REVOLUTIONARY ROAD (2008, Sam Mendes) Revolutionary Road
¿Por qué cada vez más tengo la impresión de que el cine de Sam Mendes me parece tan impecable a nivel formal, aunque en esencia edulcorado como la sacarina? Aún partiendo de que no nos encontramos ante una obra extensa, ya disponemos de la suficiente referencia –como, en un sentido contrario la puede ofrecer un nombre puntero como Paul Thomas Anderson, o cineastas tan personales como Richard Linklater o Neil LaBute- para delimitar la personalidad del prematuramente aclamado realizador de AMERICAN BEAUTY (1999). Son cuatro ya los títulos dirigidos desde aquel su debut en la gran pantalla –tras una prestigiosa andadura en la escena londinense-, y he de reconocer que hasta el momento no he visto en su cine más que la voluntad de trasladar proyectos atractivos, y llevarlos a la pantalla con tanta solvencia y diseño de producción –el mejor equipo técnico y artístico posible-, pero a mi modo de ver dejándose por el camino la oportunidad de ser grandes obras. Cierto es; ninguna de sus cuatro películas supone una obra despreciable, pero del mismo modo bajo mi punto de vista todas ellas compiten en un terreno de medianía, defraudando de alguna manera las posibles expectativas que las mismas podrían generar previamente.
Digamos que Sam Mendes podría ser el heredero del último periodo de los norteamericanos George Stevens o Fred Zinnemann. El portador de una nueva modalidad de qualité dentro del cine USA, siempre con repartos espectaculares, compitiendo casi por obligación en la carrera de los Oscars, recibiendo una especial atención por parte de una crítica que muy pronto olvida lo que poco tiempo antes ha recibido todos los parabientes. Hasta el momento, los tres títulos de Mendes me habían parecido tan correctos y ocasionalmente atractivos, como en contados momentos en verdad inspirados. Y en todos ellos se partían de premisas prometedoras y atractivas, premonitorias de resultados de gran nivel... que al final se quedaban a medio camino. Punto por punto, esa impresión se me ha vuelto a producir con REVOLUTIONARY ROAD (2008), de la que con sinceridad esperaba encontrarme ante una honda disección de la vida burguesa norteamericana de inicios de los sesenta, extrapolable al tiempo presente. Adaptación de una prestigiosa novela de Richard Yates, el título que nos ocupa supone para mi uno de esos ejemplos pertinentes en los que –como es mi causa- una ausencia de afición e incluso conocimientos literarios-, no me impiden apreciar en el resultado obtenido por Mendes, esa ausencia de verdadera hondura que se vislumbra tras las pulcras y cuidadas imágenes que describe su metraje.
El matrimonio Wheeler es admirado por los vecinos de Revolutionary Road, una zona residencial del Connecticut de final de los cincuenta. La pareja está formada por Frank (un esforzado Leonadro DiCaprio, en ocasiones magnífico, en otras overacting) y April (poderosa Kate Winslet). Ambos se han conocido en una fiesta y pronto se casaron intentando alcanzar en sus vidas una felicidad basada en la huída de las convenciones. Será un intento vano cuando April fracase en su vocación como actriz, convirtiéndose en una madre abnegada que intentará huir junto a su marido de ese entorno tan cómodo en la material como frustrante en lo existencial. Por su parte, Frank no muestra ningún apego a su trabajo en una empresa que detesta, en donde la rutina diaria le ha impedido desarrollar sus previsibles inquietudes –que por otra parte nunca se han concretado en nada-. Hastiados de un círculo cerrado que incluye algunos amigos y vecinos, será April la que empuje a su esposo a un cambio de vida y residir en París. Una quimera que Frank recibirá con sorpresa e inicial escepticismo, pero que por último aceptará y asumirá. Sin embargo, las intenciones de los dos esposos pronto chocarán de manera frontal con la inexpugnable tentación de una vida basada en la comodidad y la venenosa araña del enriquecimiento material.
