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CINEMA DE PERRA GORDA

Robin Hardy

THE WICKER MAN (1973, Robin Hardy)

THE WICKER MAN (1973, Robin Hardy)

Confieso que me asistía una sensación ambivalente a la hora de enfrentarme con THE WICKER MAN (1973) –jamás estrenada comercialmente en nuestro país, y hasta la fecha ausente de edición digital alguna-. Por un lado era consciente de la condición de cult movie que había adquirido con el paso de los años, hasta el punto de que no pocos aficionados y comentaristas lo situaban entre las cimas del “fantastique” de la década de los setenta –por otra parte bastante huérfana en títulos de relieve, marcados en mucha menor medida que en el decenio precedente-. Pero del mismo modo, comentaristas con los que mantengo no pocas afinidades, recelaban de esa relativa mitificación, destacando la poco consistente puesta en escena desarrollada por su director, el apenas conocido Robin Hardy –quien al parecer está concluyendo una especie de continuación del relato-. Una historia, por otra parte, debida a la pluma del inteligente Anthony Shaffer –a partir de la poco conocida novela Ritual, obra de David Pinner-, y que hace pocos años vivió un remake a cargo del interesante Neil LaBute, que en líneas generales fue desastrosamente recibido, aunque no la considere desprovista de interés. Se trata de una impresión que se acentúa al ver su referente original, puesto que el realizador de THE SHAPE OF THINGS (Por amor al arte, 2003) supo ofrecer una reelaboración del original del que precedía aunque, eso sí, no lograra la altura de esta, digámoslo ya, estupenda e inclasificable propuesta.

El sargento Howie de Scotland Yard (un adecuado Edward Woodward), se acerca en un pequeño avión a la pequeña isla de Summerisle que se encuentra en la costa inglesa. El objetivo de este inhabitual viaje, que ha roto la rutina de sus habitantes, es la búsqueda de una pequeña lugareña que ha resultado desaparecida. Desde el primer momento, el sargento irá percibiendo la extraña personalidad del reducido colectivo de isleños, amables en su apariencia, pero al mismo tiempo dejando indicios de esconder algo incierto y oscuro en lo más íntimo de su personalidad. Muy pronto advertirá la verdadera razón de esta circunstancia, centrada en la adscripción pagana de todos ellos, renegando sin embagües de cualquier connotación cristiana, y teniendo como mandatario del rocoso recinto a Lord Summerisle (Christopher Lee), quien no dudará en poner en antecedentes a Howie de la realidad que preside la vida cotidiana de la isla, de la negación que en el momento en que se pobló la misma se hizo de la religión cristiana, y la implantación de un paganismo destinado a la obtención de cosechas agrícolas en un territorio hostil, aspecto en el cual no se descartaban ofrendas y sacrificios… incluso algunos de ellos humanos.

Resulta perceptible que se dediquen en el desarrollo de THE WICKER MAN, licencias visuales –propias de la época- que en la actualidad aparezcan algo desfasadas –ciertos ralentis, algún que otro inoportuno zoom-. Son sin embargo escasas, las objeciones que se pueden formular a una propuesta que –en esto estoy bastante convencido-, si alcanza el interés que ofrece en la retina del espectador, se debe a la confluencia de una serie de factores de equipo, antes que a la apuesta de un realizador con personalidad. Nada hay de malo en ello. Muchos ejemplos podríamos citar de grandes títulos desarrollados a partir de estas circunstancias, y en este sentido es evidente que el guión que sirve de partida al film de Hardy es lo suficientemente sugerente, como para extraer del mismo un resultado atractivo. Por fortuna, todo gira en dicho sendero, empezando por el sensual y extraño cromatismo que le proporciona Harry Waxman con su espléndida labor fotográfica, sabiendo además extraer el máximo sentido telúrico de los bellos exteriores en los que se desarrolla la acción. Pero si algo tiene, a mi modo de ver, un especial atractivo en el film de Hardy, reside en la sutileza con la que se van introduciendo detalles, que de forma pausada en su inicio –esa bandera que ondea a la llegada del policía, presidida por un extraño grabado del sol-, se va adueñando de la función. La aparición de las primeras máscaras, las expresiones extrañas en su aparente amabilidad de los lugareños, ese cadáver de un conejo que aparece cuando se va a desenterrar el presunto cadáver de la muchacha desaparecida, las lápidas que van revelando el asumido paganismo de los habitantes de la isla…

Todo ello además nos lleva a revelar una inversión de perspectivas –uno de los ejes de la película-, consustancial para cualquier propuesta fantastique que se precie. Esta además, se encuentra presente en su desarrollo, a partir de la visión que se efectúa de un ser profundamente condicionado –e incluso traumatizado- por una manera integrista de entender su cristianismo. Es por ello que jamás podrá llegar a entender que haya personas que puedan asumir otro tipo de creencias o que, simplemente, ignoren las suyas. Pero, yendo aún más lejos en ese sentido, la película sabe trazar con un bisturí bastante afilado, ese tormento interior vivido por el sargento, a quien la voluptuosidad y abierta sexualidad que observa en esta isla agreste, en el fondo no supone un espejo en el que el deseo, la tentación y el rechazo, se unen en su propia mente –más adelante conoceremos que se trata de un hombre virgen-.

Con todos estos mimbres –nunca mejor dicho-, con una conjunción de factores que van desde los matices étnicos –que emparenta de forma indirecta la película con las propuestas que por aquellos años realizaría Peter Weir en la lejana Australia-, su provocador rechazo a las religiones establecidas –a lo que no es ajena incluso la visión cuestionadota de esa otra alternativa pagana que de modo alienante apadrina ese Summerisle, encarnado de forma sorprendente por el gran Christopher Lee-, una mirada dispuesta en ese lado inconsciente del ser humano, una mezcolanza que no obvia un juego de intriga tan familiar en las propuestas firmadas por Shaffer, en un tono narrativo que en ningún momento eleva el tono y eleva paulatinamente el carácter malsano de la propuesta y, por supuesto, en la solidez que marca su catarsis final –en la que Howie reflexiona de forma dramática sobre la presumible inutilidad de todo aquello en lo que ha creído-, THE WICKER MAN supone un extraño islote para el cine fantástico. Un islote tan agreste como tangible. Una muestra inclasificable, transgresora, y que se mantiene fresca de forma sorprendente. No voy a señalar con ello que nos encontremos ante un logro absoluto –no creo que el cine fantástico ofreciera ninguno en dicha década, tengo que confesarlo-, pero sí he de admitir que me encontré ante una propuesta por momentos hechizante, con secuencias como ese desfile ritual de todos sus habitantes portando máscaras de animales, o el ritual de espadas al que se han de someter todos ellos, proporcionando, de manera paradójica, un perturbador islote no solo dentro de un género, sino incluso en el seno de una cinematografía como la británica, en aquellos años presta a vivir un periodo de cierta decadencia.

Calificación: 3’5