THE PAINTED SMILE (1962, Lance Comfort)
De entrada, la posibilidad de contemplar THE PAINTED SMILE (1962) -traducida como ‘la sonrisa pintada’-, supone adentrarme en una de las producciones de cortísimo presupuesto, que rodó en los últimos años de su carrera el británico Lance Comfort que, lo he venido manifestando en cuantas ocasiones he tenido ocasión, considero se encuentra de uno de los grandes cineastas ocultos del cine británico. Es cierto que, con posterioridad a esta película, aún rodaría el que a mi juicio es una de las cimas de su obra, entre los títulos suyos que he podido visionar -me refiero a la admirable TOMORROW AT TEN (1963)-. Sin embargo, este periodo seminal se vio salpicado de propuestas muy por debajo a nivel de producción, de lo que había sido habitual hasta entonces en su trayectoria -en las que las producciones de elevado presupuesto solo se produjeron en sus primeros títulos, durante la década de los 40-, y que en líneas generales no se encuentran visibles en nuestros días. Por ello, mi interés -y también mi temor- era máximo a la hora de acceder a uno de estos exponentes, en la medida que pudiera atisbarse en sus imágenes una prolongación en el talento de su director, por encima de estos limitados condicionamientos de producción. El balance es, en este sentido, relativamente estimulante, por más que aquí y allá se detecten deficiencias que impiden encontrar en sus ajustadas imágenes una propuesta de especial relieve. Jo Lake (Liz Fraser) trabaja en un club, y mantiene junto a su amante -Mark (Peter Reynolds)- una componenda de chantajes que dirige desde la lejanía el oscuro Keinie (Kenneth Griffith). La pareja se dispone a captar a otra víctima en el club, aunque por parte de ambos se concrete el abandonar ese mundo con rapidez. Para ello, Jo utilizará a dos compañeras, acercándose a tres muchachos que celebran el premio de cien libras obtenido por uno de ellos -Tom (Tony Wickert)-. Cuando este se encuentra bebido, Jo lo llevará hasta su casa al objeto de hacerle entrar en ese inofensivo chantaje, sin saber que con anterioridad Keinie ha apuñalado a Mark. La trágica situación aterrorizará a la joven, quien buscará que el sobrepasado y borracho muchacho cargue con el cadáver y lo oculte en un lugar lejano. Atolondrado, Tom accederá a dicha petición, pero no podrá resistir la petición de verse perseguido por la policía, lo que le hará dejar el vehículo y huir y esconderse hasta pasar la noche. A la mañana siguiente, y viéndose ya acusado en la prensa del crimen, recurrirá a sus dos amigos -uno de ellos encarnado por un joven y ya avezado David Hemmings-, y también a su prometida -Mary (Nanette Newman)- a la que acudirá avergonzado por su irresponsabilidad de la velada anterior. Intentando hacer memoria de lo vivido la noche anterior entre su borrachera, Tom recordará algunos detalles que abrirán la puerta a sus amigos para localizar a Jo, quien se dispone a huir de las peligrosas circunstancias, mientras por un lado agentes de la policía siguen a los muchachos. También un par de esbirros de Keinie, quienes secuestrarán a Jo y a Tom para destinarlos a una muerte segura…
Hay dos maneras de enfrentarse ante una película tan modesta, desigual, pero, en algunos aspectos, hasta apasionante, como es THE PAINTED SMILE. La más prosaica es atender a su desarrollo argumental, aspecto en el que hay que reconocer que nos encontramos ante un relato -con guion de Pip y Jane Baker, a partir de una idea original de Brock Williams- en el que presumo que una voluntad deliberada de obviar una precisión de situaciones, no evita que nos encontremos ante una historia en la que demasiados elementos descriptivos se dan por sentados, provocando la confusión del espectador. Es algo que tiene especial presencia en sus primeros diez minutos, profundamente ásperos, donde no se acierta a definir la relación de esa pareja bajo la que se articula su modus operandi, o la presencia y el papel que ocupa el siniestro Keinie entre ellos. Ese desapego influye, y no poco, a la hora de impedirnos empatizar con una galería humana caracterizada por su nihilismo, y que se puede extender con facilidad a ese grupo de muchachos en los que se alternará la acción, hasta que Tom aparezca como víctima propiciatoria de una situación que, de manera inesperada, le supera.
A partir de las limitaciones que emana de este ámbito, y de situaciones que se plantean sin la debida credibilidad -el hecho de que el muchacho acoja en su coche el cadáver de Mark y acepte que Jo lo deje, literalmente, abandonado a su suerte-, lo cierto es que se puede acertar a descubrir esa otra película, que yace agazapa en las costuras de esta muy modesta producción. Y es que nos encontramos en 1962, cuando el Free Cinema y otras manifestaciones culturales ya habían explotado el deambular de una juventud inglesa desorientada, y el universo de esos beatnicks que, con prontitud, serían engullidos en las fauces del Swinging London. Y de todo ello creo que se nutre lo mejor de esta, con todo, más que apreciable THE PAINTED SMILE. Una propuesta extraordinariamente modesta, pero que en su entraña por un lado despliega la capacidad ya largamente reiterada de Lance Comfort para lidiar con los elementos bizarros que ambientan sus películas. Se trata de un rasgo que podremos comprobar con facilidad, al contemplar los magníficos instantes que concluirán con el asesinato de Mark por parte de Keine. La presentación de este con la cojera que provoca su pie deformado. Su ascenso por las escaleras en planos dominados por una extraña aura malsana… O el momento en que este se encuentra en la nocturnidad de la calle con Jo y Tom. Esa impronta oscura y sombría, tendrá otro episodio magnífico -y, al mismo tiempo, dominado por la irrealidad- desde el momento en que Tom se encuentre aterrorizado por el pánico al ser perseguido por la policía. Abandonará el coche de manera irresponsable en la entrada de una estación de metro, por donde huirá de manera angustiosa, internándose en un cementerio, y refugiándose durante la noche en un lugar extraño, que por la mañana descubriremos se trata del almacén de una fábrica. Serán unos instantes dominados por el paroxismo, que aparece incluso como metáfora de esa mirada existencial que, en última instancia, propone esta película, en torno al desvarío emocional de esa juventud británica, en apariencia envuelta en la comodidad. Ese será el grito que, en un momento dado, expresará Tom para justificar el desprecio que le brinda su novia, incapaz de comprender su renuencia a integrarse en un modo de vida burgués al que se encuentra casi empujado. Es por ello que surgirá una extraña secuencia final de persecución y huida, en la que Jo y Tom intenten escaparse de Keine y sus lacayos. Será una huida, una vez más, poco creíble, pero en ella se expresará un sentimiento fatalista, unido a una brillante utilización de aquellos agrestes exteriores boscosos, que culminarán con esa mirada desoladora del muchacho al ver expirar a aquella muchacha que, es cierto, la puso en un enorme aprieto, pero que, en su efímera aventura, quizá le abriera la puerta hacia otro mundo en donde el convencionalismo no tuviera lugar. Será la última digresión de un cineasta vigoroso, que incluso en un proyecto pobre y desmañado que avanza casi a girones, acierta a incorporar una mirada sombría en un aspecto tan determinado de la condición humana.
Calificación: 2’5
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