REVOLUTIONARY ROAD narra, a fin de cuentas, la historia de sendos fracasos personales –uno más trágico que otro-, gestada, creada y amamantada en el fruto de un matrimonio surgido con la ambición de una vida plena y enriquecedora, y agazapando bajo su faz la espiral de la rutina y las convenciones que en todo momento sepultan la realización plena del individuo. No cabe duda que el mensaje que ofrece la base dramática de la novela de Yates es aterradora. Sin embargo, y aún cuando en la película se intente trasladar dicha circunstancia, tal enunciado no queda expuesto con la suficiente ascendencia dramática. No es cuestión de que asistamos a episodios aterradores –el aborto de April-, otros demoledores –la discusión en la que esta manifiesta su odio hacia Frank-, e incluso manifestaciones dolorosas de puro sinceras –pronunciadas por el hijo de la vecina del matrimonio, afectado de tratamiento mental-. Lo cierto es que nada se sale de tono en esta película correctamente ejecutada, pero atonal como la banda sonora del aburrido Thomas Newman, que solo funciona con vida propia cuando plasma esa sensación de rutina que se va introduciendo en la vida de sus protagonistas –la manera con la que se describe la llegada al trabajo de Frank, rodeado de maridos que imitan el mismo ritual, la cercanía que se va manifestando entre el joven vecino de la pareja hacia April-, o llega a emocionar en instantes en donde un rayo de felicidad se introduce de manera inesperada en la oscuridad de la relación opaca –la inesperada celebración del cumpleaños de Frank, apenas este ha sido infiel a su esposa; uno de los mejores momentos interpretativos de toda la carrera de DiCaprio-. Es en momentos como ese, como en la auténtica “representación” que supone ese almuerzo final entre dos esposos que horas antes han hecho sangrar sus heridas más hondas, cuando el film de Mendes llega a prender.
Sin embargo, esa temperatura emocional nunca llegar a extenderse al conjunto de la película. Ni el cuidado diseño de producción, ni la aplicada narrativa de Mendes, esconde más que un producto bien acabado formalmente –justo es destacar el uso del formato panorámico y el desenfoque en las secuencias-, pero que adolece de riesgo, pasión y fuerza cinematográfica. Y es que uno no va a pedir en REVOLUTIONARY ROAD el hecho de encontrarnos ante un melodrama que utilice la fuerza de los clásicos dentro de una contextura más o menos actualizada. Pero, por otro lado ¿Por qué no hacerlo? Lo logró Todd Haynes con su memorable FAR FROM HEAVEN (Lejos del cielo, 2002), y lo alcanzó del mismo modo el demasiado olvidado Todd Field con su magnífica IN THE BEDROM (En la habitación, 2001) y la igualmente valiosa LITTLE CHILDREN (Juegos secretos, 2006). En la comparación con estos cercanos referentes, el film de Mendes palidece de forma considerable, revelando las insuficiencias de un hombre de cine que goza de todos los parabienes de la industria y buena parte de la crítica, pero cuya obra siempre se queda a medio camino. Y no se trata de ver en él las constantes de un autor, simplemente de constatar que bajo la corrección y muy ocasional inspiración esgrimida por el británico, de nuevo se expresa la incapacidad de exploración que el correcto pero limitado cineasta demuestra. Sin ser un producto desdeñable, no puedo por menos que lamentar que haya desaprovechado una oportunidad para alcanzar ese estatus de madurez que, siempre bajo mi punto de vista, Mandes jamás ha atisbado. O es que, quizá amparado en las constantes loas que recibe, se contente con ser ese artesano ilustrado que goza del beneplácito generalizado. Cierto es -limitación por limitación-; hay ejemplos de nombres mucho menos cualificados que gozan incluso de superior prestigio. Por ello, en el país de los ciegos, el montaje corto y la carencia de personajes, los modos clásicos y apacibles de alguien como nuestro cineasta, concilian productos nunca inolvidables, pero de forma paralela tampoco rechazables. Ejemplos como el que nos ocupa, adornado por la patina publicitaria de haber reunido una década después a la exitosa pareja de TITANIC (1997, James Cameron). No es poco.
Calificación: 2’5
1 comentario
Roberto Amaba -
Totalmente de acuerdo, Sam Mendes es uno de los directores más sobrevalorados de los últimos tiempos. Y ese nivel formal "impecable" yo lo veo puro artificio -manierismo dirían en otras épocas-, véase la secuencia inicial de esta película por ejemplo, cuando Di Caprio va a trabajar, el tren, los trajes, los sombreros, los encuadres... pasamos de la forma impecable al manierismo para terminar directamente en el kitsch.
Lo que más gracia me hace de estos directores es cuando quieren rodar cosas arrebatadoras como escenas de amor apasionado y tal... todos terminan haciendo el ridículo, por buenos actores que tengan. Ni Allen se escapó a esta incapacidad para rodar ese tipo de escenas, porque las de Match Point daban más risa que otra cosa.
Un saludo.