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CINEMA DE PERRA GORDA

Peter Graham Scott

CAPTAIN CLEGG (1962, Peter Graham Scott)

CAPTAIN CLEGG (1962, Peter Graham Scott)

CAPTAIN CLEGG (1962, Peter Graham Scott) aparece a ojos de nuestros días, como un muy poco conocido exponente de la mixtura de géneros que propició Hammer Films, a la hora de combinar títulos entroncados en el cine de aventuras –singularmente centrados en el ámbito de la piratería o el contrabandismo-, combinando en sus argumentos un aura bizarra y gótica. Es un ámbito en el que destacó la mano casi experta de John Gilling, artífice de títulos como THE PIRATES OF BLOOD RIVER (1962). Fue precisamente el mismo año en que el estudio auspició esta producción que tomaba como base una célebre leyenda, transformada en guión por uno de los habituales de la casa; Anthony Hinds, y dirigido por el poco conocido y quizá no muy distinguido Peter Graham Scott, que en el relato se deja llevar por los elementos de producción dispuestos para una película, que al parecer fue realizada aprovechando los decorados de THE PHANTOM OF THE OPERA (El fantasma de la ópera), la excelente y poco apreciaba realización de Terence Fisher, filmada aquel mismo año.

La película, que tiene uno de sus más impactante atractivos en la vigorosa y sensual fotografía en color, dispuesta por el experto y habitual del estudio Arthur Grant, se inicia con una breve secuencia progenérico, que nos describe los modos de actuación del temible pirata Clegg –a quien no veremos el rostro-, condenando a una terrible tortura a uno de sus componentes de su tripulación, a quien cortarán las orejas y la lengua, dejandolo atado en una isla desierta para morir. Impactante comienzo para una historia que se trasladará a una década después, en medio de la campiña inglesa de la segunda mitad del siglo XVIII, muy cerca de las costas con Francia. Una voz en off nos relata la presencia de leyendas que señalan la presencia de unos cadavéricos fantasmas que aparecen en el entorno de los pantanos que circundan una pequeña población. Será una tenebrosa presencia que Scott visualizará con cierta torpeza, con el recurso de sobreimpresiones de animación y poco oportunas noches americanas, para plasmar la aterradora experiencia vivida por uno de los moradores de la población, quien morirá literalmente de miedo. La película se insertará de inmediato en el interior de la parroquia que dirige el reverendo Blyss (Peter Cushing). Se trata de un hombre que ha sabido captar el respeto y la estima de la comunidad, en base a su bondadosa capacidad de practicar la justicia social entre todos ellos. Le veremos dirigiendo la ceremonia religiosa, mientras que en el exterior vigilan la llegada un destacamento del ejército, encabezado por el capitán Collier (Patrick Allen), que se dispone a capturar el producto de un contrabando de licor, que precisamente les ha delatado el viejo que poco antes hemos visto morir de manera terrorífica.

Será este el punto de partida de una curiosa y por momentos atractiva producción, que en esencia se plantea como una variación en torno al mundo bizarro de los piratas y el contrabando, insertando en ella elementos ligados al cine de terror, centrados en la plasmación de situaciones y elementos ya plasmados en producciones precedentes de  dicho estudio. No será, sin embargo, la ya señalada materialización de esos supuestos fantasmas –que en los minutos finales tendrán una manifestación más prosaica-, los pasajes que representen de manera más acertada dicha incardinación. Es más, personalmente considero que el gran acierto de CAPTAIN CLEGG, reside en la capacidad que plantea su base dramática y su expresión narrativa, para describir un microcosmos totalmente cerrado, en el que sus propios partícipes articulan los necesarios diques de contención, al objeto de que su propio sistema de subsistencia –centrado en el contrabando-, evite ser liquidado, en este caso, por la presencia de fuerzas del ejercito. Es por ello que en la película tendrá una importante presencia esa abundancia de subterráneos, que conectarán  la iglesia con la taberna, como esa fábrica de ataúdes, en la que esconden el fruto de sus capturas de contrabando de alcohol. Un recurso que se plasma en la pantalla con fuerza y pertinencia, y que incide en ese aspecto siniestro y bizarro, que dirimirá un ámbito dominado por ese microcosmos cerrado, que en cierto modo podría aparecer como un precedente del plasmado por Robin Hardy en su mítica y posterior THE WICKER MAN (1973). Lo cierto es que esa latente oposición de los fieles de Blyss –de quien muy pronto intuiremos se trata del supuestamente ejecutado Clegg, una década después- hacia la ingerencia de los hombres del Rey, concluirá en un juego de simulación que se extenderá incluso a ese hijo del juez de la población –Harry (Oliver Reed)-, quien de forma anónima se encuentra relacionado con la joven camarera de la taberna -Imogene (Yvonne Romain)-, de la que es tutor el tabernero Ranh (Martin Benson), uno de los contrabandistas.

