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CINEMA DE PERRA GORDA

LE CAPORAL ÉPINGLÉ (1962, Jean Renoir) [El cabo atrapado]

LE CAPORAL ÉPINGLÉ (1962, Jean Renoir)  [El cabo atrapado]

Nos encontramos en el inicio de los 60, donde a mi modo de ver el arte cinematográfico se encontró ante una de sus cimas. Sería un cénit que se produciría en la confluencia de la emergencia de toda una generación de nuevos realizadores, en las principales cinematografías del mundo. Y, junto a ello, se produciría la casi ritual retirada de grandes cineastas, parte de los cuales proporcionaron obras testamentarias, que en buena medida han pasado a la historia del cine. Pues bien, uno de dichos exponentes lo manifestaría el francés Jean Renoir con LE CAPORAL ÉPINGLÉ (1962) coronando con ella una filmografía que, en líneas generales, no vivió en sus últimos exponentes demasiados timbres de gloria.

Estimada como una singular derivación de una de sus grandes obras -la lejana en el tiempo LA GRANDE ILLUSION (La gran ilusión, 1937)- en esta ocasión su argumento -en el que también participaría de manera anónima Charles Spaak- traslada el ámbito de la I Guerra Mundial a la II. En el extraordinario título antes señalado, la cercanía y el pálpito de una cercana contienda, nos trasladará a la propia atmósfera política que se vivía en la Francia del Frente Popular- Por el contrario, su contraposición se centró en una sociedad de inicios de los sesenta, anclada ya en un periodo de progreso, y a nivel cinematográfico imbuida por completo en el influjo de su Nouvelle Vague. A partir de ese entorno, la película se inicia con la equívoca severidad del tema musical de Joseph Kosma y la presencia de terribles imágenes documentales, que contrastará de manera rotunda con la plasmación de la cotidianeidad de la invasión nazi a Francia de 1940. En dicho contexto nos adentraremos en las vivencias de un acomodado cabo, encarnado brillantemente por Jean Pierre Cassel, quien junto al humilde Pop (Claude Brasseur) y el temeroso Ballochet (Claude Rich), se encuentran confinados como presos en un campo destinado en tierra alemana. Será en un ámbito donde el primero de ellos no dejará a lo largo de la película de prolongar sus tentativas para huir del mismo, siendo en todas las ocasiones vuelto a detener, sometido a castigos y reinsertado en dicho entorno.

Hay dos elementos que operan en contra de LE CAPORAL ÉPINGLÉ. El primero, la falta de intensidad que alberga buena parte de su metraje y unido a ello, la sensación de reiteración que se establece en la reiterada peripecia de huidas -que, por cierto, en LA GRANDE ILLUSION se omitían al espectador-. Ello da pie, unido a la atonalidad que brinda la iluminación en blanco y negro de Georges Leclerc, a una sensación de poco estimulante desdramatización que, en algunos instantes, deriva incluso en la búsqueda de cierto sentido del humor chusco y de escasa efectividad. No soy el primero en señalar que se puede detectar con facilidad un cierto grado de senilidad en la apuesta humanística de Renoir, en este caso ahogada por la sensación de reiteración y, sobre todo, carencia de spirit, que se ve reforzado por una puesta en escena apagada y en buena medida complaciente. Es por ello que se va teniendo en buena medida una cierta percepción de película apagada y sin fuerza. Como aquello que en sus mejores momentos dotó de personalidad al cine de Renoir -siempre más irregular de lo que se le suele reconocer- apenas aparece en una base argumental que parte de la novela de Jacques Perret y que, en más momentos de lo deseable, da la impresión de que estar filmado por cualquier realizador de segunda fila. Es más, a la hora de definir a la fauna humana que encarna a los oficiales nazis, todo queda envuelto en un contexto de escasa definición.

Por fortuna, no todo se encuentra a la misma limitada altura. Hay pequeños pasajes y episodios, ya que la película en última instancia se dirime en una sucesión de secuencias dominados por una similar argumentación, que consiguen insuflar vida propia al conjunto. Me refiero, por ejemplo, al que describe el intento de huida del cabo y Pop en un tren, donde se encontrarán con otro huido que se encuentra camuflado como travestido, dando como fruto un episodio en tono de comedia que virará en un aura determinista, una vez el protagonista se introduzca en la cantina e intente huir, planteándose en dicho deseo una sensación de déjà vu ante la joven camarera. Esa presencia de instantes dominados por cierta garra dramática, se verá complementado ante la dura escena confesional de Bachollet, en la que este revela al joven cabo la cobardía que asumió en el primer intento de huida -simulando perder sus gafas- algo que este conocía desde aquel mismo momento. El brillante pasaje intimista tendrá su prolongación ante una deliberada catarsis por el hasta entonces temeroso joven, quien no dudará en exteriorizar una cierta revelación, hasta el punto de decidir fugarse de manera directa entre la noche, sabiendo el cabo que eso supondrá su acribillamiento por parte de la guardia nazi, como así sucederá, en unos instantes dominados por la tensión y una sensación inevitable de tragedia, que se sitúan sin duda entre los más valiosos de su conjunto.

La película también alcanzará una cierta intensidad emocional con la relación que el protagonista mantendrá con una joven enfermera alemana que se encuentra en la ciudad. Se trata de Erika (Conny Froboess), hija de una veterana odontóloga a la que acuden vigilados varios presos con problemas mentales, que, en sus escasos contactos con el cabo, insuflará a este de cierta autoestima y sentimiento de esperanza. La última intentona de fuga del protagonista, se iniciará con una secuencia heredera del nonsense, que por momentos parece sacada del universo de Jacques Tatí, y que, de manera descuidadamente repentina, le trasladará junto a sus dos compañeros al propio despacho de odontología, donde Erika les proporcionará ropa adecuada. Ello dará pie a unos minutos atractivos, donde uno de los huidos será pronto capturado por agentes y los dos restantes se camuflarán en una comitiva funeral y luego en un viaje en tren, donde transportarán la corona que por error se les ha entregado. Serán unos minutos tensos y claustrofóbicos, que de manera inesperada culminarán con un inesperado bombardeo cuando ambos habían sido identificados, en una secuencia de inesperada conclusión, cuando un pasajero borracho proporcione un giro surrealista a la misma. Nos encontraremos en una parte final donde el interés de LE CAPORAL ÈPINGLÉ se eleva de manera definitiva, hasta unos pasajes finales, donde el cabo y Pop se internan por la campiña hasta atisbar la frontera francesa, lograr el apoyo de un matrimonio campesino y, en su última secuencia, sin duda la más hermosa de su conjunto, una vez ambos se encuentren en pleno París, en donde se transmitirá el intenso rasgo de amistad presente entre ambos. Son todos ellos, bloques que permiten definir este último largometraje de Jean Renoir, como un conjunto apreciable, dentro de un conjunto donde aparecen en más ocasiones de las deseables, la sensación de un cineasta carente de ideas.

Calificación: 2’5

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