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CINEMA DE PERRA GORDA

William Cameron Menzies

ADDRESS UNKNOWN (1944, William Cameron Menzies)

ADDRESS UNKNOWN (1944, William Cameron Menzies)

Es de sobra reconocida, la reputación de William Cameron Menzies, como uno de los directores artísticos más laureados del Hollywood clásico, doblemente ganador de premios de la Academia, en plenas postrimerías del periodo silente. Sin embargo, es menos conocida su aportación de cerca de una quincena de largometrajes, iniciada casi al comienzo de los años treinta, que recorren diferentes géneros y coyunturas de producción, y que fueron acompañadas con otras aportaciones al medio televisivo, de diferente calado. He de reconocer, que mi conocimiento de estas películas suyas es bastante fragmentado, pero he de decir que, por lo general, me han interesado más las que apenas son conocidas -la atractiva propuesta de fantastique de serie B y ascendencia lovecraftiana, que es THE MAZE (1953), mientras que, por el contrario, conservo un recuerdo muy discreto de la hoy casi mitificada INVADERS FROM MARS (1953). Y de su título más reconocido; THINGS TO COME (La vida futura, 1936), albergo la mirada de una producción relativamente atractiva, pero bastante sobreestimado, en lo limitado de su resultado. Es por ello que, a la hora de acercarme a cualquier otro nuevo título, de los por él filmados, siempre se alberga una curiosa mezcla de prevención e interés furtivo, quedando a la expectativa de un resultado de imprevisible calado.

Por ello, asumo mi relativa satisfacción, al ahora de acceder a la casi ignota ADDRESS UNKNOWN (1944), en la medida de apreciar un título provisto de notable interés, y en el que además de su clara apuesta por el alegato antinazi -aspecto este, en el que devendrá superado por muchos otros títulos-, destaca ante todo por la clara voluntad del cineasta, de ofrecer un relato en el que predomine la forma sobre el fondo, ofreciendo a través de esa clara adscripción visual, mediante una actualización de postulados expresionistas, una sombría y abstracta metáfora, en torno a la pérdida de la identidad, y los propios valores del ser humano.

La película se inicia en Estados Unidos, en medio de una conversación de dos viejos amigos, socios de una galería de arte. Ellos son Martin Schulz (magnífico Paul Lukas) y Max Einsenstein (no menos espléndido Morris Carnovsky). Entre ellos, puede decirse que se ha establecido desde hace largo tiempo una relación familiar, aspecto en el cual tendrá capital importancia, la relación establecida entre el hijo de Martin -Heinrich (Petrer Van Eyck)-, y la hija de Max -Griselle (K. T. Stevens)-. Ambos casi parecen anunciar su inminente boda, pero el interés de ella para desarrollar su carrera de actriz, debutando en Berlin, pondrá en cuarentena dicha unión. Al mismo tiempo, Martin retorna hasta su Alemania natal, al objeto de hacerse cargo de unos negocios. Sin embargo, desde los primeros instantes de la llegada a su residencia alemana, será progresivamente abducido por el inquietante barón Von Friesche (Carl Esmond), quien bajo sus aterciopelados modales, irá inoculando en nuestro protagonista, el veneno latente, y la tentación totalitaria del nazismo, modificando casi por completo su voluntad, e incluso separándolo de su hijo y amigo, que se han quedado en USA, y recelando del que fuera su inseparable socio su condición de judío.

La espiral que envolverá a una persona de reconocida sensibilidad personal e incluso artística, le llevará a cerrar cualquier contacto epistolar con su hijo y con Max, e incluso a socorrer a Griselle, cuando esta se encuentra sometida al intento de linchamiento de las hordas nazis -lo que proporcionará los dos momentos más escalofriantes del relato-. Dicha situación límite, le separará de su esposa, asqueada por la alienación que demuestra al ideario nazi. Pero al mismo tiempo, y sin que él lo sepa, ha sido sometido a una cruel e insospechada venganza por parte de su hijo, que lo asediará con una serie de escritos, en los que dejará entrever a los censores nazis, la posible incriminación de su progenitor en una trama de espionaje. Ello irá cercando, de manera casi insoslayable, a un hombre en el fondo de débil carácter, que se verá imbuido en un contexto pesadillesco, de incalculables consecuencias para él.