El film de Scott destaca por la capacidad para describir el funcionamiento de ese mundo paralelo que se esconde bajo el mando del antiguo Clegg, en el que en apariencia nada de encuentra sin control –es magnifica la manera con la que se describe dicha circunstancia en la misa descrita al inicio del metraje, rompiendo con una extraña placidez, en la que ya hemos advertido la existencia de la atracción entre Harry y Imogene-, y que a través de la complicidad de todos los vecinos, plantean una oposición en torno a los componentes del ejército, que violentan su cotidianeidad. Y para ello utilizarán su astucia, esos subterráneos que de tanta ayuda les servirá, o la propia presencia de esa fábrica de ataúdes de la que es dueño Mipps (un excelente Michael Ripper), siendo asimismo el personaje que aportará un contrapunto humorístico en algunos de los instantes del relato –impagable el momento el que vemos que habitualmente duerme en uno de dichos féretros-. A partir de dicho contexto, la película funciona de manera especial al comprobar como se insertan en el metraje aspectos ligados a la imaginería de la productora en el cine de terror. Contemplar esos dos carruajes mortuorios, tripulados por algunos de los contrabandistas ataviados con elegantes capas, que nos retrotraen con un cierto sentido del humor a algunos de los pasajes tan característicos de los más célebres títulos vampíricos del estudio. Como lo propondrá la presencia del fuego –en este caso de manera secundaria- y, sobre todo, la plasmación de la muerte del personaje que de manera excelente –no podía ser de otra manera-, encarnará Cushing, por medio de una especie de lanza disparada por ese antiguo tripulante de Clegg que contemplamos al inicio del metraje, quien pese a su forzada mudez identificará a su antiguo castigador, hasta que vea la ocasión de poder vengarse del violento trauma que condicionó su existencia, sin saber que en realidad en él se esconde al padre de Imogene –un detalle atroz, que la película no explota debidamente-.

Pese a sus desequilibrios, o a lo desaprovechadas que aparecen las secuencias descritas en los pantanos, lo cierto es que CAPTAIN CLEGG deviene una modesta pero atractiva producción de Hammer Films, más apreciable en la medida de aparecer como uno de sus títulos menos conocidos, pese a que en el momento de su estreno albergara una cierta popularidad, ajena en nuestro país, al escamotearse su estreno comercial. Más allá de sus recovecos argumentales, uno se queda con secuencias como la presentación de los fieles en la iglesia, imbuida en un cromatismo exacerbado. En la diabólica carcajada de Cushing, cuando ha logrado embaucar a Collier en la búsqueda de los supuestos fantasmas en el pantano –mediante la argucia protagonizada por Jack MacGowran-. En la permanente ironía presente en el rostro de Michael Ripper. En lo emocionante de la rápida ceremonia que este oficiará entre Imogene y Harry, en la que un Clegg oficiando por última vez como párroco, verá en ellos la prolongación de su obra. En ese inquietante zoom hacia las cuencas del espantapájaros que parece tener vida, en el que se adivina la mirada vigilante de Harry. O, en definitiva, en lo conmovedora secuencia, en la que será sepultado el cadáver blanquecino de Clegg, en esa tumba que durante una década permaneció vacía, quizá esperando el destino del que en el pasado fuera un hombre cruel, pero al que haber vivido la propia crueldad en sus carnes, en un momento dado de su vida le hizo revertir su codicia por servicio a sus semejantes. Será por ello, que incluso los hombres del Rey, asistan con respeto al sepelio de alguien que violentó las leyes del reino, respetando sin embargo las de la justicia.

Calificación: 2’5