Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

CAPTAIN BLOOD (1935, Michael Curtiz) El Capitán Blood

CAPTAIN BLOOD (1935, Michael Curtiz) El Capitán Blood

¿Qué se puede decir de nuevo a estas alturas, de un título integrado de lleno en la mítica cinematográfica como es CAPTAIN BLOOD (El Capitán Blood, 1935. Michael Curtiz)? En primer lugar cabría resaltar que se trata –como suele ser en la mayor parte de las películas integradas en este hipotético “museo de obras intocables”-, de una película sobre la que se conceden unos determinados valores, pero de la que se habla poco. O bien es que no hay suficiente interés en ello o, por el contrario, es que ya se ha dicho todo de la misma. Quien sabe. A nivel personal, y tras revisarla después de una lejana visión de hace ya más de dos décadas, si que me gustaría destacar que –pese a algunas objeciones que más adelante comentaré-, me ha resultado un título que no solo mantiene su vigencia en su condición de clásico del cine de aventuras, sino que adquiere vida propia, integrando una serie de elementos que configuraron una mítica perdurable hasta nuestros días. Ni que decir tiene que CAPTAIN BLOOD no inventó nada en el género, pero sí que cabe señalar que dentro del cine sonoro logró alcanzar el suficiente éxito que permitiera, de forma engañosa, hacer creer a la película como propuesta precursora. No lo fue –de hecho, no solo títulos precedentes como THE BLACK PIRATE (El pirata negro, 1926. Albert Parker) atestiguan esta afirmación, sino que nos encontramos ante un remake de una obra de Rafael Sabatini que ya fue llevada a la pantalla también en periodo mudo –CAPTAIN BLOOD (1924, David Smith y otros)-.

 

En cualquier caso, no se puede discutir que el rotundo éxito de la propuesta, permitió por un lado abrir el sendero de la Warner para la actualización de mitologías consustanciales al cine de aventuras, por lo general encarnadas en el periodo silente por Douglas Fairbanks. Es historia ya señalar que todos estos arquetipos fueron trnsmitidos y representados en la figura de Errol Flynn, que a partir de esta misma película adquirió el aura de estrella del género, dentro de un cetro que hasta la fecha nadie se ha atrevido a cuestionar. En cualquier caso ¿Cuál es a mi juicio la principal razón que permite que aún hoy día, un producto como el que nos ocupa, conserve buena parte de su atractivo siete décadas después de su realización? Creo con sinceridad que ello obedece a la rara fortuna con la que Michael Curtiz –un director francamente desigual dentro de su larga trayectoria-, supo articular en su labor de mettreu en scène una serie de elementos que, de no haber encontrado una tarea de acomodo tan afortunada, sin duda no hubieran facilitado un resultado tan equilibrado. Lo cierto es que no hay más que recordar otros productos firmados por Curtiz y protagonizados por Flynn –como THE ADVENTURES OF ROBIN HOOD (Robín de los bosques, 1938. Codirigido con William Keighley) o THE CHARGE OF THE LIGHT BRIGADE (La carga de la brigada ligera, 1936)-, para incidir en esta apreciación. No siempre se dio en este contexto esa necesaria simbiosis de referencia aventurera, elementos de índole romántica e incluso folletinesca, apuntes heredados del cine de misterio o incluso humorísticos, como en este caso, en donde además habría que destacar una notable labor de montaje, que logra intercalar una sucesión de secuencias perfiladas a modo de rápidos apuntes, junto a otras más elaboradas a nivel psicológico. Este elemento concreto contribuye a mantener el ritmo de la función de una manera destacada, en su combinación de elementos y sucesión de estas vertientes temáticas que se desarrolla casi a la perfección.