Adelantándose a títulos como el posterior THE STRANGER (1946, Orson Welles), ADDRESS UNKNOWN propone desde el primer momento, una clara apuesta por esa planificación rupturista, que retoma parte del universo del expresionismo alemán, atomizado, actualizado y ampliado, por el ya citado Orson Welles, en la mítica y muy cercana CITIZEN KANE (Ciudadano Kane, 1942). Es algo que observaremos desde esa conversación inicial entre los dos veterano socios de la galería, plasmada con una apuesta por la retórica visual, centrada en un forzado primer plano compartido de ambos. A partir de ese momento, el devenir del film de Menzies, se despliega en una constante sucesión de elementos de puesta en escena, acentuando con pertinencia esa espiral de creciente desasosiego, marcada en la experiencia vital de Martin, una vez retorna a Alemania. Esa mezcla de cierto pavor, ante las señales que denotan el asentamiento del nazismo, irá quedando en un segundo término, al ir percibiendo de manera inconsciente, la fascinación que las líneas generales del Reich, irán marcando en su personalidad, hasta entonces dominada por un talante amable y juicioso.

Todo ello es matizado con acierto en una película de muy ajustada duración, mediante un atractivo juego de utilización de escenarios, caracterizada por una planificación en la que dominará el uso de los contrapicados o los contrastes y el brillantísimo uso de los claroscuros, en una magnífica iluminación en blanco y negro, debido al aporte del prestigioso operador de fotografía -y posterior y nada desdeñable director- Rudolph Maté. Con dichos elementos, ADDRESS UNKNOWN avanzará por lo general con paso firme, proponiendo una mirada singular en torno al fenómeno de la consolidación y fascinación del nazismo -en algún momento, me recordó a la estupenda e igualmente ignorada THE SEVENTH CROSS (Fred Zinnemann), rodada el mismo año-. Pero lo que hace que su propuesta adquiera personalidad propia, más allá de esa querencia por lo epistolar que. al parecer, tenía una mayor presencia en la historia original de Kressmann Taylor, es constatar como el film de Menzies se apoyará, de manera creciente -según la sensación de opresión, vaya rodeando el devenir diario del rol encarnado por un cada vez más atormentado Paul Lukas-, en la presencia de esas cada vez más inoportunas y casi incriminatorias cartas en torno suyo, y en un uso muy expresivo del primer plano.

Es cierto. En ADDRESS UNKNOWN uno detecta un excesivo interés por plantear en la figura del barón Von Friesche a un arquetípico villano, que parece salido de cualquier película de horror gótico. Pero si logramos asumir esta u otras convenciones, no es menos cierto, que la obra de Menzies ofrece instantes verdaderamente antológicos. Citaré tres de ellos. La irresistible fuerza que adquiere ese plano fijo, de breve duración, encuadrando el telón cerrado del teatro en donde Giselle a empezado a ser increpada por los asistentes, al descubrirse que es judía, y que es literalmente, reducido a girones, por las masas enfurecidas, que se encuentran tras él. Poco después, y cuando esta acuda a la mansión de Martin en busca de ayuda, y este se la niegue -en uno de los momentos de mayor fueza dramática del relato-, se cerrará la puerta, escuchándose en off los rugidos de la masa nazi, linchando a la muchacha, de la cual solo veremos la huella sangrienta plasmada en el quicio de la puerta. O, como no podía ser de otra manera, esos instantes finales, donde el desasosiego de una ya superado Martin, hará virar la película en el ámbito de la abstracción, y en el que el dominio de los primeros planos sobre su rostro, los contrastes lumínicos, o incluso los sonidos en fuera de campo, que anuncian la cercanía de las patrullas nazis, describirán un trágico final, escamoteado por una oportuna elipsis que, sin embargo, no dudará en plasmar un inesperado contrapunto, en el que ese hijo totalmente alejado de él, no ha dudado en plasmar una venganza, en torno a quien, en realidad, facilitó la muerte de su prometida.

