BLACK FURY (1935, Michael Curtiz ) Infierno negro
A pesar de la férrea presencia del Código Hays –una de las mayores lacras que tuvo que sufrir durante décadas el cine de Hollywood-, lo cierto es que en los años treinta fueron numerosos, los exponentes cinematográficos que avalaban una valiosa veta social en sus enunciados. Lo podían proponer valiosos referentes del cine de gangsters –el noir todavía no había cuajado en su posterior definición-, con vibrantes películas que transmitían el desasosiego y la miseria de aquellos duros años de la Gran Depresión norteamericana. Obras firmadas, entre otros, por cineastas como William A. Wellman, George W. Hill, la atractiva trilogía filmada por el muy reivindicable Rowland Brown, Mervyn LeRoy, o los melodramas realizados por figuras como Frank Borzage, John M. Stahl o Gregory La Cava, forman en su conjunto un valiosísimo fresco, plasmando esa fractura social que había asolado los Estados Unidos, en todos sus ámbitos. Aunque todas las majors se hicieron eco de esta perturbadora circunstancia, en aquellos años quizá era la Warner Bros., la que más apostada por un cine popular, que trasmitiera en sus producciones, ese latir de una sociedad convulsa, bien fuera a través de exponentes de género –de ahí la proliferación de films de gangsters-, o bien en otras vertientes argumentales, que permitían canalizar dicha inquietud.
BLACK FURY (Infierno negro, 1935) supone, llegados a este punto, una interesante aportación dentro de este ámbito social, desarrollando su base argumental en torno a las penalidades del mundo de la mina y, sobre todo, ligando la misma al ámbito de la lucha sindical. No son demasiados los títulos que se centraron en dicho contexto. Habría que esperar hasta 1941, para que John Ford rodada una de sus mejores películas, con HOW GREEN WAS MY VALLEY (¡Que verde era mi valle!). Bastante más para que Herbert J. Biberman plasmara uno de los títulos más combativos de la historia del cine en SALT OF THE EARTH (La sal de la tierra, 1954). Y muchos más aún tendría que transcurrir, para que Martin Ritt efectuara una traslación más sombría y abstracta de similar marco de actuación, con la estupenda THE MOLLY MAGUIRES (Odio en las entrañas, 1970), uno de sus mejores títulos. En esta ocasión, el proyecto parte del interés prestado por el actor Paul Muni, en torno a una obra teatral todavía aún estrenada, obra de Harry R. Irving, llegando incluso a abonarle cierta cantidad de dinero para salvaguardar sus derechos de adaptación. La misma tomaba como base unos hechos violentos en 1929, en una localidad de Pensilvania, que costaron la vida a un minero. Tras un año en el que el proyecto se ralentizó, Michael Curtiz fue finalmente el director elegido por Hal B. Wallis, tras recibir las bendiciones de su máxima estrella, ya que nos encontramos con una base argumental, enmarcada en el deseo de proporcionar a Muni un nuevo rol de prestigio, puesto que se encontraba aún muy cerca el impacto que le proporcionó el desarraigado personaje de I AM A FUGITIVE FROM A CHAIN GANG (Soy un fugitivo, 1932. Mervyn LeRoy).
No cabe duda que Curtiz se vio a sus anchas, a la hora de desarrollar una película, que al tiempo que le permitía nuevos retos argumentales, prolongaba su querencia por atmósferas sórdidas y sombrías, implicándose en un alegato social que, pese a ciertas ingenuidades, se mantiene bastante vigente pese a las más de ocho décadas de antigüedad desde su rodaje. La misma, probablemente respetando la estructura de su material de base, se divide en tres partes claramente establecidas, describiendo la primera de ellas un contexto amable, sin olvidar la vigorosa atmósfera que transmite su entorno duro y opresivo, al que sin embargo, los trabajadores y sus propias familias se han acostumbrado. Ya desde sus primeros instantes, hay que reconocer que se llega a compartir esa dureza en el trabajo de la mina –extraordinario el diseño del interior de dichas instalaciones, efectuado por John Hughes-, así como la miseria que casi se puede palpar, al mostrar esos miserables apartamentos a modo de deprimentes barracones, en donde se hacinan los trabajadores. Sin embargo, contrastando con esa manifiesta sensación de veracidad, no es menos cierto que BLACK FURY peca en este tramo inicial, de una cierta inclinación por el pintoresquismo –algo por otra parte habitual en Hollywood-, intentando soslayar con ello el aporte dramático de sus propuestas. A ello contribuirá de manera muy decidida la sensación bobalicona que describe la performance de Muni –es imprescindible escuchar el acento elegido, que en no pocos momentos induce a pensar que su personaje tiene deficiencias mentales-. Esa inadecuación del tono elegido por su protagonista, lastrará la progresiva vivencia de su drama existencial, conociendo muy pronto que su prometida –Anna Novak (Karen Morley)-, ha decidido abandonarlo, ya que ha optado por fugarse con su verdadero amante, un agente de policía. En realidad, Anna es una mujer bondadosa y con cierto atisbo de dignidad, pero no se ha atrevido a sincerarse con Joe, del que se despedirá mediante una carta.
