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CINEMA DE PERRA GORDA

Robert Redford

THE CONSPIRATOR (2012, Robert Redford) La conspiración

THE CONSPIRATOR (2012, Robert Redford) La conspiración

Sin albergar hasta el momento una filmografía lo suficientemente amplia –ocho films estrenados en treinta años de andadura-, lo cierto es que de manera paulatina aquel estupendo galán y nada desdeñable actor que fuera Robert Redford, ha ido forjando en sus últimos títulos una extraña madurez. Madurez que ha ido ligada tanto al progresivo abandono de esa cierta blandura que caracterizara sus primeros títulos –curiosamente, los más aplaudidos en su momento, aunque hoy día prácticamente olvidados-, hasta alcanzar un cierto grado de hondura narrativa, en la que dicha tendencia se transmutara en un cierto grado de serenidad, permitiéndole sus mayores logros como realizador, de entre los que me permitiría destacar QUIZ SHOW (El dilema, 1994) y, sobre todo, la casi ignorada –quizá por incómoda en el momento de su estreno- LIONS FOR LAMBS (Leones por corderos, 2007), que no dudo en considerar su propuesta más simple, al tiempo que la más arriesgada de su filmografía. Tres años después de aquel título, Redford ratifica su buen estado como cineasta, planteando THE CONSPIRATOR (La conspiración, 2010), una muestra por un lado de versatilidad al elegir para el desarrollo del film la vista posterior que se desarrolló tras el asesinato del Presidente Lincoln, su vicepresidente y el secretario de estado, en la segunda mitad del siglo XIX, y cuando la Unión aún no se encontraba más que hilvanada tras su sangrienta guerra civil. Las autoridades del momento, jaleadas por Edwin Stanton (un sorprendente Kevin Kline), no dudarán en responder al magnicidio deteniendo a ocho personas, de entre las cuales tres jóvenes son sometidos a juicio, y al mismo tiempo será juzgada Mary Surratt (admirable Robin Wright), la dueña de la casa de pensiones en la que se efectuaban las reuniones secretas de lo que bien pudiera ser la conspiración que dio como fruto dicho magnicidio, al tiempo que reconocida sureña –también católica-, y madre de John Surratt, otro de los jóvenes componentes del grupo de conspiradores, que ha logrado huir de la captura del grupo.

Pese a haber transcurrido nueve meses de los crímenes, los ánimos siguen muy alterados en la aún débil sociedad norteamericana –sobre todo la establecida en Washington-, siendo Reverdy Johnson (Tom Wilkinson) quien se encargue de la defensa de Mary, aunque desde el primer momento advertirá que el tribunal militar creado para juzgarla –junto al resto de encausados- no es más que una pantomima destinada a llevarla a la horca. Consciente de que su condición no es la más adecuada para intentar siquiera una defensa, trasladará la misma a uno de los más destacados componentes de su bufete, Frederick Aiken (magnífico James McAvoy, sin dejarse amilanar por el impresionante conjunto del reparto), caracterizado por su heroica condición de militar nordista –tal y como nos demostrará la secuencia de apertura-. El joven letrado asumirá la defensa sin ninguna convicción, y con la absoluta certeza de la culpabilidad de la Surratt. Sin embargo, y este es uno de los méritos de la base dramática del film, poco a poco no solo se irá estableciendo una soterrada corriente de mutuo afecto entre abogado y encausada, sino que esta irá paralela al progresivo convencimiento de su inocencia, aunque estuviera en todo momento rodeada de esa conspiración que sí existió… aunque en principio no para cometer asesinato alguno.

En sus declaraciones, Redford señalaba que su interés esencial en THE CONSPIRATOR, se centraba ante todo la capacidad de una madre por sacrificar incluso su propia vida para preservar la de su hijo. Sin embargo, y aún reconociendo que este sentimiento queda patente en los fotogramas del film, no cabe duda que nuestro director aplica en un relato situado cerca de dos siglos atrás, una serie de coordenadas que las acercan a la situación social de la Norteamérica actual. Con esa eterna conciencia liberal que caracterizara su carrera –incluso en su condición de intérprete-, lo cierto es que la película marca desde el primer momento esa comparación de pasado y presente, en la que no cuesta mucho contemplar la vulneración de los derechos humanos que tanto tiempo después fueran marca de fábrica de nefastas figuras como George W. Bush. Pero con ser atractiva dicha semejanza –bastante evidente para cualquier espectador más o menos avezado-, si por algo THE CONSPIRATOR se erige como una película notable, es por la capacidad que Redford muestra a la hora de elevar un film de tesis Al terreno del thriller –trasciende incluso la condición de film de juicios-, logrando trasladar un impecable crescendo narrativo, ayudado por una creíble, mesurada y nunca excesiva ambientación de época, la espléndida utilización de luces y sombras –esos haces de luz que parecen enaltecer los elementos de verdad que se difuminan en el relato- y un inmaculado cast, aspectos todos ellos que el realizador articula con méritos cercanos a la sabiduría del mejor cine clásico. No se puede decir que en THE CONSPIRATOR alberguemos grandes sorpresas. Podemos incluso oponer al conjunto del film cierto maniqueísmo a la hora de presentar el conjunto de militares que juzgarán a nuestra protagonista –es curioso en este sentido lo respetuoso que resulta el retrato del fiscal Joseph Holt (Danny Huston)-, pero no es menos cierto que en su metraje –se devora con un creciente sentido de la intriga, implicando al espectador en esa tela de araña que Redford irá tejiendo con el esmero de un cineasta al que ya se ha de reconocer algo más que buenas maneras. Esa capacidad para el intimismo que despliega –las conversaciones de Aiken con la encausada y la propia hija de esta, su intento desesperado para que un veterano juez firme la posibilidad de que su defendida sea sometida a un nuevo juicio civil-, no impedirán ese catárquico episodio final, en el que curiosamente me vino a la mente ese sentimiento de inutilidad que alberga la pena de muerte, expresado en un contexto y situación bien diferente por Richard Brooks en IN COLD BLOOD (A sangre fría, 1967), a partir de la célebre novela de Truman Capote.

Planteada quizá para ser candidata a la hora de la cosecha anual de premios en el año de su estreno, THE CONSPIRATOR pasó de largo. Quizá la figura de su artífice no se encuentre de moda, o quizá el verdadero regusto al buen cine clásico que despliegan sus fotogramas, no fueron suficientes para que su resultado fuera recibido con el suficiente interés. Y es que sin ser una película definitiva, no cabe duda que nos encontramos ante un título dotado del suficiente interés, que demuestra varias cosas. A saber; que Robert Redford se ratifica como un director a tener en cuenta. Que las coordenadas del cine clásico y de género pueden mantenerse en la producción de nuestros días y, en última instancia, que cualquier aspecto discursivo no tiene por que mermar el seguimiento de un relato atractivo, despojado incluso de las coordenadas temporales en las que este se inserta. No son pocos los elementos que proporciona la carambola establecida, a la chita callando, por aquel guaperas –hay ya más que ajado- que se consagrara a partir de BAREFOOT IN THE PARK (Descalzos por el parque, 1967. Gene Saks).

Calificación: 3