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CINEMA DE PERRA GORDA

SILENT DUST (1949, Lance Comfort)

SILENT DUST (1949, Lance Comfort)

Cada vez tengo más claro que intentar profundizar en la obra de Lance Comfort, nos puede proporcionar el aporte de un cineasta destacado, experto en la plasmación de atmósferas turbulentas y sombrías, que exteriorizó su cine dentro del ámbito del drama psicológico, y diversas vertientes, que irían del policíaco y de suspense, pasando por el fantastique. Un aporte que se acerca a los cuarenta largometrajes, del que lo poco que he podido acceder, revelan un realizar de primera fila, capaz de proponer una alta densidad en sus ficciones, partiendo de bases argumentales dominadas por tanta severidad, como la incorporación de insospechados giros folletinescos. Todo ello, aparece punto por punto, en esta magnifica SILENT DUST (1949), otra de esos casi incontables títulos, que permanecen aún orillados, a la espera de que su revisionismo, nos permita establecer la casi inagotable riqueza del cine británico.

Partiendo de The Paragon, una obra teatral del posteriormente reconocido comediógrafo Michael Pertwee -junto a su hermano Roland-, adaptada a la pantalla por el primero, la película aparece como uno más, de esa valiosa corriente establecida en la posguerra británica, destinada a poner en cuestión, el aparente triunfalismo de la victoria en la contienda mundial. Una corriente, que quizá tuvo en FRIEDA (1947, Basil Dearden), uno de sus exponentes más memorables, albergando quizá en THE THIRD MAN (El tercer hombre, 1949. Carol Reed), uno de sus más míticos referentes. Sea como fuere, SILENT DUST se dirime en un magnífico enfrentamiento de personajes y subtramas que, según se va desarrollando la acción, en apenas ochenta minutos de duración, sabe confluir en una catarsis que resuelve, imbricando con enorme pertinencia, las líneas dramáticas que se insertan en su desarrollo.

La película se inicia con rapidez, describiendo con concisión el ámbito en el que se desenvuelve el acaudalado Robert Rawley (Stephen Murray). Se trata de un hombre de mediana edad y fuerte personalidad, que Comfort describirá en el primer momento, atendiendo con vehemencia los preparativos en la inauguración de un monumento, que conmemore el aniversario de la aún cercana muerte de su hijo en la contienda mundial, dentro de una localidad de la campiña inglesa, aunque con dicha actitud provoque cierta aspereza entre sus convecinos, al ver en la actitud de Rawley un agravio, sobre todas las bajas de jóvenes que ha sufrido el conjunto de la comunidad. Es curioso comprobar como en primer lugar se describe la férrea e inflexible personalidad de este, antes que percibir el hecho de que es invidente –algo que advertiremos cuando acceda a su mansión-. Rawley se encuentra casado en segundas nupcias con Joan (Beatrice Campbell), con la cual no parece haber hondura de entendimiento. Es algo que la película describirá en una conversación entre ambos, donde la sombras del ondear de las hojas de un árbol, parecen definir esa turbulencia emocional que los envuelve, en la que aparece el drama de la ausencia de ese hijo muerto, que el patriarca no ha llegado a superar. Es por ello que este desatenderá el llamamiento de Lord Clandon (Seymour Hicks), a la hora de extender ese monumento conmemorativo, a todos los jóvenes caídos de la población. De manera paralela, la viuda de su hijo –Angela (Sally Gray)- se encuentra decidida a rehacer su vida junto al joven Maxwell Oliver (Derek Farr). Y en todo este ámbito lleno de conflicto, surgirá lo inesperado, aunque en el fondo pueda parecer como la materialización del elemento que ha delimitado a todos sus personajes –y ese retrato del joven, define a la perfección dicha presencia latente-. El fallecido y enterrado Simon Rawley (Nigel Patrick) reaparecerá cual fantasma, rompiendo la sombría armonía que hasta ese momento se había adueñado de la mansión Rawley. Simon ha regresado, después de tres años asumiendo la condición de muerto en acto de combate. Su primer encuentro se producirá con Angela –que se ha casado de incógnito con Maxwell, ya que legalmente estaba considerada como viuda- solicitando cinco mil libras para poder salir adelante, bajo la amenaza de revelar a su padre su propia presencia como ser vivo. La tensión que se establecerá entre ambos, se prolongará cuando el muerto-vivo, que en realidad fue un desertor del ejército, que camufló sus pertenencias junto a uno de los compañeros que cayó en un bombardeo, también retome el contacto con Joan. Será una creciente espiral de tensiones, que Comfort trabará con un manejo diestro de recursos cinematográficos, centrados en el uso del interior de la mansión, jugando con la iluminación y el uso de las sombras, ayudado para ello por el operador Wilkie Cooper, y una planificación en el que el uso de picados y contrapicados, junto con la disposición de los actores dentro del encuadre, contribuirán a potenciar esa sorda sensación de ahogo que irá creciendo en el desarrollo del drama. Un ahogo que nos permitirá descubrir esa boda oculta entre Angela y Maxwell, la creciente sospecha por parte del invidente Rawley de que algo raro se fragua a sus espaldas, y el intento de Joan de poder acercarse sinceramente con ese esposo al que adora, pero al que le recuerdo de su hijo fallecido nubla no solo físicamente la vista, sino interiormente despejar su alma, permitiéndole con ello un sincero amor a su esposa. Lance Comfort logra en SILENT DUST extraer oro cinematográfico de este drama incómodo, que al tiempo que nos brinda una mirada disolvente en torno a la falacia del orgullo y la honra bélica. Sabe por ello imbricarse en una serie de subtramas, que funcionan tanto en su tratamiento psicológico, como en la propia hondura de sus personajes.

