JIM THORPE ALL AMERICAN (1951, Michael Curtiz)
Combinando en su discurrir dos términos tan semejantes en su pronunciación como opuestos en su significado como la convención y la convicción, JIM THORPE – ALL AMERICAN (1951. Michael Curtiz), supone un título tan ameno y apreciable como en última instancia desaprovechado, destinado a narrar la biografía del considerado mejor deportista norteamericano de la primera mitad del siglo XX; el atleta que da título al film. Cuando señalo esa dualidad entre convicción y convención, me refiero a que en todo momento el film de Curtiz manifiesta una voluntad clara de implicarse a fondo a lo hora de ofrecer un producto cinematográfico revestido de algunas de sus mejores cualidades –un ritmo constate, la inquietud por plasmar los claroscuros del personaje-, pero al mismo tiempo la película no puede desviarse en casi ningún momento de las convenciones del biopic o, lo que es peor, desaprovecha la oportunidad de establecer en su trazado ese recorrido por medio siglo de la vida norteamericana que, agazapado, se esconde tras sus imágenes. Quizá fuera todo ello mucho pedir, y bastante sea contentarnos con un relato trepidante en sus mejores momentos, revestido de constantes giros, proporcionando un conjunto que se devora y degusta con placidez. En una palabra, se trata de una de las máximas que ponía en práctica el cine de Curtiz: un entretenimiento más o menos inteligente. JIM THORPE... se iniciará con la celebración de un homenaje que se convoca en torno a la figura de un gran deportista, en su desarrollo, tomará la palabra Pop Warner (el siempre magnífico Charles Bickford). Su alocución dará paso a un recorrido por la vida del objeto de dicho homenaje, introduciendo un largo flash-back que se extenderá durante la práctica totalidad del film, y llevándonos al recorrido por la andadura vital de un protagonista que encarnará con verdadera convicción un joven Burt Lancaster. JIM THORPE... tomará como comienzo la propia infancia de un niño indio que desafió la intención de su padre de proporcionarle una educación que le sirviera como integración dentro de la sociedad de principios del siglo XX, con predominio blanco. Ya en este episodio inicial, se da de la mano esa dualidad que se encontrará presente durante todo el metraje; la confrontación de la convicción con que son mostrados sus diferentes episodios –en esta ocasión a partir de una planificación que relaciona a padre e hijo cuando ambos conversan tras el reencuentro del primero al regresar el pequeño a su modesta granja-, y la incursión de estos en el terreno del biopic –la demostración de las casi milagrosas habilidades atléticas del aún niño-. A partir de dicho fragmento, la película de Curtiz ofrecerá un completo –en ocasiones casi exhaustivo- repaso a la vida del deportista. Un recorrido en el que no se ausentará cualquier convención más o menos habitual en este tipo de relatos, aunque bien es cierto que la propia génesis del film impide que asistamos a esa visión del “gran sueño americano”, que el tercio inicial de su metraje podría inducir a pensar. Por el contrario -y aunque sin la hondura que le podría haber proporcionado una selección más reducida de fragmentos de la vida de Thorpe, para profundizar más en su proyección sobre el trasfondo sociopolítico que ofrecía la sociedad de su tiempo-, lo cierto es que la película sabe mostrar ese “otro lado” de la gloria, llegando a escenificar un auténtico descenso a los infiernos de un hombre tan rápidamente admirado como pronto descartado por una colectividad que se marca héroes con la misma facilidad que los derriba. Es por ello que el conjunto del metraje de JIM THORPE..., nos mostrará los recelos con que en sus primeros pasos universitarios es recibido en un instituto –aspecto que nos permitirá disfrutar de la ambivalencia con la que el gran Steve Cochran imprime a su personaje de líder estudiantil, en un personaje que lamentablemente no se aprovechará en exceso-, la sensible manera con la que el protagonista conocerá a la que se convertirá en su esposa –Margaret Miller (una excelente Phyllis Thaxter)- en una de las secuencias más hermosas del film, su rápido ascenso a la fama, la efímera y conmovedora gloria olímpica, la celeridad con la que el triunfo le es negado al deportista, su posterior y rápida decadencia y proceso auto destructivo, en el que tendrá mucho que ver la muerte de ese hijo en el que había depositado todas sus esperanzas. Quizá incluso más aún que esa constante lucha entre la búsqueda de credibilidad cinematográfica y la incursión en los terrenos resbaladizos de lo previsible en este tipo de relatos ¿Cuál de las dos vertientes triunfa en la realidad? Personalmente pienso que ambas, logrando un conjunto apreciable, intenso e incluso revestido de dureza en sus momentos más terribles, aunque en última instancia JIM THORPE... pierda la oportunidad de ocupar un lugar de verdadera importancia dentro de la filmografía que el cine USA proporcionó a temas deportivos –la que va BODY AND SOUL (Cuerpo y alma, 1947. Robert Rossen) a RAGING BULL (Toro salvaje, 1980. Martín Scorsese), pasando por la siempre infravalorada EASY LIVING (1949, Jacques Tourneur)-, en las que se aunaba esa voluntad de mostrar aspectos críticos con una crónica realista -cierto es que solo en el caso del film de Scorsese podamos hablar de incursión en el terreno de la filmación de una biografía-. Partiendo de lo que en definitiva ofrece el film de Curtiz, destaquemos en ella –además de ese señalado brillo en su montaje- la fuerza fotográfica que imprime el blanco y negro de Ernest Haller –potenciando sus elementos dramáticos-, la inserción de imágenes documentales –de los juegos olímpicos con los que Thorpe triunfó y los posteriores en Los Angeles-, que en la película sirven para que el protagonista tome conciencia de la inutilidad de su rebeldía poniendo en primer término su condición de indio, ya que el vicepresidente norteamericano que declaró inaugurados los mismos procedía de la misma raza. En definitiva, JIM THORPE – ALL AMERICAN logra describirse como un título que, aunque en principio se erige como la oposición sensiblera a la posterior y excelente THE LONELINESS OF THE LONG DISTANCE RUNNER (La soledad del corredor de fondo, 1962. Tony Richardson), poco a poco, sorteando los meandros de los estereotipos que sobrelleva, logra vislumbrar ese lado oscuro del gran sueño americano. Un rasgo que, aunque no se erija en el principal motivo de su metraje, quizá con el paso del tiempo emerja como el más perdurable. Calificación: 2’5
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