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CINEMA DE PERRA GORDA

THE IRON HORSE (1924, John Ford) El caballo de hierro

THE IRON HORSE (1924, John Ford) El caballo de hierro

Que duda cabe que el paso de los años ha permitido a los aficionados poder acercarse en un grado bastante notable, al periodo mudo de la filmografía de John Ford. Más allá de los títulos perdidos que aún se consignan en la misma, lo cierto es que numerosos films silentes van apareciendo por parte de coleccionistas, engrosando las películas los foros de coleccionistas, y uniendo a todo ello las ediciones en formato digital que –especialmente en Estados Unidos-, están logrando la doble labor de restauración de ese tesoro cultural, al tiempo que ofrecerlo a los aficionados de todas las edades. En este sentido, partimos en España con cierta desventaja, aunque la loable iniciativa de la 20th Century Fox de editar THE IRON HORSE (El caballo de hierro, 1924), magníficamente restaurada, no es más que una piedra de toque que esperemos en un futuro más o menos cercano nos permita acercarnos a la obra muda del maestro norteamericano.

 

En este sentido, hablar de THE IRON HORSE supone hacerlo con una de las producciones más ambiciosas que acometió Ford en este periodo de su obra, pero al mismo tiempo tenemos que hablar de uno de los títulos más completos, reveladores y personales rodados por el viejo maestro en un periodo tan poco conocido de su obra de cara a las nuevas generaciones. Nos encontramos ante un exponente trepidante, que supone una excelente combinación de primitivo “western” y relato de aventuras, estrechándose sus límites genéricos para plantearse como una de las muestras más definitorias de Americana en el periodo silente. Esa peculiar combinación y dramatización de unos hechos históricos, tamizados por la presencia de unos personajes a los que el destino separa y volverá a unir, siempre en defensa de sus ideales, alcanza en esta realización fordiana una intensidad quizá entonces inusitada, pero que dentro de una mirada ofrecida por generaciones posteriores, muestran a la perfección la génesis de la mirada que su realizador prolongó –con diferentes matices y estados de ánimo- en el devenir de su cine.

 

A grandes rasgos, la película narra en esencia el proceso de construcción de la línea de ferrocarril que sirvió en la segunda mitad del siglo XIX para unificar las dos grandes líneas que previamente existían en suelo norteamericano –Union Pacific y Central Pacific-, permitiendo con ello que el territorio se mantuviera unido de costa a costa por medio del ferrocarril. Una iniciativa que certificó Abraham Lincoln al firmar el decreto que permitió la realización de dicha iniciativa, y que la película vaticina en sus imágenes de apertura, por medio de una melancólica y entrañable secuencia de herencia griffithiana, que servirá de presentación a los dos principales personajes. Se trata de los jovencísimos David y Miriam. Ya desde su infancia se revela la química existente entre ambos, destacando la capacidad que el muchacho alberga de investigar los terrenos. Ambos retozan y se divierten bajo la nieve, mientras los observa con cariño e intuición un Lincoln bastante más joven, aún lejos de alcanzar la presidencia de los Estados Unidos, pero que sirve en la película como premonición del devenir de los principales caracteres del film. Muy poco tiempo después, Dave se marchará con su padre, ya que este es uno de los decididos aventureros que intuyen la posibilidad de la realización de dicha línea de ferrocarril. Sin embargo, poco después de iniciar la singladura –y tras una dolorosa despedida del muchacho con Miriam-, este vivirá la trágica circunstancia del asesinato de su padre por medio de una extraña tribu india, comandada por un falso indio definido por una mano con solo dos dedos. Poco antes, su padre le ha hecho mostrar un desfiladero, vaticinándole que allí se encontraba el germen de una nueva y necesaria derivación en la línea viaria. Una vez más, la visión de aquellos pioneros es la que servirá a los intereses de esta epopeya fordiana que habla de progreso, de lucha, de esfuerzo, y de lealtad, todo ello expresado a través de uno de los elementos que forjaron el destino de esa nación que nadie como Ford trasladó con tanta convicción, intensidad y empeño en su cine.

 