 

Ese equilibrio permite también integrar rasgos que ya se practicaron en la andadura precedente de Curtiz –si bien no fueron definitorias de un estilo del que siempre careció el húngaro-. Me estoy refiriendo a los juegos evidentes con los contrastes de sombras –que inciden en detalles siniestros y “bizarros” del film, y que su director ya había ejercitado en propuestas pertenecientes al cine de terror o al subgénero penitencial del que fue un conocido practicante, siempre como asalariado de la Warner. Dicha confluencia de rasgos es la que brinda a CAPTAIN BLOOD su más genuino encanto, al que el paso de los años no solo ha contribuido a mantener, sino que en algunas de sus facetas ha envejecido tan bien de manera casi fortuita. Por poner un ejemplo, los telones pintados que se evidencian en buena parte de las secuencias marinas, dotan de una especial atmósfera, casi irreal a las mismas.

 

Pero al margen de estas circunstancias puntuales, hay que consignar que se trata de un título absolutamente disfrutable, al que solo cabe oponer un desenlace un tanto apresurado y que desluce la intensidad de sus situaciones previas, y algunos momentos en los que se adivina un relativo acartonamiento. Más allá de dicha circunstancia concreta, la andadura de este médico despreocupado, abierto y altanero, que es condenado por ejercer su profesión en la convulsa Inglaterra de mediados del siglo XVII, vendido como esclavo y posteriormente convertido en pirata, se degusta con el resabio del folletín serial. Las andanzas del personaje siempre están alumbradas con la luz del ritmo cinematográfico, y en esa ligereza nunca queda ausente el agudo apunte psicológico. Apunte que define –pese a sus cortas intervenciones-, la relación de rivalidad mal disimulada que esgrime su puntual aliado -Levasseur (Basil Rathbone)- definida por primeros planos en donde la intensidad de la labor de los actores delatan sus sentimientos mutuos de desprecio. Pero será este reflejo en las miradas, algo que tendrá su especial punto de inflexión en la relación que –pese a un aparente rechazo inicial-, se establecerá entre Blood (Errol Flynn) y Arabella (una admirable Olivia de Havilland). Será en la llegada del protagonista a la isla en donde es vendido como esclavo, donde las miradas de Arabella y el comportamiento desafiante del recién convertido esclavo, permitirá una pulsión sexual y de dominio francamente poco habitual en el cine de aquellos años. No olvidemos que hacía muy poco tiempo que se había instaurado el código Hays, ya que esta actitud femenina me recordó poderosamente la que mantenía Myrna Loy cuando azotaba a Charles Starrett en una secuencia de THE MASK OF FU-MACHU (La máscara de Fu-Manchú, 1932. Charles Brabin). Sin embargo, la evolución de los criterios de moralidad por modelos más regresivos, es la que destacan lo insólito de ese momento. Evidentemente, uno de los elementos más logrados de CAPTAIN BLOOD es el aliento romántico que paulatinamente se va asentando en la pareja protagonista. El discurrir del film lo subraya de forma adecuada insertando en sobreimpresión el rostro triste de Arabella mientras que Blood se encuentra en alta mar, los conflictos que se establecen cuando la muchacha se encuentra en el barco pirata, y la explosión final de sus sentimientos.

 

Nadie puede poner objeción alguna a la perfección con la que Olivia de Havilland brinda un rol que le sirvió para ser emparejada con Flynn en diversos títulos posteriores dentro de la Warner Brothers. Pero es evidente que el título que nos ocupa es –por entero- propiedad de un Errol Flynn, que se come con su juventud y arrojo aventurero la cámara, pese a detectarse algunos elementos de sobreactuación. No importa. Su figura, la nobleza de su personaje –que llega a adoptar una visión de la piratería pasablemente positiva-, su carisma y la destreza en el manejo de la espada, convirtieron al joven intérprete en una estrella legendaria, que se prolonga hasta nuestros días. No es, pese a ello, el único motivo para que CAPTAIN BLOOD siga manteniendo su interés, pero sin duda el que más perdurado de cara a la mitología cinematográfica. Al margen de este componente, en cualquier antología del cine de aventuras marinas, deberá forzosamente incluir este título de Curtiz como uno de sus exponentes más valiosos.

 

Calificación: 3’5

 

0 comentarios