Calificación: 3

THE WHIP HAND (1951, William Cameron Menzies)

THE WHIP HAND (1951, William Cameron Menzies)

Consagrado como director artístico –dos Oscars en su haber-, es bastante menos conocida la intermitente andadura del norteamericano William Cameron Menzies como realizador –hagamos excepción de la ambiciosa, y a mi juicio irregular, producción de ciencia-ficción THINGS TO COME (La vida futura, 1936)-. Por el contrario, el cine de Menzies parece que alcanza mayor altura cuando queda escorada en los ámbitos de la serie B, ámbito este en donde se sintió más a gusto, plasmando una serie de extravagantes títulos, por lo general orillados a géneros oscuros y tenebrosos –noir, suspense, ciencia-ficción-, que con el paso del tiempo se van redescubriendo, revelando en Menzies un extraño talento dentro de lo bizarro. THE WHIP HAND (1951) es un perfecto ejemplo de este enunciado, trasladando a través de esta modestísima e ignota producción de la RKO una atmósfera de pesadilla, a partir de un sencillo argumento utilizado como base de un relato, que es probable se dio salida en el estudio por su condición de ingenuo alegato anticomunista, aunque en realidad se dirima como un auténtico ejercicio de estilo, plasmando en sus imágenes una parábola –hubo tantas aquellos años en el cine americano-, en torno a la paranoia de la sociedad norteamericana.

Matt Corbin (Eliott Reid) es un joven redactor de una influyente revista norteamericana, que se encuentra pescando en una zona de Minessota, famosa por su fauna piscícola –aunque para ello se ha basado en una guía anclada en el tiempo-. Recibirá un inesperado golpe entre la luvia, lo que le llevará a buscar ayuda, iniciando una pesadillesca y azarosa andadura, encontrando únicamente hostilidad. Llegará a la pequeña localidad de Winnoga, donde será atendido por su doctor –Edward Koller (Edgar Barrier)-, aunque solo encuentre una cierta simpatía en su hermana Janet (Carla Balenda). Tras su cura, se trasladará a la fonda existente, donde será alojado por su propietario Steve Loomis (Raymond Burr). Muy pronto Corbin observará con extrañeza el comportamiento de sus habitantes, lo que unido a la sensación de pueblo abandonado que asumió al perder esa población piscícola por una extraña contaminación, le hará valer su condición de periodista, para elaborar un reportaje al respecto. En ello influirá también su atracción hacia Janet, aunque sin darse cuenta, la curiosidad que se acrecienta en su espíritu de investigador, pronto se transformará en una pesadilla, que no solo le llevará a un extraño laboratorio de experimentación, sino que pondrá en peligro se propia vida.

