THE BOY FROM OKLAHOMA (1954, Michael Curtiz)
THE BOY FROM OKLAHOMA (1954), es un pequeño y agradable western, que centra su trazado argumental en la evolución de su personaje protagonista, el joven y atribulado Tom Brewster -(un Will Rogers Jr, que ya había trabajado con Curtiz en el biopic sobre su padre, THE STORY OF WILL ROGERS (1952)). Esta sencilla producción de la Warner, lindante con la serie B, dominada por la placidez de un enunciado discreto, cercana en la descripción de un pequeño universo westerniano, y una curiosa mezcla de comedia e intriga. Todo ello, conformando un tono cotidiano que, en última instancia, sirve para describir el proceso de maduración de un personaje protagonista, sobre el que se marcará una importante evolución en su personalidad, extendiendo la misma al conjunto de esa población, en la que sin pretenderlo, su inesperada presencia, contribuirá a ejercer de auténtico referente a la hora de extirpar todos sus vicios y corruptelas.
Será algo que simbolizará con presteza algo que a lo largo del relato tendrá una importancia metafórica. Al iniciarse el metraje, contemplamos a Brewster acudiendo a caballo hasta Nuevo Méjico, insertando Curtiz un recorrido sobre el personaje que inicia por sus desgastadas botas. Sin que en ese momento lo advirtamos, será esa la metáfora que presidirá el conjunto, al apreciarse más adelante referencias al deseo del protagonista de comprarse unas botas nuevas, o al impagable instante en que, al haber asumido el cargo de sheriff de la localidad, acudiendo a la comisaría, donde se encuentran unas lustrosas botas rojas que se probará. Será el instante en el que se producirá el primer choque real con la joven Katie Brannigan (Nancie Olson), a la que ya había contemplado poco antes. Esta es la hija del antiguo “sheriff”, asesinado poco tiempo atrás, con quien manifestará un antagonismo, que al finalizar la película se tornará en un futuro como pareja; Brewster paseará por la localidad luciendo esas botas como si fueran un auténtico trofeo, y al mismo tiempo ejerciendo como símbolo de esa seguridad en sí mismo, que hasta entonces solo permanecía en su interior.
Dominada por un vibrante WarnerColor que dota de personalidad propia a su conjunto, THE BOY FROM OKLAHOMA engrosa esa no demasiado numerosa corriente del cine del Oeste, enmarcada en una visión irónica sobre sus propios códigos. Es algo que quizá tenga su ejemplo más recordado en DESTRY RIDES AGAIN (Arizona, 1939. George Marshall), que tuvo un remake en 1954 de las manos del mismo Marshall con DESTRY (Honor y venganza), en esa ocasión sustituyendo al James Stewart original por el en aquellos momentos en candelero Audie Murphy. Convendría investigar en las fechas de rodaje y estreno del título que comentamos y el citado DESTRY, ya que ambos se asemejan bastantes, en ese contraste entre ese ámbito civilizado que aporta el recién llegado, en contraste con ese ámbito que en el film de Curtiz se acierta al describir como cerrado y opresivo, dominado por la figura de ese sempiterno y caciquil alcalde Frank Turlock, que encarna con pertinencia Anthony Caruso. Muy pronto la oposición de personalidades, marcará lo que de manera implícita aparecerá como una revolucionaria –y quizá involuntaria- manera de entender el comportamiento en el Oeste, por parte de un joven que está estudiando leyes, no porta pistola, bebe zarzaparrilla, es reflexivo, amable y circunspecto, y ofrece el uso de la razón y el intelecto, en medio de un ámbito donde lo primitivo, la brusquedad, el revanchismo y la carencia del respeto a la Ley, campa por sus respetos.
En esa dicotomía, se ofrecerán esas secuencias dominadas por una mirada irónica al mismo tiempo, como el impagable episodio en el que el imperturbable sheriff logrará sacar de sus casillas al mismísimo Billy el Niño (Tyler MacDuff), cuando este se enfrenta a él con la clara intención de liquidarlo, los modos que pone en solfa para llevar a los borrachos a las celdas hasta o las enervantes tácticas para progresar en sus deducciones. Sin embargo, por encima de todos estos elementos, superando incluso el deliberado limitado alcance de la película, destaca sobremanera el personaje del veterano Pop Pruty (excelente Clem Evans), que desde los primeros pasajes del film aparecerá como la voz de la experiencia y la conciencia, capaz de mostrarse al margen de la podredumbre del lugar, pero al mismo tiempo, con su mirada, su actitud y su aparente pasividad, percibir en el nuevo marshall esa oportunidad de que en esta corrupta población se introduzcan unos nuevos aires, que presumimos siempre han estado presentes en su pensamiento.
Calificación: 2’5
0 comentarios