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CINEMA DE PERRA GORDA

THE STRANGE LOVE ON MOLLY LOUVAIN (1932, Michael Curtiz) ¿Hay mujeres así?

THE STRANGE LOVE ON MOLLY LOUVAIN (1932, Michael Curtiz) ¿Hay mujeres así?

Según vamos accediendo a más exponentes de dicha corriente, es evidente que el melodrama Precode, supone un ámbito de especial libertad social, introduciendo personajes femeninos activos y decisivos, una destacada franqueza sexual, y una mirada por lo general desprovista de moralismos. Fueron en general, títulos que sabían escarbar en esa sociedad puritana, herida por las consecuencias de la Gran Depresión, descrita por lo general en ambientes urbanos. Fue un campo abonado para los relatos rápidos, casi con el ritmo de una ráfaga de metralla, de William A. Wellman, que permitió que un Mervyn LeRoy alcanzara sus obras más audaces, y que incluso directores de menor enjuncia, como Alfred E. Green, dieran forma a algunos de sus exponentes más audaces. Fruto de dicha coyuntura, Michael Curtiz aportaría para la primitiva Warner Bros THE STRANGE LOVE ON MOLLY LOUVAIN (¿Hay mujeres así?, 1932). Nos encontramos, por ello, con un atractivo melodrama, que responde, punto por punto, a  los rasgos antes señalados, sin por ello dejar de asumir personalidad propia. En esencia, nos narra la azarosa andadura de la joven Molly (Ann Dvorac), una muchacha educada de forma traumática, que trabaja como cigarrera. Las primeras imágenes del film de Curtiz, tendrán un aroma idílico, ya que vemos a la protagonista junto a un joven muchacho de alta sociedad, que en medio de un paseo en el campo –descrito con un extenso travelling frontal de retroceso-, le confiesa su sedición de casarse con ella, pese a las diferencias sociales existentes entre ambos. Jubilosa, comenta la buena nueva en su trabajo, donde descubriremos a sus dos eternos pretendientes. Uno es el joven y amable botones Jimmy Cook (Richard Cromwell), y el otro el poco recomendable representante de ropa femenina Nicky Grant (el posterior esposo de la Dvorac y también realizador, Leslie Fenton). Muy pronto, la ilusión de Molly se tornará en enorme decepción, al comprobar como el joven con el que se iba a casar, ha huido junto a su familia de la mansión en donde residen, sin conocer que se encontraba embarazada de una niña, que decidirá educar por medio de una nurse, manteniéndola al margen de su azarosa existencia, que quedará ligada con Nicky. Pasan pocos años, pero esta huirá de su vida en común, asumiendo con pesar la deriva delictiva de su compañero, reencontrándose de manera inesperada con Jimmy, que se encuentra estudiando. Será un atractivo punto de partida, que pronto tendrá su contrapunto dramático con el acercamiento de  Grant a los dos, poco después de haber cometido un atraco. La azarosa circunstancia, llevará a la pareja de jóvenes a vivir una persecución policial, enredándose en un tiroteo provocado por Nick, que finalizará con la muerte de un policía, y su propia detención. Molly y Jimmy decidirán huir de la policía, intentando reconducir su relación, y recayendo en una sombría pensión, donde tendrán que compartir residencia con Scotty Cornell (Lee Tracy, el muy posterior y memorable presidente USA de THE BEST MAN (1963, Franklin J. Schaffner)). Este es un periodista extrovertido y deslenguado, que poco a poco se irá acercando a Molly, sin saber que se trata de la mujer que busca tanto la policía, como él mismo junto a todos sus compañeros de la prensa. Esta incluso se habrá teñido el pelo, apareciendo como una espectacular rubia, planteándosele un nuevo dilema, al tener que elegir entre el camino recto –y también aburrido- que le puede propiciar ligarse a Jimmy, o inclinarse a ese periodista descarado y burlón, que en el fondo la entiende a la perfección, aunque desconozca su auténtica identidad.

THE STRANGE LOVE ON MOLLY LOUVAIN destaca por su brio. Por la capacidad que alberga en la descripción de la soledad de aquella sociedad convulsa. Por la acidez con la que describe el mundo de la prensa –el año anterior se había estrenado la sobrevalorada THE FRONT PAGE (Un gran reportaje, 1931. Lewis Millestone)-. La capacidad de ofrecer una sexualidad abierta y desprejuiciada, descrita en el rol de Molly, una muchacha que asume el atavismo de haber surgido dentro de una familia desestructurada. Curtiz demostraba encontrarse en plena forma –ese año rodó nada menos que seis largometrajes-, dentro de una producción que aparece más libre que cuando se insertó en la practica de films de gangsters, caracterizados por un molesto moralismo. Por fortuna, nada de ello aparece en esta película que discurre de manera casi vertiginosa, erigiéndose en una mirada revulsiva y al mismo tiempo certera, de aquel entorno en el que el puritanismo, los prejuicios de clase, la miseria –esa vieja habitación en la que se hospedarán la joven pareja-, la familiaridad con el delito y la ausencia de una actuación democrática por parte de las fuerzas policiales, en no pocas ocasiones con connivencia con la prensa.

Pero con ser valiosa esa mirada, no es menos cierto que Curtiz acierta el revestir al personaje de Molly de una patina de dignidad, ayudado por la frescura de la performance de la Dvorac. En cualquier caso, por encima de la sensación de verdad que brinda la película, por otra parte extensivo al conjunto de la producción de Warner en aquellos años cruciales para su producción, hay un elemento que, a fin de cuentas, se erige como la gran apuesta estilística, que proporciona a THE STRANGE LOVE ON MOLLY LOUVAIN una enorme singularidad. Se trata de la autentica película que esconden sus imágenes. Hasta tal punto que el film de Curtiz describe consecuencias de situaciones y hechos más o menos pasados, que se dejan en el off narrativo, alcanzando con ello una extraña sensación de fatalismo, guiado de manera curiosa por vivencias que no contemplamos. Así pues, no hará falta que las imágenes nos describan el pasado infantil de Molly, ni el drama de su embarazo, ni la conflictiva convivencia con Nick, ni el atraco cometido por este. Esa arriesgada apuesta narrativa, proporciona a su discurrir una sensación de irreductible fatalidad y, en definitiva, vigencia, a la propuesta. Y es que en realidad, apenas podemos oponer a la misma el molesto histrionismo de Lee Tracy, y el cierto convencionalismo con el que concluye, apostando por un extraño Happy End de escasa armonización, a un conjunto tan sereno como sombrío, que nos induce a acercarnos a este periodo de enorme creatividad para el cineasta húngaro.

Calificación: 3

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