El gran acierto de THE WHIP HAND, reside a mi juicio precisamente en eso. En saber trasladar en imágenes un relato que parece fruto de una extraña pesadilla. La anuencia con la espesura de la fotografía del indispensable Nicholas Musuraca, se convierte en el mejor aliado, para que esta modesta producción adquiera un considerable grado de densidad y creciente desasosiego, y prenda de inmediato en la retina del espectador. Con una atmósfera que en más de una ocasión me recordó a la admirable MAN HUNT (El hombre atrapado, 1941. Fritz Lang), en muy pocos instantes el espectador sintonizará con la andadura del atribulado protagonista. Percibimos la angustia cuando recibe la hostilidad del vigilante al recinto a donde quiere entrar para recibir ayuda en su herida. Será el inicio de toda una odisea, en la que Menzies apostará claramente dos recursos cinematográficos. De un lado la utilización de la fuerza expresiva de los rostros, y de otro la clara huella de su condición como director artístico, que tendrá como fruto una serie de composiciones visuales, acrecentando esa aura de peligro creciente en la aventura de Corbin. Con ello, desplegará un relato en donde en todo momento intuimos la amenaza, lo ominoso y lo oscuro. Sentimos en más de una ocasión, que estamos ante una película que parece rodada en duermevela. Las miradas hoscas de los actores, la eterna vigilancia de los escasos vecinos a la hora de no dejar suelto al visitante. La única rebelión entre sus vecinos, la brindará el anciano tendero Luther Adams (Frank Darien), en el que el periodista encontrará su único asidero, logrando su colaboración a la hora de transmitir un mensaje al director de su revista, para poder ser rescatado, ya que en un momento determinado, percibi9rá con claridad que no le van a dejar abandonar la población.

La adscripción del film de Menzies en el terreno del alegato anticomunista, justo es reconocer que aparece casi forzada en su parte final, apareciendo en un recinto alejado de la misma la presencia de un extraño doctor huido tras su colaboración con los nazis –Bucholtz (Otto Waldis)-, aliado con el totalitarismo comunista, y empeñado en prolongarlo en territorio norteamericano, para lo cual cuenta con la colaboración de los vecinos de la localidad –a excepción del ya señalado Adams y de Julia, que nunca ha percibido dicha circunstancia, aunque siempre ha sospechado de las constantes salidas de su hermano-. El interés de THE WHIP HAND aparece en primer lugar en esos primeros planos de rostros amenazantes. En esa creciente presencia humana llena de hostilidad. En el predominio de la noche como elemento dramático. En la amenaza de Corbin cuando se escape y acuda a los exteriores de la mansión donde el siniestro doctor está realizando sus investigaciones, pudiendo contemplar desde la lejanía y con teleobjetivo, el indicio de que algo inhumano se está gestando allí. En la creciente sensación de sentirse acosado y sin posibilidad de fuga. En lo inquietante que aparece ese episodio de fuga junto a Julia, finalmente abortado, comprobando con pesimismo como el entorno se encuentra totalmente confabulado para impedir que salga al exterior el secreto que todos contribuyen a mantener. En lo aterrador que resulta comprobar como los experimentos de Bucholtz se dirimen con voluntarios, totalmente robotizados y despojados de la menor dignidad, que deambulan recluidos como auténticos zombis. O en la angustiosa persecución que protagonizarán, huyendo por las aguas del lago que circunda la mansión, en la que Matt tendrá que defenderse, estrangulando a uno de sus más feroces perseguidores, en uno de los momentos más electrizantes de la película.

Es cierto. A THE WHIP HAND le falta esa incapacidad de redondear un conjunto lleno de fuerza. No es ajeno a ello ese carácter de serie B que, con todo, se postula en un excesivo acomodo en un forzado Happy End, sin anular las cualidades de esta extraña visión de la paranoia anticomunista norteamericana, que se podría emparentar con la posterior, más reconocida, y a mi juicio inferior –a falta de una revisión que renovara mi lejano recuerdo; INVADERS FROM MARS (1953)-.

Calificación: 3

THE MAZE (1953, William Cameron Menzies)

THE MAZE (1953, William Cameron Menzies)

