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CINEMA DE PERRA GORDA

SHATTERED GLASS (2003, Billy Ray) El precio de la verdad

SHATTERED GLASS (2003, Billy Ray) El precio de la verdad

Nadie puede negar que los entresijos de la profesión periodística ha proporcionado no pocas películas llenos de interés. De entre las que he visto personalmente citaría DEADLINE USA (1952) u OBJETIVO MORTAL (Wrong is Right, 1982) –esta con muy escaso reconocimiento-, ambas de Richard Brooks. Pero entre otros no se pueden omitir CORREDOR SIN RETORNO (Shock Corridor, 1962. Samuel Fuller) o TODOS LOS HOMBRES DEL PRESIDENTE (All the President’s Men, 1976. Alan J. Pakula). En cualquier caso, estoy seguro que cada aficionado elaborará su propia relación de grandes títulos al respecto –entre los uno jamás citaría el hipervalorado EL GRAN CARNAVAL (The Big Carnaval, 1951) de Wilder, aunque si muy gustoso la implacable y delirante PRIMERA PLANA (The Front Page, 1974) del mismo realizador-

EL PRECIO DE LA VERDAD (Shattered Glass, 2003) supone el debut del ya experto guionista Billy Ray y se inserta en esa corriente liberal de denuncia de los excesos de la sociedad norteamericana y los abusos de poder –entre los cuales no ha de quedar ajeno el de la prensa-. Su historia se basa en el referente real del joven periodista Stephen Glass (Hayden Christensen), un redactor dotado de un especial carisma que se integra en el influyente semanario The New Republic a finales de la década de los noventa, ascendiendo en el rotativo merced tanto a su atractiva personalidad como el ingenio de las historias que relata en el mismo. Precisamente su ascenso se produce cuando se releva al director de la publicación, que abandona forzosamente Michael Nelly (Hanz Azaria) y asume el joven Chuck Lane (Peter Sarsgaard).

La investigación de una publicación on line permite ir descubriendo que uno de los reportajes de Glass tiene numerosas lagunas como para resultar creíble. La indagación en la misma va poniendo en verdaderos apuros a Lane y finalmente en la picota al joven reportero, quien no duda en utilizar toda serie de trucos para justificar una situación cada vez más insostenible que finalmente le llevará al despido profesional y a la disculpa pública de la prestigiosa publicación, ya que se encontraron numerosos de sus anteriores reportajes caracterizados por su falsedad total o parcial.

Definiéndola en muy pocas palabras, EL PRECIO DE LA VERDAD me parece el típico ejemplo de película con interés inicial desaprovechada por un tratamiento cinematográfico de lo más convencional. Tal es así que las andanzas de los personajes que pululan en torno a la redacción de The New Republic apenas si adquieren algún interés. Lo peor de todo es que no funciona ni como denuncia de los límites éticos de la profesión periodística ni, sobre todo, ya que es un subtema que Billy Ray introduce en base a las escenificaciones fantásticas del propio Glass, como expresión de una doble personalidad por parte de su personaje protagonista

Llegados a este punto no se puede dejar de pensar en el notorio miscasting que supuso la encarnación de Stephen Glass por parte de Hayden Christensen. Este mediocre intérprete en modo alguno ofrece la necesaria capacidad de fascinación para representar el carisma que supuestamente tuvo aquel periodista y le sirvió para hacer creíbles sus falsedades. Tampoco resulta reconocible como avezado periodista ni por supuesto demuestra malignidad alguna en esa doble personalidad que intentan sugerir sus imágenes. Por el contrario parece un niñato malcriado, lleno de acné y permanentemente expuesto a irritantes gesticulaciones.

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Incidiendo de nuevo en el personaje de Glass, uno de los caminos inexplorados del film es el hecho de que sujetos de esa calaña años después puedan incluso tener fortuna en el mercado editorial publicando libros que relaten estas experiencias reprobables, como nos indica uno de los rótulos finales. Una vez más la hipocresía de la sociedad norteamericana que permite que en su afán de competitividad surjan personajes como este, posteriormente eliminados en el camino y años después aún son recuperados por que lo que en el pasado reciente es casi delictivo poco tiempo después resulta rentable.

Al margen de estas limitaciones, SHATTERED GLASS es un film de una enorme atonía dramática –la escasa presencia del personaje encarnado por Hank Azaria; lo apresurado de su resolución final-, y con una puesta en escena realmente plana y de carácter casi televisivo que el uso de la pantalla ancha no logra disimular. En el terreno de la realización apenas hay instantes en los que la planificación se esfuerce. Uno de ellos sería sin embargo, el reencuentro entre Glass y Kelly (su antiguo director) en el que el primero le pregunta por si le cree. En ese momento, la planificación rompe lo convencional y se sitúa en plano general detrás de los dos personajes -Nelly no cree en la inocencia de este ya que cuando fue director detectó algunas falsedades en sus escritos-.

Finalmente, si hay algo que realmente merezca la pena de ser resaltado en este desaprovechado EL PRECIO DE LA VERDAD, es la formidable labor del joven Peter Sarsgaard -que logró numerosos galardones de la crítica USA por este trabajo- al dar vida al joven director de la publicación Chuck Lane, expresando con ejemplar contención el enorme conflicto de su personaje. Lane lucha interiormente en el convencimiento de su dignidad al asumir la dirección de hiThe New Republic, el recelo que suscita entre sus compañeros y su progresivo descubrimiento ante la intuición sobre las falsedades de Glass. En una interpretación que contrasta con la lamentable de Christensen, Sarsgaard proporciona los únicos elementos de interés de este mediocre e insatisfactorio SHATTERED GLASS.

Calificación: 1

1 comentario

sahamara navidad -

a pesar de que la pelicula en sus momentos pudiera parecer un poco plana y ligera en contenido la representación de algunos actores es presisa con el poco recurso con el que contaban como hayden christensen que a pesar de su corta edad tomo la personalidad de un hombre de mundo y lo llevo a la interpretación de este falso periodista conmoviendo y engañando al espectador hasta el último momento