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CINEMA DE PERRA GORDA

LA GRANDE ILLUSION (1938, Jean Renoir) La gran ilusión

LA GRANDE ILLUSION (1938, Jean Renoir) La gran ilusión

Cuando Jean Renoir asume la realización de LA GRANDE ILLUSION (La gran ilusión, 1937) ya atesora bajo sus espaldas más de una quincena de largometrajes, que hunden sus raíces en las postrimerías del periodo silente. Es decir, que nos encontramos ante un cineasta ya suficientemente experimentado, ya que si bien había logrado exponentes interesantes -caso de BOUDU SAUVÉ DES EAUX (1932), LE CRIME DE MONSIEUR LANGE (1935)- puede decirse que asistimos a la primera de sus obras maestras y, sobre, todo el inicio del primer y efímero en el tiempo, gran periodo de su obra. Me atrevo incluso a afirmar que la propia gestación del mismo aparece como fruto de la atmósfera existente en Francia con el triunfo del Frente Popular. Y es que, pese a que su argumento -obra del propio Renoir junto a Charles Spaak- nos traslada al escenario de la I Guerra Mundial, la historia que nos relata, que traslada algunas experiencias personajes previas del propio cineasta como piloto, transmite al espectador el pálpito de la atmósfera que se vivía en el propio momento del rodaje en Francia, mientras la cercana amenaza de Hitler iba ensombreciendo el mapa europeo. Al mismo tiempo, unido a todos estos mimbres, se trata de una de las obras en las que mejor se expresa el humanismo que presidió la obra renoiriana, que en pocas veces como esta tuvo una más brillante plasmación cinematográfica.

Arrestados por el ejército alemán, se reúnen el aristocrático capitán De Boeldieu (Perre Fresnay), el proletario teniente Maréchal (Jean Gabin) y el acomodado judío Rosenthal (Marcel Dalio). Ya desde sus primeros instantes LA GRANDE ILLUSION marca una serie de premisas que se irán extendiendo en el conjunto del relato, como pocas veces podremos comprobar con tanta brillantez en la obra del cineasta francés. Por un lado, la abierta apuesta por la coralidad de su nutrida fauna humana. La elección de la elipsis -en ocasiones de manera deliberadamente abrupta- para hacer progresar su argumento, huyendo en buena medida por pasajes narrativos o incluso episodios que bien hubieran podido inclinarse por crescendos o una cierta épica -no se muestran las tentativas frustradas de huida-. De otra parte, en todo momento la película resaltará en su apuesta por lo cotidiano e incluso lo amable, sin que deje de estar presente el componente inquietante del trasfondo bélico. Y al mismo tiempo, y de manera muy destacada, en sus imágenes convivirá su admirable impronta humanística con una complejísima estructura narrativa que combinará un extraordinario trabajo con la profundidad de campo junto a un muy trabajado uso de la cámara. Un aspecto este capaz de redondear unos extraordinariamente complejos planos secuencia, que se exponen al espectador no solo como fruto de las necesidades dramáticas del relato, sino que surgen con absoluta naturalidad.

Esa cercanía entre la entraña narrativa de la película y la fuerza y sinceridad de sus personajes es la que, en última instancia, otorga la definitiva grandeza a un relato que habla de amistad, de lucha, de respeto y de caballerosidad, en un contexto bélico y fúnebre, pero al mismo tiempo un ámbito en el que dos mundos colisionan. El aristocrático que manifiestan De Boeldieu y el mando alemán representado por el capitán von Rauffenstein (Erich von Stroheim), y la creciente importancia de las crecientes clases obreras que ejemplifica Maréchal -de quien en ciertos momentos se hace ver su cierta incultura-. LA GRANDE ILLUSION se estructura en tres ámbitos, uno inicial que se describe en el campo de prisioneros donde se encuentran confinados por parte del mando alemán. El siguiente se describirá en la enorme fortaleza medieval que regenta de manera directa von Rauffenstein. Y un último bloque, más breve en duración, pero dotado de enorme temperatura emocional, que muestra la huida de Maréchal y Rosenthal, y el encuentro de ambos con Elsa (Dita Parlo), una joven viuda alemana, madre de una niña, que iniciará una insólita historia de amor con el primero.

A partir de esta división de marcos, y de las premisas dramáticas y narrativas antes descritas, el film de Renoir fluye con tanta complejidad interna como autenticidad expresiva, en el que tendrá una decisiva importancia la extraordinaria iluminación en b/n de Christian Matras. La cámara acierta a situarse en todo momento a la altura de sus criaturas, y la perfecta dirección de actores, unido a la entrega brindada por el conjunto de su cast, permite acercarnos a su nobleza y sus debilidades, hasta el punto que el espectador se implica en todo momento en lo que las imágenes nos muestran, permitiéndonos acercarnos a las tribulaciones, alegrías y sufrimientos de todos ellos. Y en ese conjunto lleno de vida y de sensibilidad, encontramos pasajes e instantes tan reveladores como extraordinarios. Como la inesperada presencia de esa corona de flores, que interrumpirá inesperadamente la cálida cena de bienvenida que von Rauffenstein ofrecerá sus prisioneros, en los primeros minutos del metraje. O la extraordinaria complejidad que describirá el plano secuencia que desvelará la voluntad colectiva de los presos a los recién llegados, mostrándoles la boca de ese túnel que parte de la celda, y que parece preludiar la muy posterior LE TROU (La evasión, 1960), ya que cabe recordar que Jacques Becker ejerció como ayudante de dirección en esta y otras obras de Renoir de la época. O el complejísimo travelling lateral que describirá el vitalismo que desprende la tramoya y los ensayos de la representación teatral. O lo sorprendente -y silencioso- que resultará para los reclusos ver a uno de sus compañeros vestido de mujer. O la rotunda frase que pronunciará Maréchal, a la hora de marcar el motivo que más miedo les provoca; “el sonido de sus pasos” -algo que tendrá su ratificación en los últimos minutos de la película, cuando escondido en la humilde vivienda de Elsa, se encuentren agazapados ante la llegada inminente de un destacamento alemán, apunto de descubrirles-.

