Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

WE LIVE AGAIN (1934, Rouben Mamoulian) Vivamos otra vez

WE LIVE AGAIN (1934, Rouben Mamoulian) Vivamos otra vez

Sin resultar en absoluto un título desprovisto de interés, no puedo incluir WE LIVE AGAIN (Vivamos otra vez, 1934) entre las obras más brillantes legadas por la no demasiado extensa filmografía del tan interesante como irregular Rouben Mamoulian. Y a la hora de valorar los elementos que impiden que un título que parte de unas premisas atractivas lleguen a cubrir las expectativas generadas, es cuando uno se plantea que en ocasiones ofreció el cine de estudio o –como es este caso-, de un productor poderoso, limitando y reduciendo casi hasta el extremo de despojar de su esencia, un original literario con “Resurrección”, considerada una de las obras cumbres de Leon Tolstoy. Partiendo de mi reconocido escaso apego a la literatura, no me impide reconocer que una producción de poco más de ochenta minutos, en modo alguno puede reflejar la densidad, la fuerza y el carácter de apólogo moral que intuyo ofrecía la novela de Tolstoy. Lo que de ella queda en la pantalla es, lamentablemente, bastante diferente, aunque algunos hallazgos formales por parte del realizador, impidan que el naufragio sea rotundo, lográndose al menos un resultado discreto pero con algunos episodios revestidos de notable intensidad.

 

Nos encontramos en la Rusia del mitad del siglo XIX. En una campiña rural se asienta una mansión regentada por dos representantes de clase noble. Son las tías del príncipe Dmitri Nekhlyudov (un notable Fredrick March, quien sabe modular tanto el crecimiento físico que su personaje alienta, como la evolución de pensamiento que irá adueñándose de él), quien regresa al que fue su hogar en la infancia, haciendo un alto en sus estudios militares. Allí descubrirá la belleza de la joven criada Katusha (Anna Sten), con la que establecerá una relación de amistad y confianza durante todo ese verano que ambos pasarán juntos. Tras concluir este, Dmitri retornará a sus estudios militares con la promesa de un retorno rápido junto a la muchacha. Pese a dicho compromiso, no será hasta dos años después cuando regrese, por una sola noche, para celebrar la pascua ortodoxa. Aunque el príncipe se encuentra muy cambiado en su personalidad, al haber dejado de lado sus ideas de igualdad entre todos los seres humanos, no evitará caer de nuevo bajo el encanto de una Katusha que sigue amando a este hombre que ha sido tan importante en su vida. Pese al escaso tiempo que pueden permanecer juntos, por la noche ambos vivirán una noche apasionada, que poco después se traducirá en dejar embarazada a la muchacha. La evidencia de este embarazo con el paso de los meses, provocará la expulsión de Katusha como sirvienta, buscando esta de manera desesperada un encuentro con Dmitri para informarle de su condición de padre. Todo será en vano, aunque esta esperará que el noble discurra en tren por la estación de la localidad. En medio de una copiosa lluvia, verá fugazmente al príncipe dentro de un vagón en marcha, sin que su amado pueda atisbar su presencia, y sin saber también que por causa de esa carrera bajo la lluvia, Katusha verá morir a su pequeño, viajando hasta Moscú para lograr trabajo.

 

Han pasado siete años, y contemplamos como Dmitri ha decidido ligarse al contexto de la justicia, ejerciendo de jurado en una vista en la que se tratará la acusación de tres personas. Una de ellas será la mujer que amó en su momento y que creía perdida para siempre. El inesperado reencuentro supondrá el detonante para que un nombre que tiene en esos momentos todo a su favor –reconocimiento social, fortuna personal, una relación sentimental con una noble familia-, poco a poco asuma que esa no es la realidad que en su momento defendió, dedicándose a partir de ese momento a intentar reparar a Katusha y, en su representación, a sí mismo, de todo el daño –inconsciente o no- que ha venido provocando durante todos estos años.

