WEE WILLIE WINKIE (1937, Jonh Ford) La mascota del regimiento
Tan idolatrada por el público de su tiempo, como denostada por generaciones posteriores, de lo que no hay la menor duda, es que los primeros exponentes cinematográficos de la niña prodigio Shirley Temple al amparo de la 20th Century Fox de Darryl F. Zanuck estuvieron bien encauzados, de la mano de cineastas como Allan Dwan, Henry Hathaway o el mismísimo John Ford. Que durante muchos años, estas películas fueran menospreciadas, negando cualquier aspecto válido a las mismas por el mero hecho de ofrecerse como productos destinados al lucimiento de la niña actriz, aparece en nuestros días algo por completo ridículo. Cierto es que nos encontramos ante película dirigidas a un público familiar y, por ello, limitadas en su aporte. Pero no por eso se puede dejar de apreciar en ellas valores fílmicos y pequeños placeres, lógicos por otra parte, al estar avalados por cineastas de altura.
Es lo que le sucede a WEE WILLIE WINKIE (La mascota del regimiento, 1937. John Ford), de la que me llama especialmente la atención la cálida acogida que le brinda el experto Pat McGuilligan en su sesudo y admirable estudio sobre la obra de Ford. Y coincido ante la valoración de esta adaptación del relato de Rudyard Kipling, en el hecho de que el gran maestro ensayara en esta película, una serie de rasgos cinematográficos que tendrían una especial importancia en el devenir de su maestría con el western. Es verdad que el conjunto de la historia que se narra, de experiencia en un cuartel de la India, para una joven viuda y su hija, hasta donde han acudido por consejo del padre de su difunto marido para ser acogidas, podría perfectamente ser trasladada al universo del cine del Oeste. Es más, en esos primeros planos en donde contemplamos en caravana el traslado de Joyce Williams (June Lang), junto a su hija Priscilla (Shirley Temple), preguntando la pequeña a su madre si los indios son los mismos que se encuentran en Estados Unidos. Una vez en el recinto, la pequeña y, con ella, el espectador, irán descubriendo la situación extrema en la que se encuentran, rodeados por los indígenas seguidores de Khoda Kan (Cesar Romero), en los que Priscilla se erigirá, sin pretenderlo, como auténtica mensajera de buenos sentimientos. Por su parte, las dos recién llegadas se verán intimidadas por la personalidad y rigor militar del coronel Williams (Cecil Aubrey Smith), en quien verán inicialmente un individuo hosco, pero con el que –como era previsible- poco a poco irán descubriendo su lado humano. Al mismo tiempo, la muchacha encontrará en el sargento MacDuff (Victor McLaglen), a un autentico compañero que, de manera inesperada, la llegará a adiestrar en tareas militares, ofreciéndole el nombre de Willie Winkie que da título al film.
El film de Ford responde, punto por punto, a las características que definieron los títulos protagonizados por la Temple en aquellos primeros años de su carrera. Rasgos familiares y sentimentales que se dan cita de nuevo, en una película en la que Ford –cerca de adentrarse en un nuevo marco de madurez, aunque ya sobrellevando a sus espaldas un periodo silente con exponentes memorables-, sabe ondear en los rasgos que se harían popular en su cine, mezclando en las imágenes esa mirada condescendiente al militarismo colonialista, dentro de una historia en la que asistimos al mismo tiempo a una descripción siempre amable y revestida de humanidad que caracterizó al viejo maestro. La presencia de convenciones se dará de la mano con esa facilidad que el cineasta tenía para penetrar en sus personajes. En dejar de lado cualquier estereotipo y sabernos proporcionar una entraña creíble e incluso emocionante en algunos de sus mejores momentos. Ford planteará un relato sencillo e incluso previsible, pero precisamente por ello sabe incorporar disgresiones para hacerlo más atractivo. Es algo que se aprecia en los momentos en los que MacDuff va aleccionando a la pequeña en la disciplina militar –se puede apreciar un largo travelling lateral describiendo un fragmento de dicho entrenamiento, en el patio del fortín-, o en la cercanía que Priscilla manifestará con el temible Khoda Kan, que desde el primer momento sabremos que tanta importancia tendrá en la conclusión del relato.
Será no obstante en su último tercio, donde WEE WILLIE WINKLE aporta sus más valiosas cargas de profundidad. Será el tramo en el que se vislumbrará el ataque de los hombres de Kan, y el intento de ofensiva del coronel Williams. Todo ello será plasmado con el admirable sentido de la narrativa inherente al cine de Ford, teniendo en su preludio los pasajes más perdurables de la película. Me refiero, por supuesto, al episodio que nos describirá la muerte de McDuff a consecuencia de este ataque. El realizador lo expresará en un largo plano americano en el interior del dispensario, a donde se introducirá la pequeña Priscilla para verlo en lo que supondrá su lecho de muerte. Un largísimo, casi abrasador, plano americano, mostrará el encuentro, en el cual el moribundo sargento le pedirá que cante Auld Lang Syne. La pequeña lo hará, avanzando ligeramente la cámara para describir en pudoroso off la muerte del militar. A continuación, con delicadeza casi musical se mostrará en contrapicado el desfile de los soldados en su funeral, encuadrando como fondo los cielos del terreno. Una muestra más del inimitable arte fordiano, incluso en un encargo en apariencia tan formulario como este.
Calificación: 2’5
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