Por ello, si tuviera que destacar una secuencia de especial emotividad en el conjunto de esta magnífica película, no dudaría en destacar ese cara a cara entre Robert y su esposa Joan, ya en su parte final, cuando el primero desnude su alma y exorcice el egoísmo emocional que hasta ese momento ha ido albergando en el recuerdo de su hijo, y acepte y al mismo tiempo corresponda al amor de su mujer. Una secuancia breve y sincera, que aparece casi como un desahogo emocional que llega a contagiar al espectador. Sin embargo, si SILENT DUST debería ocupar un lugar de cierta relevancia dentro del cine de su tiempo, es por la existencia de dos extraordinarias set pièces, que avalan por un lado la voluntad de transgredir el origen teatral de su guión y, por otro, la apuesta de Comfort –compartida por otros cineastas de su tiempo, como Thorold Dickinson-, por ofrecer audacias visuales, que aún con el paso de casi siete décadas, permanecen asombrosamente vigentes. Fruto del primer enunciado, aparece ese primer flashback, en el que Simon relata su experiencia vital, tras huir del frente de combate, describiendo con mentiras, una serie de acontecimientos que las propias imágenes contradicen con claridad, subrayando la amoralidad de su personalidad. Asombrosa elección narrativa que, sin embargo, quedará sobrepasa con un posterior flashback, de más breve duración, que permitirá a Robert –en cámara subjetiva- rebobinar sus extrañas vivencias, hasta concluir que en las dependencias de su mansión se encuentras su hijo Simon. Una secuencia dominada por enormes giros visuales, y con una imagen expuesta en negativo, a tono con la falta de visión de su propia personalidad, transmitiedo al espectador ese desasosiego del invidente, al llegar una serie de pequeños indicios, que inicialmente desmontarán su calculada rutina –camina por las dependencias y mobiliario de la mansión, sabiendo perfectamente donde se encuentra cada uno de sus objetos-.

Evidentemente, una propuesta de la temperatura emocional de SILENT DUST, culminará con esa casi obligada catarsis, iniciada con una pelea entre padre e hijo en plena penumbra, que parece preludiar algunas de las luchas que años después filmaría Terence Fisher para Hammer Films, hasta llegar a ese casi obligado sacrificio y, elemento inesperado, a la definitiva reconciliación entre Robert y Lord Clandon. Así pues, el círculo de tantas relaciones desviadas o en crisis se cerrará, devolviendo un cierto grado de armonía. Haber vuelto a la luz en definitiva, después de esa oscuridad, no solo física, sino sobre todo del alma.

Calificación: 3’5

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