HARRY BLACK (1958, Hugo Fregonese) Harry Black y el tigre
Olvidada, apenas reseñada en ninguna antología del cine de aventuras –recientemente el agudo José Mª Latorre recordaba y destacaba su existencia, , en la que es probable que el escaso o nulo crédito que mantiene y ha albergado siempre el realizador argentino Hugo Fregonese, lo cierto es que HARRY BLACK (Harry Black y el tigre, 1958) constituye toda una sorpresa. Una sorpresa, en la medida que constituye un relato denso, dotado de una textura visual personalísima, y en el que se combina de forma magnífica la expresión de la eterna lucha física entre el veterano aventurero y el trofeo que se le escapa y se convierte en objetivo de su vida. Todo ello, imbricando y relacionándolo con esa aventura interior que la lucha del protagonista supondrá con el reencuentro con su propio pasado, en el que se pueda atisbar una nueva oportunidad para vivir una existencia diferente a la que ha sobrellevado hasta entonces.
Estamos situados en la India, más en concreto en el ámbito de una región que se encuentra amenazada de forma constante por la presencia de un tigre que tiene aterrorizada a la población. Será una fiera de la que se encuentra encargado en su captura el veterano Harry Black (Stewart Granger), ayudado por su fiel sirviente Bapu. Cuando en una ocasión se encuentra a punto de alcanzar el objetivo y liquidar a la fiera, la llegada de un vehículo a la plantación existente frustrarán sus objetivos. Pero lo que no podrán imaginar que en ese vehículo viaja precisamente su pasado, representado en la figura de Desmond Tanner (Anthony Steele) y su esposa Christian (magnífica Barbara Rush). Ambos fueron referentes de importancia en el ayer de este aventurero que camina con una pierna de aluminio –pronto sabremos que en el accidente sufrido tuvo bastante que ver una acción bastante cuestionable por parte de Desmond-, y de manera sutil se introducirá en la narración la existencia de una pasada relación amorosa por parte de Harry y Christian, que volverá a cobrar actualidad al tener que viajar Tanner hasta Londres al objeto de poder alcanzar un importante puesto directivo.
En ese contexto, los dos antiguos amantes reconocerán la mediocridad existencial de sus vidas, envuelta en el caso de ella al sobrellevar la maternidad, y poco a poco se dejarán llevar por una pasión que por momentos intentarán dejar atrás, pero casi como si el destino se rebelara a ello, siempre les rodeará, viviendo mientras tanto Harry un ataque por parte del tigre, y posteriormente teniendo que acudir a rescatar al pequeño hijo de los Tañer; Michael (Martín Stephens, tres años antes de participar en la memorable THE INNOCENTS (¡Suspense!, 1961. Jack Clayton)-. Serán todos ellos –incluso una crisis que Harry vivirá escondido en una guarida donde suele aparecer el tigre, surgida a partir de pensamientos del pasado de este-, le remitirán a una efímera dependencia con el alcohol. Serán situaciones y episodios de índole dramática, que Fregonese resuelve con una personalísima sobriedad, buscando ante todo la incardinación del exterior de la India que se retrata, ejerciendo este encuentro casi de lugar expiatorio para sus principales personajes, en una tierra tan lejana a sus orígenes.
El realizador argentino sabe intercalar esas miradas sobre el pasado –mediante oportunos flash-backs-, pero incluso antes de que estos ofrezcan la imagen concreta de dichos sucesos, lo cierto es que muy pronto intuiremos que Desmond tiene algo que esconder en su pasado ante Harry, y también en las miradas y los diálogos que se entrecruzan el veterano aventurero y Christian, el espectador advierte no solo la pasada existencia de un romance entre ambos, sino especialmente –ese instante en el que el niño encuentra en un libro una flor marchita, que pronto sabremos entregó Harry a la madre bastantes años atrás-, serán una señal evidente de que esa relación jamás cayó en el olvido, solo se mantuvo latente y en un segundo término, ante la normalidad de la vida como esposa y madre vivida por esta con abnegación, pero intuyendo que ello quizá sí ofrezca la felicidad del pequeño Michael, pero en modo alguno la suya.