Pero con ser magnífico lo contemplado hasta entonces, LA GRANDE ILLUSION se prolongará en episodios memorables. Uno de ellos, sin duda, es la emotividad -unido a una reiterada complejidad narrativa- con la que se describe el canto de ‘La marsellesa’ una vez se conoce una conquista por parte del ejército francés, interrumpiendo con ello una divertida función de vaudeville, en las que los presos actúan vestidos de mujer. La oposición entre el tono divertido y farsesco de la función con la inesperada arenga patriótica, unido a la extraordinaria compenetración del uso de una cámara en permanente movimiento y la entrega de los intérpretes, brindan un pasaje conmovedor. Consecuencia de esta inesperada actitud de rebelión, Maréchal será introducido en una celda de castigo. En su dura estancia se producirá otro momento extraordinario, cuando un anciano carcelero se apiade de él y le entregue una armónica para poder distraerse. Por ello, cuando una vez fuera de la celda, el vigilante escuche sus sones, expresará una extraña felicidad.

Uno de los aspectos más justamente destacados en el film de Renoir reside en esa sensación de fin de época que representa el momento vivido para De Boeldieu y von Rauffenstein, ambos representantes de una clase social a punto de extinguirse, aunque se encuentren en esos momentos ante bandos antagónicos. La película lo expresará en algunos de sus instantes, pero, sobre todo, lo albergará en tres magníficas secuencias descritas desde el momento en que los tres presos se encuentran instalados en la fortaleza que dirige el alemán. Se manifestará en un episodio confesional dentro de las dependencias del germano -mientras el alemán cuida la única maceta con flor, de un geranio, que existe en la fortaleza-, donde este confesará la impostura del rol que le ha tocado interpretar, confesando la sincera amistad que profesa al francés. Será algo que ejemplificará la extraordinaria secuencia en la que el segundo huirá por los tejados del castillo, buscando con ello facilitar la huida de sus dos compañeros. En ella, en última instancia el responsable alemán reclamará se entregue y, ante su negativa, le disparará. Ello dará pie a un pasaje excepcional, en penumbra, en las dependencias de von Rauffenstein, mientras allí agoniza De Boeldieu con extraña serenidad. El primero se disculpará por un tiro que iba destinado a sus piernas, mientras el francés asume la cercanía de su muerte incluso con sentido de la ironía. Este expirará y el alemán, desolado, se dirigirá con tanto pesar como recogimiento a la mata que cuidaba la única flor del recinto, que cortará como homenaje a su amigo.

Podríamos señalar esa como una de las grandes escenas de toda la obra de Renoir -y lo es- si no fuera porque aún le sucederá un bloque posterior, absolutamente portentoso. Este plasmará la huida de Maréchal y Rosenthal, en penosas condiciones. Incluso se escenificará un enfrentamiento entre ambos que llegará a plantear, por momentos, la ruptura en la amistad y la separación entre ambos, que pronto contemplaremos, no llegará a certificarse -la manera con la que Renoir lo muestra es magnífica-. Y en medio de una situación casi desesperada, acentuada por la dureza del clima, los dos fugados encontrarán de manera inesperada refugio en la modesta vivienda de Elsa. A partir de ese encuentro, puede decirse que LA GRANDE ILLUSION alcanza tal grado de emoción, de sensibilidad, de precisión y justeza dramática, que escapa a cualquier valoración crítica. El valor de las miradas, el lenguaje de los cuerpos, los pequeños tiempos muertos, la emoción que desprende la modesta y conmovedora evocación de la Navidad. La manera elíptica con la que se describe el contacto sexual entre Maréchal y Elsa. La utilización del escueto espacio escénico, o lo dolorosa que resulta la despedida de este con alguien a quien compartir la posibilidad de un futuro juntos cuando la guerra termine, consagra un capítulo dotado de una cadencia, una intensidad y un pudor emocional realmente insuperable. La película culminará de manera tan abrupta como abierta y esperanzadora. Da lo mismo. Llegados a ese punto, LA GRANDE ILLUSION ya ha dicho y trasmitido todo lo que deseaba, consagrándose como una de las cumbres del cine europeo en dicha década.

Calificación: 4’5

2 comentarios

SEVISAN -

No soy muy fan de Renoir, y "La gran ilusión" ,aunque me parece muy buena película, creo que presenta una visión demasiado amable de la guerra. En mi opinión, y no es por hacerme el original, la gran obra maestra de Renoir es "La carroza de oro", obra semiignoradada tal vez porque no trata temas "importantes".

Luis -

Obra maestra total y absoluta, cumbre del cine antibelico