamos cierta mayor eficacia narrativa, nos encontramos ante un conjunto discreto, en el que sí se encuentra en líneas generales una capacidad para desprender cierta atmósfera malsana, que se ofrecerá ya en la secuencia de apertura. Será en ello, y sobre todo en el desarrollo del ya citado Manetta -por más que su rol aparezca igualmente estereotipado- donde se puedan albergar los mejores momentos de la película. Secuencias como las que se desarrollan en el interior de la cripta albergan no poca mordiente -incluso una de ellas asume cierto carácter necrofílico-, e incluso la propia y estereotipada configuración física de los villanos asume no poca gracia. Destacaremos del mismo modo las secuencias nocturnas de interiores o, como no podría ser de otra manera, el propio clímax del relato, en el que Manetta aparecerá doblemente víctima de su afición a las torturas, no sin antes revelar la realidad del plan urdido, y ofrecer su inmolación final casi como un tributo a su objeto de pasión.

Discreta, acartonada en no pocas ocasiones, inquietante en otras, THE DOOR WITH SEVEN LOCKS supone, ante todo, el reencuentro con unos modos del cine de misterio, tan popular y trasnochado como, en última instancia, disfrutable.

Calificación: 2