No se puede ocultar la significación de la figura de William Cameron Menzies dentro de un contexto de producción que se inicia en el cine inglés de los años treinta, y tiene su relativa decadencia en la serie B de los años 50 de la cinematografía norteamericana. Sin embargo, y pese a su responsabilidad en un título tan reconocido –aunque a mi juicio un tanto sobrevalorado- como es THINGS TO COME (La vida futura, 1936)- o su innegable contribución en calidad de diseñador y director artístico de producciones míticas, he de reconocer que una película que goza de cierto culto también dentro de la ciencia-ficción de los cincuenta, como es INVADERS FORM MARS (1953), mantengo de la misma un recuerdo tan lejano como escasamente estimulante. Es por ello que, de entrada, podría albergar no pocos temores a la hora de enfrentarme al visionado de THE MAZE, rodada el mismo año dentro de los márgenes de una estrechísima serie B, y atendiendo al encargo del entonces novel productor Walter Mirisch –una década después tan destacado como polémico-. Sin embargo, algunas cercanas referencias, y la propia intuición que podía emanar de su propia configuración, me llevó a algo más que la curiosidad e interés de contemplar una propuesta extraña, mórbida, en la que paradójicamente se alcanzan de sus limitaciones virtudes, y que cierto es que debería gozar de un mayor predicamento del casi escaso que mantiene aún en nuestros días, sin duda debido al hecho de que desde el momento de su estreno apenas se haya podido acceder a ella. En cualquier caso, junto a ello, no me gustaría dejar de señalar que su propuesta no solo me parece con mucho lo más interesante que hasta la fecha he podido contemplar de Menzies como director –incluso por encima del gigantesco y ya citado THINGS TO COME-, sino de una de esas extrañas perlas de la serie B, casi lindando con la denominada serie Z, a la que el paso del tiempo ha brindado una patina y un atractivo especial. Es decir, que incluso el mal estado de la copia de la que se dispone –y que es la que se ha editado digitalmente- en última instancia, beneficia la impresión que provoca su resultado. Es algo que incluso se produce en la carencia de efectos implantados a la hora de aplicar las tres dimensiones que caracteriza la película, y que se reduce a la configuración de los títulos de crédito, el instante en el que se muestra una carta en primer término, o la escena en la que contemplamos la monstruosidad que, en última instancia, se erige en el epicentro de la acción.

THE MAZE se basa en una novela de Maurice Sandoz –trasformado en guión por Daniel B. Ullman-, según las crónicas fervoroso seguidor de la obra de Lovecraft, aspecto este del que queda imbuido el film, aunque personalmente –y como más adelante señalaré-, no sea este, el especto que más interese del mismo. Su metraje se inicia con una secuencia percutante, un efecto de shock rodado entre la nocturnidad del castillo de los Mac Team, en donde sus criados perciben la muerte trágica de la criada del castillo, sin que sepamos las causas, y en medio de un ambiente sórdido y oscuro. Será el contrapunto adecuado para introducirnos de forma repentina en el seno de la pareja de novios formada por Gerald Mac Tean (Richard Carlson) y su prometida Verónica Hurst (Kitty Murray). Ambos se encuentran a dos semanas de celebrar sus esponsales, y una carta recibida por parte del dueño del castillo que hemos contemplado inicialmente –ubicado en tierras escocesas-, provocará por parte de su sobrino reacciones de abierta hostilidad. Sin embargo, la misiva incitará a este a viajar hasta el mismo, atendiendo al ruego formulado por su tío, pese a que en realidad no haya tenido trato con él desde hace muchísimos años. A partir de ese momento, ese instante de relativa tranquilidad contemporánea que hemos contemplado por parte de la pareja de prometidos y sus amigos, abandonará el resto de la película, para insertarse en el seno de un marco malsano, repleto de oscuridad y recovecos, en los que el siniestro aroma de lo desconocido comporta una atmósfera gótica que parece anclada en el tiempo. Será el interior de esa mansión en la que las puertas se cierran de noche con llave, en el que un laberinto ubicado junto a la misma aparece prohibido en su entrada, sus ventanas exteriores aparecen en ocasiones tapiadas, y los escalones de su escalera central ofrecen una extraña configuración, bastante más amplia de la habitual. Será algo que detectarán cuando, preocupadas por la ausencia de noticias de Gerald -que no menguará con la llegada de un escrito de este que la libera de su promesa de matrimonio-, tanto Verónica como su tía Edith (Katherine Murray) viajen hasta la misteriosa edificación, donde serán recibidos por los dos siniestros criados y, sobre todo, por un apático y envejecido Gerald, para el cual la visita recibida no aparecerá más que como un impedimento para algo que mantiene oculto ante sus inesperadas invitadas.