Diversos son los elementos que hacen de THE IRON HORSE una película excelente. Me detendré en algunos de ellos, destacando en primer lugar la estructura discontinua que preside su relato. Con una clara influencia del cine de Griffith, la película se estructura en acciones paralelas, entrelazadas en la estupenda evolución cronológica que avanza su argumento. Esta circunstancia permite seguir la andadura de sus protagonistas, estableciendo ante el espectador una comprensión cercana del devenir de personajes que se han ido separando y han llevado vidas paralelas con el paso del tiempo. Indudablemente, y cuando la acción se centra en el presente de la narración, es donde se producirán diversas alternancias narrativas que permiten, de manera admirable, alternar en el conjunto de un “gran relato”, pequeñas historias o episodios que contribuyen a enriquecer y dotar de entidad el conjunto. Se trata, indudablemente, de una excelente combinación de momentos dominados por un alcance colectivo y otros definidos en un intimismo admirable. Una receta que Ford ya entonces manejaba con evidente destreza, y que permite abordar una dinámica excelente de progresión narrativa. Se trata, bajo mi punto de vista, de uno de los elementos que han permitido que nos encontremos ante un producto absolutamente vigente tanto en sus formas como en sus vericuetos argumentales. A partir de estas premisas, lo cierto es que la película se muestra ágil, ligera y llena de fuerza. Que duda cabe que, a más de ocho décadas de distancia, el hecho de que el malvado Bauman (Fred Kohler) esconda su mano derecha en el bolsillo de su americana, se ofrece como un recurso que hoy día carece de fuerza, destinado a que Dave descubra finalmente que se trata del asesino de su padre. Sin embargo ¡que fuerza expresiva tiene la secuencia en la que se produce ese crimen!.

 

Dentro de ese contexto de brío en el pulso cinematográfico, ni que decir tiene que Ford ya demuestra su destreza en la utilización e implicación del paisaje en el contexto de la acción –aunque no tanto, justo es reconocerlo, como lograría alcanzar en periodos posteriores-, logra ofrecer la presentación de un Dave ya convertido en aguerrido joven guía –bajo los rasgos rudos y al mismo tiempo sensibles de George O’Brian, que sin duda lograron captar la atención de F. W. Murnau, para algunos años después encarnar al protagonista masculino de SUNRISE: A SONG OF TWO HUMANS (Amanecer, 1927. Friedrich W. Murnau)-,  tras una secuencia de persecución por parte de los indios, subiéndose al tren en marcha y encontrándose frente a frente con Miriam (Madge Bellamy). El flechazo es instantáneo y Ford sabe captar muy bien la desorientación de los jóvenes, que en ese momento desconocen su lejana y añorada amistad. A partir de ese momento, se introduce un elemento de pugna amorosa, ya que la muchacha se encuentra prometida con el ingeniero jefe de la empresa de su padre. Pese a ello, la fuerza del amor será la que predomine en ese relato individual que servirá para perfilar el retrato colectivo de una empresa faraónica. Tras la confrontación de ambas vertientes, Ford despliega todo su talento e intuición cinematográfica –nunca deberemos olvidar el marco temporal en que se rodó la película-, a través de una epopeya en la que se detectan referencias escenográficas y dramáticas que posteriormente serían retomadas en su cine. Un ejemplo de ello nos lo proporciona la pelea final que disputará Dave y Barman. Una auténtica y escamoteada catarsis que se desarrollará bajo una barrera de maderas, que forma en su conjunción un marco de luz tras las tinieblas, que inevitablemente preconiza la célebre secuencia de THE SEARCHERS (Centauros del desierto, 1956). Planteamientos visuales que, por otra parte, tienen polos de expresión realmente magníficos en la película, insertándose el mencionado y otros, como esa sombra que se ofrece tras el telón que encubre los instantes finales de la pelea de Davy con el prometido de Miriam –que rasga la tela mostrando la realidad de la lucha-, como auténticas e inesperadas metáforas sobre la interacción de la ficción cinematográfica y la realidad de lo relatado. Esa capacidad de mostrar la expresividad y las propiedades del montaje cinematográfico, tendrán una rotunda expresión en la larga, angustiosa secuencia de preparación al previsible duelo que se establecerá entre el protagonista de la película y el débil y cobarde prometido, que concluirá con la secuencia antes reseñada.

 

Sin embargo, personalmente considero que si algo finalmente pervive en el admirable compendio que supone THE IRON HORSE, está esencialmente en esa pasmosa capacidad del maestro norteamericano para contraponer emociones totalmente opuestas en el devenir del relato. Esa intuición al insertar y combinar drama y comedia casi de manera consecutiva, de alcanzar la emoción y al instante la ironía que expresan momentos como la inserción de detalles plenamente dramáticos –la presencia de las tumbas de los muertos recientes tras una jornada de desenfreno, flanqueadas por la presencia dolorosa de sus viudas o familiares-, con otros absolutamente dominados por la ironía –los comentarios de los tripulantes del tren que se insertan a continuación, cuando estos se disponen a mudarse de ciudad-. Una cualidad esta, que tendrá en la secuencia final –la que describe la inauguración de las vías que unieron ambas líneas ferroviarias, y para las que se contaron con las locomotoras originales-, en la que la tonalidad y sinceridad con la que se expone la efemérides, transmite una sensación de autenticidad en la que el espectador olvida por un momento el hecho de encontrarse ante una reconstrucción de la misma, y llega a conmoverse y sentirse como partícipe de la misma. Era una casi milagrosa capacidad de emoción, que John Ford reiteraría a lo largo de su copiosa filmografía posterior, y que en esta ocasión logró plasmar con rotundidad. Estaba claro que nos encontrábamos ya ante un cineasta mayor.

 

Calificación: 4

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