UP THE RIVER (1930, John Ford) Río Arriba
El que nadie en su cano juicio deje de considerar a John Ford como uno de los maestros indiscutibles del cine –y no solo norteamericano-, no impide el hecho obligado y comprensible que el conjunto de su obra ostente la lógica irregularidad de cualquier artista, máxime cuando su filmografía es lo suficientemente extensa para ello, y sus diferentes periodos comportan un grado de creciente madurez, que ya tuvo en los últimos compases del cine silente una serie de inolvidables propuestas fílmicas. La llegada del sonoro quizá pilló con el pie cambiado a Ford, que tuvo que asumir un rápido periodo de aprendizaje en una narrativa para la que la presencia de la palabra suponía –como a muchos otros cineasta de su tiempo-, una cierta rémora que tardó algún tiempo en asimilar. Ello no impide reconocer que en aquellos años, donde su producción se ciñó al ámbito de la Fox Film Corporation, se encuentran títulos atractivos como ARRROWSMITH (El Dr. Arrowsmith, 1931) y, sobre todo, dos auténticas debilidades, por lo general despachadas sin la menor atención, y en donde se recupera el mejor Ford silente –el de FOUR SONS (Cuatro hijos, 1928)-. Me refiero con ello a los casi consecutivos PILMIGRAGE (Peregrinos, 1933) y THE WORLD MOVES ON (Paz en la tierra, 1934). Evidentemente, y aunque no podamos despacharlo como un producto carente de interés, huelga excluir UP THE RIVER (Río Arriba, 1930) en este conjunto de títulos brillantes, aunque sí que podamos describirla como una extraña combinación de comedia, entremezclada como uno de los precedentes sonoros del cine gangsters, aunque ambas vertientes se encuentren ligadas de manera tibia e inconexa, y solo en contados instantes se pueda atisbar esa magia y emotividad que Ford marcó al conjunto de su cine. Al mismo tiempo, y aunque su base argumental difiera en notables matices, podría entenderse que en el título que comentamos se podría encontrar la referencia para que, seis años después, Ford filmara otra comedia del mismo subgénero –THE WHOLE TOWN’S TALKING (Pasaporte a la fama, 1936)-, demostrando en la década de los años treinta una considerable versatilidad, aunque justo es reconocer que no fue precisamente dicho periodo el más compacto de su cine.
En realidad, UP THE RIVER relata la historia de una serie de amistades e incluso un romance contrapuesto, desarrollado dentro de un grupo de amigos que comparten la condición de presidiarios, aunque no todos ellos coincidan en la presencia en dicho recinto penitenciario. Más bien, este parece ejercer como epicentro de una coralidad que se extenderá a personajes secundarios como el propio alcaide del mismo, su pequeña hija, o la pléyade de puritanas que visitan el recinto con sus altivos e hipócritas semblantes. Una de las singularidades que plantea esta en última instancia humilde película de Ford, es la que observar un mundo penitenciario que es expuesto con esa familiaridad y campechanería tan habituales al cine de su artífice, por completo alejado de la dureza que planteaban otros títulos coetáneos como THE BIG HOUSE (El presidio, 1930. George W. Hill). En su oposición, en realidad nos encontramos con un argumento familiar en esa concepción arquetípica que ya entonces mostraba el gran director sobre la amistad. Una amistad que se puede resolver entre puñetazos y resentimientos pero que en última instancia dejará entrever los elementos más hondos del ser humano. Y es que en su obra quizá se encuentre el cineasta paradigmático de la amistad –incluso por encima del amor-, en una faceta que en esta ocasión se manifiesta con claridad, ya desde los primeros compases que muestran el enfrentamiento que vivirán dos íntimos amigos como son Saint Louis (Spencer Tracy) y Dannemora Dan (Warren Hymer). Ambos se fugarán de la penitenciaría en los fotogramas iniciales, dejando el primero al segundo tirado en medio del campo, hasta que en un posterior encuentro en plena ciudad, ambos la emprendan a puñetazos –en realidad parece el primero lo busca ex profeso-, llevando a la detención del segundo. Sin embargo, aunque acompañado de abogados y vestido de manera atildada, Saint Louis también será condenado de nuevo a presidio, viviendo de manera paralela el mismo la joven Judy Fields (Claire Luce), condenada por varios meses por unos delitos de colaboración cometidos de manera inesperada al estar al servicio de un vulgar estafador. Esta conocerá en la cárcel a Steve Jordan (Humphrey Bogart), a quien confundirá con uno de los asistentes del recinto, hasta que este le revele que también es otro presidiario, al que solo restan tres meses de presidio. Así pues, entre partidos de fútbol americano, una cotidianeidad que solo se verá alterada por la llegada de nuevos reclusos, algunas intentonas de mantener la relación con Judy por parte de quien la llevó a presidio, y el creciente amor que se establece entre la atribulada presidiaria y Steve, discurre esta historia plácida, sin grandes momentos ni, tampoco, demasiados baches en su ritmo.
