SUBMARINE PATROL (1938, John Ford)
Dentro de la vasta obra fordiana, hay numerosos títulos que escapan a las coordenadas que han hecho posible tanto sus grandes obras, como una quizá interesada delimitación de su mundo, dejando de lado rasgos que sobrepasan cualquier filiación genérica o temática ¿Qué me dicen, pues, del vitalismo, que recorre transversalmente su obra, incluso en sus títulos más escorados al ámbito dramático? Es lo que propone, plano a plano, la casi ignota SUBMARINE PATROL (1938) de entrada una producción de Darryl F. Zanuck, inmersa dentro del ámbito de las producciones coming on age, que en aquellos años podían protagonizar estrellas jóvenes como Robert Taylor, y que en la recientemente creada 20th Century Fox serviría como vehículo de lanzamiento del joven galán inglés Richard Greene, una apuesta directa de Zanuck. Hay que reconocer que este se desenvuelve con soltura y picardía, encarnando al arrogante Perry Townsend III, heredero de una acaudalada familia, que como capricho personal apuesta por alistarse en marina, en tiempos de la I Guerrea Mundial. Será destinado a un desvencijado contra submarino, mientras que muy pronto conocerá a la joven Susan Leeds (Nancy Kelly), hija del patrón de otro barco –encarnado por el veterano George Bancorft- quien, intuyendo el lado frívolo de Perry, se opondrá tajantemente a que su hija quede ligada al muchacho. Sin embargo, este no deja de desafiar dicha prohibición, escenificando cada vez que puede, esa fresca altanería de su personalidad, que extenderá en su vida diaria dentro de la desvencijada nave. La llegada al mando de la misma del teniente Drake (Preston Foster), logrará implantar una cierta marcialidad a la tripulación, convirtiendo aquellas destartaladas instalaciones en un recinto respetable. Este recibirá las órdenes secretas superiores, navegando todo el océano hasta llegar a la costa italiana, donde de manera inesperada logren derribar a un submarino alemán. Una vez descansen en aquellas tierras, Townsend llevará a cabo los preparativos de su boda con Susan, que se encuentra allí también, siendo frustrada por la inesperada llegada del padre de la joven, y también por la súbita llamada a la tripulación, a la que piden que bajo mando de Drake, se ofrezcan voluntarios para combatir un casi imbatible submarino alemán, al que tienen localizado los mandos. Será una misión casi suicida, pero nadie puede dudar, que la misma se verá culminada con le éxito.
Y es que dentro de dicho ámbito de producción, las convenciones abundaban. Pero por encima de las mismas, SUBMARINE PATROL es todo un canto al vitalismo. Viendo esta divertida y vertiginosa combinación de comedia, romance, aventura marina, y relato bélico, por momentos uno parece trasladar su mirada y ver en ella la génesis de exponentes tan posteriores en la obra de Ford, como el de la eternamente menospreciada DONOVAN’S REEF (La taberna del irlandés, 1963). Hay en todos y cada uno de los fotogramas de esta injustamente olvidada película, una constante sensación de vitalismo. De joie de vivre, desplegada en torno a un relato que desafía los lugares comunes que bordea, transmitiendo esa sensación de vitalismo inherente a su cine. Y ello tendrá un oportuno referente en la figura de Townsend –y, con él, el aporte juvenil de Greene-, y un impagable marco de desarrollo en esa destartalada nave –que al estar rodados sus exteriores en estudio, contribuye a acentuar su andrajosa presencia-. Será el contexto en donde deambulará una tripulación que bien podría haber aprendido su comportamiento, en la base de los más transgresores y absurdos Marx Brothers. Extendido en una delirante galería de secundarios –entre la que solo encontraremos a un joven Ward Bond entre la fauna de actores del director-, las andanzas del desvencijado submarino, bordean e incluso sobrepasan en ocasiones la barrera del absurdo. Es evidente que Ford disfrutó de lo lindo potenciando ese elemento de nonsense, que tiene su mayor exponente en la gloriosa composición que efectúa un impagable Slim Summerville, encarnando a Spuds, el cocinero, quien campará con absoluta libertad y por sus respetos a lo largo del metraje, en una performance libre, máxima expresión del espíritu transgresor que preside este relato, y que podría parecer un auténtico precursor del no menos glorioso camarero borracho encarnado por Steve Franken en THE PARTY (El guateque, 1968. Blake Edwards).
Junto a esa constante aura de frescura, Ford sabe transmitir en SUBMARINE PATROL un necesario equilibrio, para combinar ese lado más o menos patriotero que queda diluido en un segundo término, el vitalismo y la abierta transgresión que destila la vida diaria de esta caótica tripulación, los siempre emotivos apuntes románticos marcados en la casi etérea relación entre Perry y Susan, o la dureza que albergan los episodios que describen las operaciones bélicas de una nave por la que nadie apostaría lo más mínimo, aunque finalmente proporcione dos acciones heroicas. Todo ello aparece descrito con tanta soltura como convicción. Con una mirada que al mismo tiempo que aparece revestida de broma, lleva el soplo de la verdad de lo en apariencia intranscendente. Y dentro de un conjunto que se desgusta y disfruta casi como si discurriera en un instante, son varios los elementos gozosos que aparecen, con una naturalidad en ocasiones pasmosa. Ese encuentro inicial de Perry con el teniente Drake, con un mechero por medio, que será reiterada al finalizar la película, transmitiendo la transformación de los dos hombres. La hilarante situación de la tripulación, que cree comer un guisado con las hamsters de Spuds. La impagable presencia de Perry en un uniforme con pantalones cortos, tras quejarse de que se le obligue a utilizar la indumentaria reglamentaria. El extraordinario equívoco producido al confundir un bidón de basura que se le ha caído al mar a Spuds, con su submarino. O, sin duda, la extraordinaria secuencia de la juerga que los muchachos vivirán en una taberna, en donde de nuevo se insertará ese elemento surrealista, por medio del oficial que logrará ganar en la máquina tragaperras, lo que el resto de marinos luchan denodada e infructuosamente por alcanzar.
Sin embargo, incluso por encima de la memorable presencia de Summerville, si por algo debería figurar SUBMARINE PATROL en cualquier antología de la obra fordiana, es por el absolutamente magistral episodio de la frustrada ceremonia de boda que ha preparado Perry a su llegada a suelo italiano, en una suite del hotel Ritz. Hasta allí hará llegar a Susan, mediante la casi gimnástica peripecia del “Profesor” –Elisha Cook Jr.-, haciendo llegar hasta el barco del padre de Susan el mensaje de su enamorado. Una vez en el establecimiento, se iniciará una velada que dirigirá en todo momento el emocionado Luigi (un memorable, extraordinario Henry Armetta). Serán unos minutos absolutamente magistrales, en donde lo romántico, la musicalidad y el sentido de la comedia que imprime la entrega absoluta de este maitre, totalmente cómplice y hasta casi receptor absoluto de cuanto acontece en esta ceremonia, hasta el punto de no poder reprimir unas constantes lágrimas de felicidad ante la joven pareja, Ese asombroso equilibrio dentro de una situación que de un fotograma a otro oscila entre lo romántico y lo delirante, da la medida de un realizador que se nota disfrutó con un encargo sin duda intranscendente. Pero hablamos de una película llena de vitalismo. De ese conjunto de cualidades que hicieron grande el cine americano, a través del empuje de sus majors, y gracias a esa receta mágica que podían proporcionar realizadores como John Ford, incluso cuando en apariencia dejaba en su casa las armas de un estilo inimitable.
Calificación: 3
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