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CINEMA DE PERRA GORDA

Thomas Carr

CAST A LONG SHADOW (1959, Thomar Carr) [La sombra de un titán]

CAST A LONG SHADOW (1959, Thomar Carr) [La sombra de un titán]

Durante más de una década totalmente entregado al cine del Oeste, Audie Murphy protagoniza tres títulos en 1959, de entre los cuales cabe destacar una de sus apuestas más atractivas y singulares -la magnífica y casi ignota NO NAME IN THE BULLET (1959, Jack Arnold)-. Bastante por debajo de esta se encuentra la, con todo, curiosa CAST A LONG SHADOW (1959), firmada por Thomas Carr, un habitual director de seriales, quien de inmediato de adentraría en una larga vinculación televisiva. De entrada, quizá lo más llamativo de la película lo supondría el hecho de suponer una producción del posteriormente conocido Walter Mirisch -firmando con el originario Walter M. Mirisch- uno de los más relevantes durante la década de los sesenta que estaba a punto de iniciarse, tras haber abandonado la Allied Artists. Nos encontramos ante un western que bebe más de raíces melodramáticas, adscrito a un claro formato de serie B -ámbito en el que Murphy desarrolló la mayor parte de su carrera- y en la que se plantea un nuevo morality play en el que se incide en una apuesta de redención colectiva, que se iniciará en su personaje protagonista y se extenderá en la coralidad de su población original, a la que el destino ha condenado a volver. CAST A LONG SHADOW pronto despliega dos de sus características más acusadas. De entrada, la apagada fotografía en blanco y negro de Wilfrid M. Cline. Y por otra parte la molestísima partitura musical de Gerald Fried, capaz en su contante búsqueda de grandiosidad de llegar a intentar anular las secuencias y momentos más relevantes, de una propuesta que si algo busca es el intimismo.

La `película se inicia de manera lacónica, con el encuentro por parte del capataz Chip Donohue (el siempre excelente John Dehner, uno de los grandes y menos valorados característicos de Hollywood) del joven Matt Brown (Murphy) -al que señala tiene 23 años en la ficción, aunque el actor contaba con 35 en la realidad-. Le ha llevado varias semanas encontrarlo, ya que se encontraba varios años ausente de su población, de donde se marchó amargado al hartarse de ser señalado por su condición de hijo bastardo del principal ranchero de la misma. Este ha fallecido y, de manera inesperada, le ha dejado como heredero de sus cuantiosos bienes. Matt se mostrará receloso de aceptar la herencia, sobre todo ante la obligatoriedad de tener que acudir a su pequeña ciudad y remover si pasado, pero Chip le indicará que entre los empleados de la misma han reunido 20.000 dólares para poder comprársela. Una vez llegue a dicho entorno, y cuando en apenas unas horas se va a cerrar la venta, algo hará modificar la perspectiva del pendenciero y amargado Matt. La visita a la mansión que ocupó su padre, y la inesperada visita de la que fuera su novia -Janet Calvert (Terry Moore)- le hará reconsiderar su desapego inicial, y replantearse la posibilidad de mantener el rancho y llegar a dirigirlo. Todo ello topará con dos poderosos inconvenientes. Por un lado, el rechazo de los dos hermanos de Calvert para que Janet y Matt reanuden su relación y se planteen una rápida boda. De otra parte, el inesperado encuentro por parte de Chip de una carta que señalaba el embargo del rancho debido a las enormes deudas de su entonces dueño. La circunstancia límite solo se podría solventar llevando un gran volumen de cabezas de ganado hasta Santa Fe, al objeto de que el banco las asuma como pago.

Todo ello posibilitará que Matt dirija el grupo de hombres que conducen al ganado, siempre manteniendo a Donohue como lugarteniente. Sin embargo, muy pronto aflorará su deriva autoritaria y destructiva -en algunos casos justificada, por aquellos que solo han pretendido ponerle zancadillas- que llegará a provocar el desapego de Janet y, poco después, el abandono del propio Chip, pese a lo cual el traslado de los animales se irá desarrollando, incluso de manera más fluida de lo que cabría suponerse, debido ante todo a la tenacidad del muchacho. Es más, el propio Donohue retornará a su lado, no sin llegar a un tenso enfrentamiento, en el que este le revelará que es su verdadero padre. Será la catarsis de un relato, en el que los cuatro enemigos que Matt había dejado atrás, se habrán reunido para provocar una desbandada, que finalmente se volverá en contra de algunos de ellos, y que nuestro protagonista logrará revertir, de nuevo utilizando la tenacidad como máxima arma.

Basada en una novela de Wayne D. Overholser, transformada en guion por John McGreevey y Martin S. Goldsmith en no pocas ocasiones se ha intentado comparar CAST A LONG SHADOW con el memorable RED RIVER (Rio Rojo, 1946) de Howard Hawks. Poco acertado intento de semejanza, para lo que aparece en última instancia como una propuesta apagada, en la que se acusa la falta de presupuesto, que culmina con asombroso apresuramiento, y que, por otra parte, esgrime una cierta atmósfera en esa querencia a un relato discursivo que plantea la redención no solo de ese Matt dominado por una andadura errática y pendenciera, sino incluso por la población que siempre ha visto a este con desprecio. En medio de ese enfrentamiento nada larvado, Thomas Carr articula una narración dominada por cierta morosidad, en una historia que uno ve más cercana al BROKEN LANCE (Lanza rota, 1954) de Edward Dmytryk. El relato permitirá a Audie Murphy componer un personaje en el que se destila al aura autodestructiva que iba dominando su vida personal, y que de manera constante fue apareciendo en sus personajes recreados en los últimos años 50 y primeros sesenta, en el que no quedaría ausente un elemento masoquista, que en esta ocasión se planteará en esas peleas dominadas por tanta tensión violenta.

Al margen de todo ello, la película atesora elementos curiosos, como la presencia de esa piel de zorro que provocará el miedo de los caballos y, con ello, a una posible desbandada, o la presencia de planos procedentes de otras producciones previas, que servirán para intentar dotar de cierta prestancia a todo lo relativo al traslado del ganado y, sobre todo, dicha desbandada final. Así pues, CAST A LONG SHADOW discurre con esa mezcla de cierta atonalidad de atmósfera fatalista que le imprime su propia iluminación, en permanente contraste con el intento de saboteo que brindará a cada momento la molestísima partitura de Fried, y una abrupta anticlimática conclusión, en la que no solo nos quedaremos sin conocer las reacciones finales de sus personajes secundarios -ni siquiera el de los dos enemigos supervivientes-, sino que el devenir de su argumento se nos escamoteará de la vista, como pocas veces en el cine de su tiempo.

Calificación: 2