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CINEMA DE PERRA GORDA

MOTHER MACHEE (1928, John Ford) Madre mía

MOTHER MACHEE (1928, John Ford) Madre mía

Realmente al referirme a MOTHER MACHEE (1928) –MADRE MIA es España- lo tengo que hacer a las tres bobinas que se conservan de una duración final de poco más setenta minutos. Es decir, que he podido contemplar una media hora de película, en una copia regrabada de VHS y además con los rótulos en inglés y sin subtitular –tampoco es tarea muy difícil adivinar su contenido-. En cualquier caso y aún con todas estas dificultades, siempre es gratificante encontrarse con un material de tan difícil accesibilidad y al mismo tiempo sirve para comprobar la enorme madurez narrativa con que ya contaba John Ford en las postrimerías del cine mudo, algo que según consta ya había manifestado sobradamente años atrás –lamento no haber tenido la ocasión de ver sus títulos mudos más prestigiosos-.

MOTHER MACHEE demuestra ya la afinidad del maestro por las temáticas de añoranza irlandesa y describe un personaje que se señala como la primera gran madre de su cine. Nos encontramos en una aldea irlandesa de 1899 y en ella reside Ellen McHugh (Belle Benneth) junto con su pequeño hijo Brian. Ambos se despiden de su padre –un pescador- y reanudan su vida normal. Por la noche sobreviene una tormenta de la cual saldrá muerto el padre, iniciándose para madre e hijo la senda para sobrellevar su situación llevarandoles a intentar el éxodo a América. Por el camino se encontrarán con un hombre de aspecto rudo, un gigante de buen corazón –Terrence O’Dowd: Victor McLaglen- y otros dos singulares personajes pertenecientes al mundo del circo.

Una vez llegan a la ciudad madre e hijo se dan cuenta que por su condición no pueden acceder a un viaje a Estados Unidos. Sin embargo, ello les permitirá reencontrarse con sus amigos circenses y a la madre encontrar un trabajo en el circo.

Los fragmentos que no se conservan relatan como Brian –el hijo- es arrebatado a su madre y las azarosas circunstancias que sobrellevan. En los salvaguardados vemos ya a un Brian crecido –un jovencísimo Neil Hamilton- que visita la mansión en la que su madre -ya casi anciana-, trabaja como criada. Allí entona una canción –que se sonoriza en el film- y que permite a la madre el reencuentro con el hijo, el cual tiene un futuro prometedor ya que se encuentra a punto de casarse con una acaudalada joven.

Pese a la reducida base que nos resta si que se puede revelar la emotividad y sentido del humor que Ford impregna a los pasajes iniciales en la aldea irlandesa, la expresividad que reviste el momento en el que el sacerdote le comunica a la protagonista la muerte de su esposo en medio del azote de la tormenta o la muy adecuada sincronización existente en su aspecto sonoro.

Ese elemento de sonorización contribuye igualmente a dotar de un especial halo mágico al momento del encuentro en pleno bosque de la madre y el niño con tres personajes pertenecientes al mundo del circo: el gigante que encarna McLaglen, otro joven con rostro monstruoso y un tercero que toca el arpa, imprimiendo con sus sones un extraño toque bucólico e irreal. De tono completamente diferente es la secuencia que se desarrolla con posterioridad, en la que la madre comprueba las dificultades para viajar a América, ascendiendo y descendiendo por una escalera –un poco como ofrecería King Vidor en la memorable secuencia de John Sims niño de ...Y EL MUNDO MARCHA (The Crowd, 1928, el mismo año que esta película)-.

Poco después comprobaremos las habilidades de la madre como artista de circo –imita una especie de actuante- y ya las imágenes que podemos ver de MOTHER MACHEE nos muestran la emotiva secuencia del encuentro en una lujosa mansión en la que Ellen se percata de la presencia de su hijo convertido ya en un apuesto joven, cuando este canta una canción que al parecer se había compuesto en su honor. Neil Hamilton la interpreta con su voz, integrándose muy bien dentro de este film mudo. En esta escena de nuevo se pone de manifiesto la delicadeza de Ford en su planificación y la sencillez de su dirección de actores logrando esa textura visual y esa sinceridad consustancial a su cine y que solo otros realizadores como Leo McCarey sabían imprimir con verdadero corazón.

Con franqueza, es una pena que la película no se conserve completa, por que lo que de ella podemos intuir realmente te deja con muy buen sabor de boca.

Calificación: 3

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