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CINEMA DE PERRA GORDA

JERSEY BOYS (2014, Clint Eastwood) Jersey Boys

JERSEY BOYS (2014, Clint Eastwood) Jersey Boys

Como al hablar de tantos otros grandes cineastas, estén estos enclavados en décadas y periodos precedentes, o bien en el de nuestros días, la obra de Clint Eastwood no se escapa a la fluctuación a la hora de la recepción de su obra. Una fluctuación que parece ofrecerse con una extraña sensación de maniqueísmo a la hora de recibir sus diversos exponentes, como si entre ellos solo se pudiera establecer la división entre el logro absoluto y el título fracasado. Una vez más se puede percibir ese cainismo a la hora de recibir los más cercanos exponentes, dentro de la andadura de un cineasta que se ofrece, con una obra de tan alto octanaje, como precisos objetivos y ligereza en sus procesos de producción. Y es que a fuer de ser sincero, no me imagino en nuestros días una mala película por parte de Eastwood. En mi experiencia como espectador creo que la veteranía, la pericia y la inspiración del realizador deviene siempre pertinente, a la hora de trasladar a la pantalla los proyectos elegidos, en los que se puede percibir de manera clara su auténtica visión del mundo.

JERSEY BOYS (2014) es uno de los títulos que han suscitado más controversia dentro de la andadura reciente de Eastwood, en la que por cierto predominan exponentes caracterizados dentro de dicha catalogación, aunque a mi modo de ver se escondan siempre en ellos títulos de valía. A falta de ver AMERICAN SNIPER (El francotirador, 2014) el último y muy polémico título de su filmografía hasta la fecha, lo cierto es que en absoluto puedo adherirme al rechazo que provocó el cercano estreno de la adaptación del musical de Broadway, que narraba el recorrido existencial de uno de los grupos de culto en las décadas de los sesenta y setenta –The Four Seasons-, liderados por el cantante Frankie Walli. Son precisamente el propio Walli, junto con Bob Gaudio, los dos componentes más característicos del grupo, los que asumen tareas de producción dentro del engranaje de una película, que en primera instancia podría erigirse como un biopic en torno a la andadura de este grupo musical. Sin embargo, cabía esperar algo más por parte de un director, que hace ya muchos años, en BIRD (1988), reinventó no pocos estilemas del subgénero, podríamos decir que retomando ciertos elementos ya existentes en aquella exitosa producción, enriquecidos por el bagaje del director marcado con el paso de los años. Y es curioso señalar que si bien la biografía de Charlie Parkerr logró una entronización a mi juicio excesiva, la plasmación de la andadura artística de The Four Seasons ha sufrido una recepción diametralmente opuesta. Cierto que el dramatismo existencial de Parker podía ofrecer más asideros que el devenir de un grupo musical quizá más fútil o superficial. No obstante, bajo la aparente blandura de la andadura de los protagonistas de la película, se esconde de manera muy palmaria, toda una reflexión distanciada en torno a la condición humana.

La importancia de la amistad, el peso de los relaciones humanas, la fuerza del amor, el reflejo del temperamento artístico, las causas y los efectos, la visión del mundo del espectáculo que los envuelve, o la cierta sensación de irrealidad y abstracción que presiden los en apariencia almibarados diseños de producción que podemos contemplar. No soy el primero en decirlo, pero es cierto que se puede detectar con una relativa facilidad, esa sensación de asistir a dos películas contemplando JERSEY BOYS. La primera sería la que plantea su propia base argumental, ese recorrido en torno al devenir de un grupo, que conforma la visión inicial del relato. Sin embargo, sobre la misma se sobreponen las maneras fílmicas de Eastwood. La manera que tiene el cineasta de desmarcarse de manera sutil de unas premisas que tiene que respetar y respeta, pero que le sirven como plataforma para esa visión abierta sobre la aventura humana.