El film de Ford posee la virtud de la humildad y al mismo tiempo la rémora de una ausencia más contundente en la implicación de los diferentes elementos que conforman su engranaje dramático. En muchos momentos –y eso que su metraje apenas supera los ochenta minutos-, se tiene la sensación que cierta anarquía que, justo es reconocerlo, en otros se torna en libertad formal y, lo que es más importante, en algunos apuntes de esa emotividad que siempre impregnó a su cine. Así pues, también en esta ocasión tendremos ocasión de contemplar –aunque, justo es reconocerlo, de forma mucho más menguada que en los títulos que he mencionado al inicio e incluso en algunos otros de estos años-, esa mirada sincera en torno al papel de la familia –en especial la madre, uno de los ejes vectores de su cine-, centrada en las secuencias que se desarrollan tras el regreso de Steve a la suya, en donde se llegará a inmiscuir el impresentable galanteador que llevó a la cárcel a Judy, o posteriormente a los dos presos que se fugarán de nuevo –en medio de una representación de atracciones para todos los condenados-, como si se dispusieran en calidad de ángeles protectores para preservar el amor que Judy –que aún se encuentra en prisión- mantiene con Steve, viviendo por unas fechas la hospitalidad de la madre de este. Pero, con todo, si tuviera que destacar un instante en el conjunto de este título menor de la filmografía fordiana, no dudaría en evocar esa panorámica en primer plano que ofrece sobre los presos que se encuentran contemplando el espectáculo, añorando su pasado en libertad al escuchar una canción nostálgica que entona de manera emocionada. Es en pasajes como este, en apariencia intrascendentes, pero introducidos con mano maestra por un hombre que ya había ofrecido al cine obras mayores, donde se encuentra una de las claves para entender un modo de entender el cine y la vida, que durante décadas forjó una de las filmografías más apasionantes del cine norteamericano, y que, cierto es reconocerlo, en esta ocasión se muestra de manera sencilla, casi como si nos encontraremos entre un juego de amiguetes. Aún así, y reconociendo un resultado final liviano e incluso discreto, se pueden atisbar los destellos de un genio que entonces aún no era consciente de la grandeza de sus posibilidades como tal maestro de la imagen y poeta de la vida de su país.
Calificación: 2
1 comentario
santi -
john ford a mi modesto entender a partir de filmar la diligencia su filmografia hasta siete mujeres no tendra ya casi ningun tropiezo y ahora si , sobre todo en los 40s ese es el gran maestro del cine y el cine americano por excelencia
up the river es una peliculita que vemos lo que sale en todas las peliculas de ford , elementos de comedia y otros de drama, las interpretaciones son muy pobres, todo en general es bastante flojete , pero a mi me llega a divertir eso si no en exceso los trozos comicos
esta es una de las peliculas mas prescindibles de john ford , es obvio que por ejemplo tracy empezaba aqui en el cine y que como en mi chica y yo de walsh esta es una peli que no paso a la historia y que solo es para rellenar la coleccion de john ford un genio que que narices tambien se puede equivocar y que cuando daba en el clavo valia mas que la mayoria de sus contemporaneos.