 

No cabe duda que el enunciado sucinto del argumento de WE LIVE AGAIN, responde completamente a las tesis esgrimidas en la obra y filosofía vital de Tolstoy. No obstante, la versión de Mamoulian no logra esquivar la casi imposible barrera de la densidad de su referente literario, a partir de un relato de duración más que ajustada, en el que su discurrir se centra en la historia amorosa vivida por los dos protagonistas, y que además tampoco tiene en la pantalla el tratamiento apasionado que esta pudiera merecer. Es por ello que nos encontramos con una enorme reducción de los matices y elementos que emergen por debajo de esta película apresurada a la hora de mostrar la odisea humana de sus dos protagonistas. Y en este caso no se trata de que se utilicen quizá en exceso la elipsis para hacer avanzar la acción, en ocasiones de manera excesivamente abrupta. Lo cierto es que la contemplación de la película en poco ayuda para poder vivir y sentir la dureza y las enromes diferencias de clase vividas por los rusos, mientras que por el contrario asistimos a un relato que parece desarrollarse en un país imaginario –aspecto al que ayuda la dirección artística, por completo alejada de los cánones previsibles en este caso-. Hay una extraña combinación de relato “folklórico” –esa visión idealista del campesinado, cantando en pleno campo resignados e incluso con alegría-, el vestuario adquiere una sensación de falsedad, y todo el entramado dramático de sus primeros minutos, bajo mi punto de vista ni funciona a nivel de denuncia, descripción o relato romántico, hundiéndose en las aguas de una sensación de falsedad cinematográfica que, justo es reconocerlo, tendrá una menor incidencia en el último tercio del film.

 

Pero en cualquier caso, en WE LIVE AGAIN hay mucho de poumpier. Los personajes de la aristocracia y la nobleza rusa aparecen como auténticos estereotipos sin aristas en su autocomplacencia –luciendo además uniformes de vistosos diseños-. Incluso momentos dramáticos como la secuencia en la celda de mujeres, en la que Katusha descubre en el hombre que les distribuye las infectas comidas al escritor Grigory Simonson (Sam Jaffe), aparecen sin auténtica fuerza dramática, como si formaran parte de una apuesta por la impostura. Ese carácter de reconstrucción hueca, sin vida, basada en un cuidado pero poco creíble diseño de producción, se vuelve en contra de la película, al no estar acompañado por la necesaria densidad que, de haber sido asumida, sí hubiera permitido que el film de Mamoulian lograra unas cotas muy superiores de interés que las finalmente alcanzadas.

 

Por fortuna, y aún sin lograr con ello llevar su resultado a un estadio de superior entidad, será a partir del reconocimiento por parte de Dmitri de su antigua amante como encausada en un asesinato, cuando la película prenderá y logrará buena parte de sus mejores momentos. Quiizá el más valioso de todos ellos será el proceso de reconocimiento que el príncipe vivirá en el interior de su vivienda en Rusia, cuando al mirar dos de sus fotos de juventud, asumirá en su rostro una irreprimible sensación de arrepentimiento. Un episodio magnífico, recreado a partir de la admirable prestación de March en sendos primeros planos –que sin duda se encuentran entre los mejores momentos de toda su carrera-, combinados con el uso de sobreimpresiones que le harán evocar ese pasado que le ligó a la entonces joven sirvienta. Un auténtico streap tease moral, a partir del cual su actitud ante el futuro volverá a retomar los planteamientos socialistas que asumiera en su juventud y, ante todo, se entregue por completo en la ayuda hacia esa mujer a la que, sin querer, hizo tanto daño, vislumbrando incluso la posibilidad de que entre ellos retorne el amor.

 

Será todo ello el fragmento más interesante de este film, que cuenta entre sus guionistas a nombres tan reconocidos como Maxwell Anderson o Preston Sturges, y que pese a todo en su primera mitad alberga secuencias o instantes de interés. Entre ellos la presencia de la lluvia cuando los dos amantes se reúnen de noche, intuyéndose el embarazo de la muchacha, la citada y terrible secuencia bajo la lluvia, con Katusha corriendo desesperada por los vagones del tren para intentar de forma imposible contactar con Dmitri y hacerle partícipe de su condición de padre, o la que se sucede, en la que la joven acompañada de la que fue su ama de llaves, enterrará a su hijo no nacido, portando destrozada el ataúd del niño instantes antes de ser enterrado en medio de un cementerio de apariencia fantasmal. Un breve fragmento, en el que confluye la facultad del realizador para componer secuencias de forma dramática, para lo cual utilizará la iconografía fúnebre de manera ejemplar. Por el contrario, minutos antes, llegado el momento de la ceremonia de celebración de la Pascua, la expresión visual de la misma no alcanzará la fuerza plástica y dramática previsible, quedando únicamente como un episodio destinado al lucimiento de Mamoulian como esteta refinado.

 

Superficial en su mayor parte, decorativista en otras, carente de la densidad de la prosa de Tolstoy aunque convincente en su último tramo, WE LIVE AGAIN deviene por último un producto discreto y decorativista, en el que destaca más lo que se ausenta de sus imágenes, que lo que estas finalmente llegan a plantear.

 

Calificación: 2

0 comentarios