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CINEMA DE PERRA GORDA

Shane Black

THE NICE GUYS (2016, Shane Black) Dos buenos tipos

THE NICE GUYS (2016, Shane Black) Dos buenos tipos

Sería ocioso rememorarnos en el pasado de la pantalla, para evocar tanto la presencia de célebres parejas cómicas, como otras ligadas al cine policíaco, que definirían las denominadas buddy movies. Son las dos vertientes en las que se define con presteza THE NICE GUYS (Dos buenos tipos, 2016. Shane Black), que se ha erigido como uno de los éxitos populares, y en cierta medida críticos, de la cosecha de su año de estreno. La nostalgia por un ámbito espacio temporal, como la Norteamérica de los años setenta, por aquel cine policíaco que prolongaría con bastante esquematismo la franquicia inaugurada con LETHAL WEAPON (Arma letal, 1987. Richard Donner), o incluso por incorporar en sus imágenes una vertiente humorística bastante acusada, son las premisas que, administradas con notable pertinencia, permite que nos encontremos con un producto disfrutable, que por un lado prolonga la querencia distanciadota que su director desplegó –previsiblemente- en la previa KISS KISS, BANG BANG (Idem. 2005, Shane Black) –que no he tenido ocasión de contemplar hasta la fecha-, y al mismo tiempo se incorpora a esa vertiente en cierto modo nostálgica, que podría encontrar precedentes en títulos como BOOGIE NIGHTS (Idem, 1997, Paul Thomas Anderson), o la más cercana ANCHORMAN 2: THE LEGEND CONTINUES (2013, Adam McKay).

THE NICE GUYS se inicia con la presentación del inesperado y jamás buscado tandem de investigadores. Uno de ellos es el maduro Jackson Healy (Russell Crowe), encargado de propinar avisos y amenazas mediante encargo, a personajes de dudosa catadura. En su oposición encontramos al joven y atildado Holland March (Ryan Gosling), latente en todo momento su dolor por la muerte accidental de su esposa –en la que algo tuvo que ver su ausencia de sentido del olfato-, y que vive de aquella manera como investigador, responsabilizándose de pintorescos casos, y no dejando nunca abandonada a su ya casi adolescente hija Holly (Angourie Rice). El destino permitirá el encuentro accidentado de esta forzada pareja de colegas, que se embarcarán en una peligrosa y creciente aventura, en la que la búsqueda de una joven muchacha a la que en principio daban por fallecida –Amelia (Margaret Qualley)-, pronto los llevará a una peligrosa espiral en la cual se adentrarán en el mundo del cine porno, y a las oscuras cloacas de Los Ángeles.

El film de Black se inicia de manera percutante, con ese accidente de tráfico descrito en la noche de la inmensidad de Los Angeles, viviendo la muerte de una joven que, sin saberlo en esos momentos, aparecerá como auténtico nudo gordiano del relato. De inmediato conoceremos las características de la pareja protagonista, descrita en sus respectivos y habituales modus operandi, y siendo descritos mediante la propia voz en off de ellos mismos, lo que nos permitirá comprobar la fanfarronería de Jackson, y el sempiterno fatalismo de Holland. A partir de ese momento, THE NICE GUYS se despliega en su admirable contradicción interna, puesto que uno de sus principales atractivos reside en su elegante y al mismo tiempo creíble recreación de la sociedad urbana de la Norteamérica de los setenta, oponiéndolo al mismo tiempo con esa mirada al universo de perdedores y casi marginales que representará la pareja protagonista. A partir de ese momento, combinará la sequedad e ironía de sus diálogos, un sentido del humor que solo en contadas ocasiones –quizá en algunas en las que el elemento de comedia se inserta a un ámbito físico-, abandona esa sutileza que caracteriza el conjunto del metraje. Envuelto en un elegante diseño que en ocasiones no abandona lo sórdido, al tiempo que descrito en un magnífico uso del formato panorámico y, como es de esperar, contando con el apoyo de una selección musical de grandes éxitos de aquel periodo, que proporciona a sus imáganes un claro elemento de identificación.

Así pues, THE NICE GUYS funciona, y lo hace de manera muy especial, por haber encontrado un extraordinario equilibrio entre las diversas facciones que confluyen en su conjunto, en la que quizá su aporte más peligros, será la presencia del personaje de la hija de March, que bien podría haber propiciado una inmersión de la película en un terreno sensiblero, pero que por el contrario proporciona a su conjunto una extraña frescura. Con todo ello, el film de Black se apoya de manera esencial en la extraordinaria química establecida en torno a un Crowe hastiado y de vuelta de todo, y un pletórico Gosling, capaz de aunar en su personaje un ser coqueto y hortera, un alma atormentada y sensible, y un profesional talentoso, al cual quizá el cúmulo de situaciones que le atenazan, le han impedido que aflore al exterior la medida de su talento como tal investigador.

A partir de estos mimbres, nos encontramos con una película que a mi modo de ver solo desciende en el impecable ritmo generado hasta ese momento, a partir del desenlace del personaje de Amanda, y una querencia final por cierta pirotecnia ligada al cine de acción de nuestros días, que hasta ese momento ha sido soslayada con bastante inteligencia. No son, sin embargo, objeciones suficientes, para poder disfrutar de los nada escasos placeres que brinda esta comedia de acción, en la que no pocos han vislumbrado una traslación del personaje de Gosling, con la figura del cómico Peter Sellers. Similitudes y divergencias al margen, si que es cierto que en el magnífico episodio de la fiesta a la que acuden los dos detectives, y en las que un atribulado Gosling tiene especial relevancia, al deambular por la misma borracho, uno no dejó de establecer una clara semejanza con el espíritu de una de las comedias mayores protagonizadas por Sellers. Me refiero a la inolvidable THE PARTY (El guateque, 1968. Blake Edwards), ligándose entre ambas la concepción espacial de ambas situaciones, y en la misma el deambular de su principal personaje.

THE NICE GUYS no dejará de incorporar en su metraje una galería de roles secundarios de especial significación pese a su escasa presencia en la acción. Uno no puede por menos que recordar esa anciana que en los primeros minutos ha contratado a March para buscar a su marido, mientras que este observa como en una repisa se encuentra la urna con las cenizas de este. La mujer madura con gafas de culo de vaso y estridente presencia, o ese asesino de especial crudeza e implacable y letales modos, que encarna con tono amenazante el desaprovechado Matt Bomer. Es más, la película no dejará de aportar instantes decididamente surrealistas, como la plasmación del sueño que Gosling mientras conduce ese coche en su viaje nocturno, cuando se disponen a cumplir una misión en la que muy pronto se revelará han sido estafados. Sin embargo, hay en la película un instante a mi juicio memorable, glorioso, inspirado en la mejor tradición cómica. Ese plano fijo que nos describe a los protagonistas en el ascensor, tras confirmar que en el ático que van a visitar, se están cometiendo terribles asesinatos. Con absoluta dignidad cerrarán la puerta de la cabina del ascensor, mientras la cámara se detiene en su expresión impertérrita, y por el ventanal vemos caer un cuerpo hacia el vacío. Ni siquiera Laurel & Hardy lo hubieran hecho mejor.

Calificación: 3