IM NOT THERE (2007, Todd Haynes) I'M Not There
No oculto que me enfrentaba al visionado de I’M NOT THERE (2007) con una extraña sensación ambivalente. Algo que podría expresar con facilidad partiendo de las excelencias vividas con el anterior largometraje de su realizador, Todd Haynes. Ese FAR FROM HEAVEN (Lejos del cielo, 2002) que no dejo de considerar entre las obras cinematográficas más perdurables de la primera década del siglo XXI, era un aval de especial rotundidad, como para recibir con expectación esta su nueva película, tras cinco años ausente de estrenos en la gran pantalla. Sin embargo, aparecía para mí en su contra el hecho de que esta nueva película, se centrara en la remembranza de la figura del músico norteamericano Bob Dylan, de quien no voy a dudar sobre su talento artístico y musical, pero del que confieso mi absoluto desapego.
En la presencia de ambos elementos, lo cierto es que –como no podía ser de otra manera- Haynes logra ofrecer un resultado atractivo, valiente e incluso transgresor, revelando tanto su clase fílmica como sus orígenes en el terreno del videoclip. Pero por encima de todo ello, lo más valiente de I’M NOT THERE, reside en la propia originalidad del proyecto, huyendo por completo de cualquier inclinación por el biopic, inclinándose por el contrario por erigirse en una muestra de esa vertiente tan frecuentada en el cine de los últimos años, centrada en alterar la percepción espacio temporal de cualquier ficción narrada. Yendo incluso más lejos, Haynes acierta al plantear una atrevida mezcla de personajes –todos ellos ficticios-, en los que quedará incorporado alguno de los elementos que definen la personalidad de Dylan. Será una elección dramática que aparecerá formulada desde sus primeros instantes, cuando se nos presentarán a modo de “flashes” todos estos personajes, conformando una galería llena de atractivos… e incluso de sorpresas y anacronismos. Así pues, y todos ellos excelentemente encarnados por un plantel de intérpretes de primera fila –Ben Whishaw, Christian Bale, el desaparecido Heath Ledger, Richard Gere, la sorprendente Cate Blanchett…-, nos mostrarán una serie de seres –inclinados por lo general en diversas vertientes artísticas-, en las cuales veremos plasmadas diversas parcelas ligadas al contexto del músico a quien se dedica el film, que estará en muchas ocasiones adornado por canciones del intérprete.
Esta arriesgada configuración nos lleva a asistir a una propuesta inclasificable, atrevida, caracterizada por la combinación de texturas –imágenes en blanco y negro mezcladas con otras en color, alguno de los personajes (el del cantante folk encarnado por Bale advierte un rasgo documental) llega incluso a alterar la convención espacio temporal (sobre todo el pequeño niño negro que atiende al nombre de Woodie Gutrie o el viejo Billy the Kid que ha sobrevivido a la muerte que le marca la leyenda). En el conjunto aportado, los modos visuales aplicados por el realizador resultan insólitos y atractivos, articulando en su interacción una extraña pero fascinante sinfonía de rasgos y caracteres, en la a la precisión del montaje cabe destacar una innata capacidad para extraer de todos ellos sus matices más adecuados. En su conjunción, Todd Haynes alcanza algo en verdad complejo, como es describir el mundo personal de un músico tan singular como Dylan sin tener que recurrir a su propia imagen personal –un plano final con su retrato es su única presencia física-. Solo por ello deberíamos reconocer a su artífice la capacidad para plasmar un mundo personal, recurriendo para ello a una reinvención de su obra. No se trata de algo fácil. Antes al contrario, la película demuestra no solo conocer muy de cerca las obsesiones y el mundo interior del artista, sino del mismo modo insertarlo en un contexto sociológico –la convulsa vida norteamericana de finales de los sesenta, con la llegada de los movimientos pacifistas contrarrestando la Guerra de Vietnam, la contracultura, Nixon…-. Toda esa amalgama de evocaciones e inquietudes, propias del mundo personal y la inspiración del cantante homenajeado, son trasladadas a la pantalla demostrando una enorme capacidad de investigación y, sobre todo, de reinvención a través de su plasmación visual. En este sentido, justo es reconocer que el experimento llega por momentos a resultar fascinante. La belleza de buena parte de sus imágenes, la perfecta combinación de rasgos y estilos, o la incardinación en los modos de ligar el trazado y la continuidad de un perfil con el siguiente, adquiere en su diversidad una densidad casi apasionante.
Será algo, sin embargo, que bajo mi punto de vista se desinflará un poco en su segunda mitad –creo que a la película le sobra algo de metraje-. Será quizá a partir de la vivencia y el especial protagonismo que adquiera el episodio ubicado en Londres, rodado en blanco y negro y en el que la multi galardonada Cate Blanchett encarnará el trasunto físico del cantante –en el que no faltará el guiño dedicado a los Beatles-, donde se observa una cierta fisura en la firmeza que hasta entonces había mantenido la singular propuesta fílmica. No se me entienda mal. Con ello no pretendo afirmar que I’M NOT THERE pierda su interés, pero sí que este mengua, apareciendo en su lugar ese grado de cierto manierismo y narcisismo que algunos aficionados han reprochado a su resultado. No seré yo quien lo haga, ya que la propuesta de Haynes me parece tan valiente como válida, permitiéndonos con un planteamiento innovador, participar del la esencia de un artista con el que uno puede estar más o menos distante, sin dejar de reconocérsele su categoría artística. La capacidad trasgresora, el asombroso engranaje que encierra su configuración dramática, la belleza que desprenden sus pasajes más poéticos, la precisión con la que nos sitúa en un contexto determinado, aún utilizando para ello personajes ficticios, son elementos suficientes para valorar de forma muy positiva una película sin duda atractiva, aunque marque un cierto grado de retroceso con la que sigo considerando su obra más perdurable. Esperemos al menos que no tengan que transcurrir otros cinco años para asistir a la evolución del autor de VELVET GOLDMINE (1998).
Calificación: 3