Será este el verdadero punto de partida de una película en la que –justo es reconocerlo- ese aspecto lovecraftiano se encuentra presente –quizá en menor medida de lo que se suele señalar, más pertinente me resulta la cierta semejanza que la base argumental me brinda sobre el House of Usher de Poe-. En realidad, lo que realmente dota de personalidad a THE MAZE “el laberinto” es suponer toda una oda a la oscuridad, a lo inhóspito, al miedo a lo desconocido. Pese a la carencia de medios –o quizá gracias a ello- Menzies logra transmutar de la limitación virtud, y retomar aspectos de títulos magníficos dentro del fantastique como THE LOST MOMENT (Viviendo el pasado, 1947. Martin Gabel), o incluso adelantarse a mayestáticas muestras del género como THE INNOCENTS (Suspense, 1961. Jack Clayton). Los paseos nocturnos, a escondidas, por los interiores de las dependencias de este castillo maldito, aparecen revestidas de un extraña sensación de malignidad, como si de la nada emergiera un aura de perversa neblina, que llegará a extenderse en el tramo final, cuando las dos protagonistas femeninas se atrevan a invadir las prohibidas dependencias de ese laberinto formado por un jardín de siniestras características. El film de Menzies es atmósfera pura. La demostración de cómo para lograr la validez en el cine no solo no hay que poseer grandes medios –y la película a otra escala me recuerda también el film de Edgar G. Ulmer THE MAN FROM PLANET X (1951)-, sino utilizar una serie de recursos narrativos y de atmósfera que en esta ocasión –y quizá como nunca en su carrera-, puso en práctica en este relato que –y es algo que quizá nadie ha percibido- me recuerda el aspecto de ciertas muestras del drama o el cine de terror azteca, tan caracterizado por su aire bizarro –uno de los criados posee curiosamente un sorprendente parecido con al actor mexicano Claudio Brook, mientras que la secuencia en la que se reúnen en el castillo los amigos de Gerald, atraídos por su prometida, podría erigirse como un reverso de la posterior EL ANGEL EXTERMINADOR (1962. Luis Buñuel). Semejanzas casuales o no al margen, lo cierto es que el gran triunfador de THE MAZE es esa búsqueda de lo monstruoso. De ese corazón maligno que las dos mujeres que allí se encuentran –y, con ellas, el espectador-, solo se percibe con pequeños elementos –las huellas que aparecen por las escaleras, el paso de unas garras a contraluz por la puerta que cierra el cuarto en el que se encuentra Verónica…-. Aspectos que en ocasiones desafían la lógica narrativa –como por ejemplo contemplar la rapidez con la que se trasladan al castillo los amigos de la pareja, o ciertas angulaciones lumínicas que surgen sin lógica en un relato difuminado por la penumbra –una de ellas inserta en el laberinto cuando es recorrido por nuestras dos mujeres-. No importan esas imperfecciones, como la relativa decepción que supone la conclusión del relato. Han sido tantas y tan intensas las emociones y sensaciones percibidas a lo largo de más de una hora de los ochenta minutos en que se extiende la película, que unido al hecho de que durante décadas su propia referencia haya quedado oculta, nos permite destacar una de las propuestas más insólitas e inclasificables que el fantastique de la serie B brindó al cine norteamericano de la primera mitad de los cincuenta. Enfréntense sin temores a THE MAZE, con la seguridad de asistir a un relato que nos recuerda muchos otros, que adelanta a otros, pero al mismo tiempo adquiere personalidad propia.

Calificación: 3