En el fondo, Clint Eastwood es uno de los últimos humanistas que ha proporcionado el cine, y ello se pone de manifiesto en esa querencia por el melodrama que, a fín de cuentas, es una de las grandes cualidades de este cineasta clásico y limpio, que en esta ocasión puede parecer excesivamente superficial en sus costuras fílmicas, pero que entre plano y plano sabe transmitir no solo su clase, sino ante todo una visión existencial revestida de lucidez. Y al hacer mención de este rasgo, quizá no sea lo más pertinente subrayar ese carácter “brechtiano” de los diálogos y confesiones con el público de los componentes del grupo, ofreciendo miradas y puntualizaciones a todo aquello que contemplamos. Lo hará de igual manera ese extraño flashback que nos retrotraerá al inicio del malestar creado en el grupo, con las oscuras maniobras de Tommy DeVito (un magnífico Vincent Piazza). Serán elementos que poco a poco irán teniendo una presencia creciente, en una película en la que inicialmente se describirán unos tintes vitalistas –por más que la fotografía en color de Tom Stern, incida en una extraña textura, subrayando en una buscada sensación de irrealidad. Irrealidad que se marcará de igual manera en ese reencuentro final del grupo –tras una ausencia de más de dos décadas- que brindarán los emotivos instante finales de la función, en el que una conmovedora elipsis nos llevará hasta 1990. Alí podremos contemplar a los envejecidos componentes del grupo –una vez más, esos ostentosos maquillajes, que tanto se cuestionaron en J. EDGAR (2011), y que en esencia sirven para permitir otro enfoque, más abstracto, de la situación planteada-.

Esa especial modulación del conjunto, es la que permitirá a Eastwood hacer discurrir el drama, que se irá introduciendo de manera paulatina en sus costuras. Una vez más, el cineasta demuestra su maestría en el manejo renovado de los resortes del género. Lo hará idealizando ese contexto histórico en el que se desarrolla la película, con canciones representativa del momento o una dirección artística que quizá dulcifique el marco de las función -no olvidemos esa pequeña presencia del joven Eastwood en la pantalla, con la serie Rawride que le brindó la fama televisiva-, pero que sirve como contrapunto a la presencia de esta historia de una amistad compartida y deteriorada con el paso del tiempo. Es esa, en realidad, la auténtica intención de un cineasta, que puede brindar un fragmento tan conmovedor como el que plasma la inesperada muerte de la hija de Frankie –una vez más, la elipsis nos introducirá en la tragedia-, punteada por los atinados planos del funeral, envueltos en la bellísima melodía My Eyes Adored You, en la que se intercala de manera nihilista la oración del pastor que oficia el funeral, declamando “Oh, Dios, siempre nuestro Dios”. Será el preludio a un instante escalofriante, quintaesencia del estilo aplicado por Eastwood en la película, al hacer mirar a Walli a la pantalla, solo en el cementerio intentando asimilar la pérdida irrefrenable.

Así pues, haciendo modular la película entre el entusiasmo de la juventud, hasta insertarnos en el momento de la decrepitud, el reconocimiento y la resignación. Es el momento de mirar hacia atrás, lo que propone finalmente un Clint Eastwood en plena forma, conocedor a la perfección en su capacidad de lograr un crescendo dramático en sus películas –la importancia de la fuerza de un final para que la película adquiera un alcance perdurable-. En esta ocasión, el objetivo se cumplirá con creces con unos minutos finales revestidos de melancolía, en los que se recoge el triunfo rotundo de Walli, tras asimilar la tragedia de la muerte de su hija, con el estreno de esa composición que le brindara su eterno compañero Bob, con el inmortal tema Can’t Take My Eyes Off You –que el propio intérprete del personaje, John Lloyd Young, entona con fiereza, en una secuencia que lega a erizar por la garra con la que es expuesto en la pantalla.

Y junto a este cúmulo de cualidades, JERSEY BOYS destaca por su manera en mostrar la lealtad y la amistad –para ello, siempre estará latente la presencia del personaje que encarna magistralmente Christopher Walken-, en el preciso trazado de personajes –ese representante de la mafia que tanta importancia tendrá en el devenir de la banda-, el aire vitalista que adquirirá la descripción del entorno en que se desarrollará la acción o, finalmente, el acierto demostrado a la hora de culminar su metraje. Será de nuevo apelando a ese sentido brechtiano que marcará el baile jubiloso y vitalista que reunirá a todos los personajes –magníficamente interpretados todos ellos- que han estado presentes en la función. Una vez más, Eastwood ha apostado por la aventura de la vida. Una vez más, el veterano maestro me ha ganado. Gracias Clint, por ofrecer otro pequeño capítulo del gran sueño americano.

Calificación: 3’5

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