El primer tramo de BLACK FURY, combinará por un lado esa ya mencionada tendencia al pintoresquismo, una querencia melodramática, y también junto a esos apuntes veristas, contemplaremos el modo de actuar del poco recomendable Steve (J. Carrol Naish). Se trata de uno de los mineros, que se encuentra en dichas instalaciones con el único objeto de inocular entre sus compañeros el virus de las reclamaciones sindicales, sembrando en este primer tercio sus momentos más intensos y creíbles, en pleno contraste con los excesos caricaturescos, marcados en el trabajo de Muni.
Unido al hundimiento moral que vivirá Radek a partir de la huída de su prometida, el segundo acto del film de Curtiz revestirá un alcance didáctico, al describir por un lado el funcionamiento de los sindicatos y su entronque en la lucha obrera. De forma paralela resultarán especialmente atractivas, la plasmación de las argucias propuestas por Steve, utilizando sin recato la demagogia para luchar con las armas que brinda la propia lucha sindical, destruyendo el equilibrio que se había alcanzado entre los responsables de la mina, y los propios trabajadores. Con ciertas ingenuidades –la visión de los mandos de estas instalaciones, aparecen demasiado suavizadas-, no es menos cierto que ese alcance dialéctico, que permite subvertir aquellos logros alcanzados por el mundo obrero, está planteado con notable pertinencia. En más de un momento, parece que Curtiz se siente especialmente a gusto al describir esa aura de creciente aroma siniestro y malsano. Todo ello tendrá su oportuna plasmación en la la asamblea sindical, en donde el saboteador logrará con facilidad provocar la división, utilizando la figura de Joe para convertirlo en líder de ese nuevo sindicato, en el que se apoyará Steve para provocar esa huelga, con la que pretende introducir esa poco recomendable organización, que por un lado propondrá relevo de trabajadores, y por otra aportará esos temibles agentes del orden, que muy pronto desplegarán su infecta y violenta brutalidad.
Será el ámbito en el que BLACK FURY atisbará el preludio de su negrura, en medio de una colectividad que en poco tiempo sentirá en carne propia el drama de la más absoluta miseria. Algunas de las familias dejarán la zona en búsqueda de nuevas oportunidades, mientras que Joe deambulará como un auténtico espectro, viviendo el desprecio de su mejor amigo –Mike (John Qualen)-, que incluso le llegará a escupir en la cara, en un breve y duro encuentro entre ambos. La tensión irá creciendo, y ello se reflejará tanto en la articulación dramática expuesta por Curtiz, como en la contención con la que Muni articula su personaje, dejando de lado de manera definitiva esa tendencia a la bufonada que había lastrado sus primeros minutos. Y al igual que sucediera en su célebre personaje en la antes señalada obra de LeRoy, Radek irá descubriendo el engaño a que ha sido sometido, pero lo percibirá en la excelente y trágica secuencia del asesinato de Mike, de manos del facineroso McGeee (Barton MacLane), cabeza de ese improvisado cuerpo policial de cuestionables métodos.
De inmediato nos adentraremos en el último tramo de la película, exteriorizándose el intento de concienciación y redención en la actitud del propio Joe, de la triste circunstancia que involuntariamente ha ayudado a crear. Anne retornará, y pese al rechazo inicial de este, le ayudará a llevar a cabo un arriesgado plan para recuperar la actividad minera con sus trabajadores originarios. Será ese largo episodio, descrito en el interior de la mina, donde de manera rotunda se vivirá una catarsis, que permitirá a Curtiz desarrollar uno de sus episodios más brillantes rodados aquellos años. La fuerza expresiva de su interior –realzada por la oscura y vigorosa iluminación en blanco y negro del posterior realizador, Bryon Haskin-, o la lucha de Joe contra las bombas lacrimógenas. Su astucia al responder los planes de los agentes, o la brutal pelea que mantendrá McGee, a quien finalmente mantendrá esposado, compondrá un magnífico episodio. Con ello, sublimará un relato quizá no totalmente armonizado, pero que en todo momento resulta encomiable, a la hora de proponer una mirada adulta en torno al universo laboral y sus mecanismos de legitimación, que acierta al discurrir por una espiral de creciente interés. Es cierto que su happy end aparece un tanto forzado, pero no por ello debemos cuestionar el alcance de una propuesta de valiente vigencia.
Calificación: 3
2 comentarios
Juan Carlos Vizcaíno -
Christian -
Tienes un gran blog de cine, harta información y bastante artículos. Me gustaría que pudieras pasar por el mío y que me dieras tu opinión. También si es posible hacer un intercambio de enlaces. (https://abucketofmovies.blogspot.com/) De antemano gracias. Saludos!