El gran acierto de HARRY BLACK proviene de la simbiosis marcada en el entrelazado de aventura interior y exterior, todo ello rodado con una extraña sobriedad y sequedad. Un aspecto este no entendido como la vía seguida por tantas y tantas películas de serie B. En esta ocasión, Fregonese no duda en servirse de un competente equipo de producción –destacando especialmente la labor del operador de fotografía John Wilcox y la del montador Reginald Beck-, articulando un tempo relajado, dominado por largas panorámicas que potencian la grandiosidad y al mismo tiempo el misticismo registrado en un lugar en el que parece que sus visitantes adquieran una extraña lucidez a la hora de mirar en el interior de ellos mismos. A esa capacidad de describir un escenario en el que unos personajes ajenos a su realidad física, alcanzarán la íntima lucidez que hasta entonces atentaban sus almas, hay que añadir la clara voluntad demostrada en la película de huir de la practica totalidad de estereotipos habituales en este tipo de películas. Es algo que advertiremos ya en la voluntaria huída de la presencia de motivos folklóricos –estos aparecen de manera muy limitada-, a la manera con la que se sortean convenciones más o menos habituales –esa serpiente que se encuentra en tierra enroscada a un trozo de tronco, que es sobrepasada sin especial énfasis por los expedicionarios indígenas-, y que llega a mostrar episodios insólitos de notable contundencia, como el ataque inicial desarrollado por el temible tigre en una población que, con rapidez desaparecerá tras sus viviendas, apareciendo sus calles con un tono fantasmal.
Son elementos todos ellos que se van insertando con un extraño sentido de la progresión, logrando insuflar un notable equilibrio al conjunto y, sobre todo, una extrema delicadeza en todos aquellos momentos y secuencias que expresan la intensa relación que ha vuelto a renacer entre Harry y la esposa de Tennant. En la combinación de ambos elementos, nadie puede negar el grado de densidad que adquiere un relato extremadamente sobrio en lo formal, terroso en su vertiente puramente física y, sobre todo, inspirado a la hora de combinar los dos relatos centrales, ejerciendo ambos como perfecto contrapunto. HARRY BLACK culmina con cierta tristeza –Christian no se atreverá a abandonar la vida familiar que ha sobrellevado hasta el momento-, aunque el logro de la captura del león por parte del ya veterano protagonista, ha parecido ejercer como un acicate para seguir en dicho sendero.
Y es que, a fin de cuentas, el estupendo film de Fregonese, parece al mismo tiempo seguir la estela de títulos como THE SNOWS OF KILIMANJARO (Las nieves del Kilimanjaro, 1952. Henry King) –a mi modo de ver con más acierto-, pero de forma paralela asume una serie de características bastante comunes en el cine de aventuras de aquel tiempo, ejerciendo en dicha ocasión como auténtico puente. Se trata de algo centrado en la figura de su personaje central, encarnado por un Stewart Granger que por momentos –el rostro lívido tras ser atacado por el tigre-, parece salir de los planos finales del memorable MOONFLEET (Los contrabandistas de Moonfleet, 1955) de Lang, mientras que el encierro de este en la cueva esperando al león y viéndose repentinamente invadido por el miedo, parece retomado de THE LAST HUNT (1956), un título de Richard Brooks también protagonizado por Granger, mientras que la lucha de este contra el tigre, muestra no pocas semejanzas con la del Capitán Achab y Moby Dick. Por último, y sobre todo atendiendo a la condición de este película como eje del pasado reciente y el futuro próximo del género tratado –la aventura en la selva-, incluso la figura del pequeño Martín en esos minutos finales, deseando guardar la piel del tigre cazado, pudiera preludiar un involuntario adelanto a los postulados que, cinco años después, llevaría a cabo Alexander Mackendrick en su memorable SAMMY GOING SOUTH (Sammy, huída hacia el sur, 1963).
En definitiva, HARRY BLACK es una magnífica propuesta, planteada y ejecutada con inteligencia, que de una vez por todas debería ocupar un lugar de cierta relevancia dentro de este subgénero del cine de aventuras, al tiempo que debería hacernos recordar la figura de su realizador, el argentino Hugo Fregonese. Un cineasta de cierta personalidad y clara irregularidad en su filmografía, pero del que sería interesante ir indagando en otros títulos suyos.
Calificación: 3’5
2 comentarios
Jorge Trejo -
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