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CINEMA DE PERRA GORDA

Philip Moeller

BREAK OF HEARTS (1935, Philip Moeller) Corazones rotos

BREAK OF HEARTS (1935, Philip Moeller) Corazones rotos

“Todo lo bello en la existencia es efímero”, pronunciará en un momento de extrema felicidad el director de orquesta Franz Roberti (espléndido Charles Boyer), en su primer encuentro con la modesta compositora Constance (Katharine Hepburn, en una de las ocasiones en la que aparece más radiante su moderna belleza). En realidad, el núcleo vector de BREAK OF HEARTS (Corazones rotos, 1935) se esgrime en la lucha de esos dos seres que se han amado intensa y repentinamente, por lograr contradecir una afirmación que parecerá perseguirlos de forma inalienable. La película, supone además uno de los dos únicos títulos firmados por Philip Moeller, al parecer figura experimentada en el mundo escénico de Broadway. Y sorprende esta filiación y la escasa obra fílmica de Moeller, en la medida que nos encontramos con un melodrama provisto de tanta delicadeza como fluidez, de una capacidad especial tanto en la definición de sus personajes como en la sutileza a la hora de trasladar a la pantalla, los conflictos y sentimientos que se establecen entre ellos.

La base argumental de BREAK OF HEARTS –procedente de una historia de Lester Cohen, y llevada como guión de la mano de Victor Heerman (director de uno de los primeros films de los Marx Brothers), Sarah Y. Mason y el posteriormente prestigioso Anthony Veiller-, es bien sencilla. Nos relata el encuentro casual que se produce entre el conocido Roberti, un hombre arrogante, sabedor de tener el triunfo en su mano, mundano y mujeriego y, quizá por ello, carente de sentimientos. No será sin embargo esa su norma de carácter. Muy pronto aparecerá compasivo ante el que fuera su mentor –Thalma (maravilloso Jean Hesholt)-, un hombre bondadoso al que no importa dar clases de música a jóvenes que no le pueden pagar, aunque tenga que padecer estrecheces económicas. Será el ámbito en el que el conocido orquestador conocerá  a la sencilla Constante. Ella romperá todos sus esquemas de frivolidad y arrogancia, modificando su carácter, permitiéndole vivir una existencia plena, amable y rompiendo esa máxima de la fugacidad del disfrute de la vida. Pero en realidad no será tal, puesto que pronto se casará con ella, y también antes de lo deseable, y cuando Constance se encuentra ya integrada en el mundo lujoso de su esposo, este retornará a New York por motivos laborales, descendiendo de nuevo por la pendiente que mantenía antes de conocer a su esposa. En medio de todos ellos se mantendrá la figura del joven Johnny (John Beal), íntimo amigo de Roberti y poseedor de una gran fortuna, que secretamente ama en secreto a Constance, aunque en todo momento ha sido respetuoso con el matrimonio de ambos. Sin embargo, la separación material de la pareja –Franz acudirá a Europa a realizar unos conciertos, esperando orgulloso que su esposa lo llame- y el posterior divorcio, le acercará a una mujer que siempre ha amado, y que ha tenido que reorganizar su vida trabajando en una poco estimulante estudio musical. Hasta allí llegará Johnny, encontrándose con una Constance que ha sufrido un desvanecimiento, e incluso proponiéndole con posterioridad en matrimonio, una vez esta ha consumado su divorcio en Reno. Poco después, Roberti regresará a New York para realizar un concierto benéfico. Lo hará borracho y ofrecerá una imagen lamentable. En realidad está destrozado por la ausencia de su esposa –que se encontraba entre el público-, a la que siempre ha amado por ser diferente por completo a cuantas mujeres había conocido. Será el punto de inflexión para que Constance decida renunciar a la propuesta que le propone su pese a todo querido Johnny, e intente luchar de nuevo por aquel aforismo que su esposo le formulara en un momento de extrema felicidad… que ella desea prolongar por encima de todo.

De la sucinta narración de su argumento, poco se puede extraer que pueda inducirnos a pensar en las cualidades de la película, pero cualquier espectador avezado, desde el primer momento apreciará que no nos encontramos ante un producto vulgar. Todo lo contrario. La rapidez y precisión con la que se ofrece el trazado de sus personajes –ese Roberti al que casi de un plano a otro se describe como arrogante y frívolo, como dotado de un buen corazón que parece querer tener escondido en su personalidad; el cariño que profesa a su mentor-, y la extraordinaria manera con la que nuestro protagonistas advertirá la mera existencia de la que será su propia esposa –un travelling descendente le permitirá escuchar la música que esta ejecuta en el piano de su humilde apartamento-, después de haberla ignorado por completo cuando estaba ante Thalma.

En realidad, el gran acierto de BREAK OF HEARTS proviene de esa capacidad para expresar sentimientos por medio de recursos específicamente cinematográficos, por elipsis de dicen mucho más de lo que podrían mostrar la presencia de los hechos ocultados, por la intensidad de la dirección de actores, el ritmo y la cadencia que se aprecia en todo momento, o el carácter adulto y avanzado que preside el personaje de Constance –algo extraño teniendo en cuenta que nos encontramos ya en un periodo en el que el Código Hays campaba por sus respetos-. También serán elementos destacables la madurez que adquieren las relaciones entre sus personajes, y la delicadeza con la que se expresan situaciones embarazosas; ese encuentro de Constance, que ha ido a cenar con Johnny –Franz se ha olvidado de ella-, con su esposo, que también ha acudido a dicho restaurante con dos antiguas amigas, planificado y expresado con un enorme pudor, que potencia el rasgo humillante de la misma. Pero unido a todo ello, el film de Moeller –de quien solo cabe lamentar que su andadura cinematográfica no fuera más extensa, ya que en esta película se aprecia una sensibilidad fílmica notable-, destaca en la facilidad con la que integra la presencia de la música como vehículo conductor de sentimientos. Es algo que quizá tenga su rasgo más reconocible en esa sinfonía que Constance compondrá en homenaje a Franz –y que en última instancia servirá para hacer renacer entre ellos un sentimiento perdido entre el marasmo del orgullo-, pero que se extenderá a lo largo del ajustado metraje de un melodrama que ofrece extraordinarios momentos, revestidos de una intensa felicidad, como aquel en el que Franz se declara ante Constante estando delante Johnny en el avejentado apartamento de Thalma, quien aparece tocando feliz un trombón ¡que fundirá con el sonido de la sirena del barco en la que nuestros protagonistas iniciarán su luna de miel! No se si sería justo afirmar que los años treinta fueron la década de oro del melodrama cinematográfico, pero aún poniendo en tela de juicio tal aseveración, lo cierto es que esta estupenda película, debería ocupar siguiera sea una mera referencia en dicho conjunto.

Calificación: 3