TEMPTATION HARBOUR (1947, Lance Comfort) Brumas de tentación
Se suele considerar TEMPTATION HARBOUR (Brumas de tentación, 1947) la cima de la filmografía del británico Lance Comfort. Alguien del que poco a poco algunos comentaristas estamos intentando desentrañar de las telarañas del olvido. Es algo que la magnitud de su propia obra nos viene ratificando descubrimiento tras descubrimiento. Lo malo es que quedan muchos exponentes aún pendientes de visionado, lo que por un lado emerge como un objetivo, pero al mismo tiempo no deja de ser frustrante, sobre todo para aquellos que nos encontramos fuera del grado de difusión que dicha producción alcanza en tierras inglesas -todavía no completa-. Hasta el momento he podido visionar una decena de los cerca de cuarenta títulos que el cineasta británico rodó a lo largo de unas dos décadas, y he de confesar que el balance de ellos es más que satisfactorio, ubicándose varios de ellos entre los más valioso generado por el cine inglés de su tiempo. De entre los que he podido contemplar, pondría la inmediatamente posterior DAUGHTER OF DARKNESS (1948) -quizá mi Comfort preferido de cuantos he visto hasta el momento- por encima de esta, con todo, excelente película, ubicada además en el periodo de mayor esplendor profesional e industrial del cineasta, e inmersa dentro de una especie de edad de oro del cine inglés.
Nos encontramos en un periodo de especial febrilidad en el cine mundial, en los primeros años tras la finalización de la II Guerra Mundial. En medio de una sociedad occidental aún convulsa, las diferentes vertientes del noir manifestaban no pocos de sus mejores exponentes, escondiendo tras sus ficciones de género el retrato de una sociedad traumatizada. Daba lo mismo que desde USA surgiera la excepcional OUT OF THE PAST (Retorno al pasado, 1947. Jacques Tourneur), en Francia la magnífica PANIQUE (1946, Julien Duvivier) o en la misma Inglaterra un exponente tan doloroso como ODD MAN OUT (Larga es la noche, 1947. Carol Reed). A estos y otros exponentes queda ligado el espléndido título de Comfort, al igual que el de Duvivier, tomando como base una novela del francés George Simenon. En concreto, lo hace de ‘El hombre de Londres’, llevada a la pantalla pocos años antes -1943- por Henri Decoin y, muchos años después, en 2007 de la mano de Béla Tarr, que en esta ocasión traslada un escenario francés por otro británico.
Desde el primer momento, preludiado por el bellísimo tema musical de Mischa Spoliansky -su tema de conclusión, será asimismo fundamental para envolver los conmovedores instantes finales del relato-, muy pronto -incluso en dichos créditos- percibiremos uno de los mayores aliados de la película; una vigorosa ambientación de época, alentada por la portentosa iluminación en blanco y negro de Otto Heller. Lo ratifica en un relato abundante en secuencias nocturnas y de interiores, donde el espectador siente la humedad -física y moral- de una sociedad herida, alienada y embrutecida. Nos encontramos en la localidad de Dover, en la costa inglesa del Canal de la Mancha. Para ello, nada mejor que iniciar su argumento con esos deslumbrantes y precisos planos de grúa que muestran a la masa olvidando sus penas y divirtiéndose en una feria. Será el preludio para la presentación del hogar protagonista. La joven Betty Madison (Margaret Barton), que deja la feria y se dirige a la modesta vivienda en la que vive junto a su padre -Bert Mallison (un portentoso Robert Newton)-. Este es un guardavía que trabaja junto al puerto, viudo de algunos años atrás, que solo cuenta con la compañía de su hija, quien lo atiende con verdadera veneración. En el modo de vida de padre e hija percibimos por un lado la enorme modestia de su economía -la joven trabaja en una carnicería, e incluso con los ingresos de ambos mantienen estrecheces-. Por otro, la rectitud, lindante en ocasiones con la intransigencia y con otro con la comprensión e incluso la vulnerabilidad de su personalidad. En una noche en la que cumple con su trabajo, logrará contemplar una pelea nocturna entre dos hombres, en la que uno de ellos es asesinado y tirado al puerto con un maletín. Huido el agresor, Bert se tirará al agua con la intención de socorrer al empujado, sin éxito, pero sí recuperará el maletín que este portaba, que contiene un botín de cinco mil libras.
Todo ello será el inicio de un argumento que se dispara a varias vertientes, quizá no excesivamente novedoso, pero indudablemente revestido de una enorme densidad dramática, que se dirimirá a través de tres subtramas incardinadas entre sí. La principal serán las dudas mantenidas por el hasta entonces íntegro protagonista, dispuesto a entregar a la policía la maleta encontrada en las aguas del puerto. De otra la intención de Jim Brown (William Hartnell), el otro protagonista de la pelea nocturna contemplada, empeñado en recuperar esa maleta -fruto del robo de una señal de compra- que, intuimos, le resulta necesaria para una compleja relación familiar. Finalmente, se incorporará a estas el encuentro del protagonista con la joven Camelia (Simone Simon), colaboradora en una sórdida atracción de feria, en la que Mallison verá una efímera posibilidad de futuro sentimental, mientras ella intuirá en el rudo operario una oportunidad de emerger de su poco estimulante existencia, e incluso plantearse un retorno familiar a su Francia originaria.
A partir de estas premisas, lo verdaderamente espléndido de TEMPTATION HARBOUR reside en la capacidad de plasmar personajes densos, dominados por sus contradicciones y, con ello, empatizar con el espectador a la hora de compartir sus respectivas vulnerabilidades. Es algo que percibiremos desde el primer momento en la oposición interna y constante que expresará el protagonista -recurriendo incluso en contadas ocasiones con la voz en off-, dudando en todo momento entre optar por devolver ese dinero o, por el contrario, utilizarlo para revertir una vida llena de carencias y penalidades. A bastante menor escala, el rol encarnado por Simone Simon también nos permite una serie de disgresiones y elementos de humanización, en torno a su nada oculta sensación de ligarse al protagonista, para intentar encontrar en torno a su inesperada riqueza un asidero de futuro. Sin embargo, la gran sorpresa en este sentido se encuentra en el personaje de Brown, el agresor que contemplamos en los primeros minutos, y del que a lo largo del relato se produce una constante alteración de luces y sombras, planteándolo de manera aleatoria como un hombre amenazador o, en su defecto, alguien vulnerable que esconde una tragedia familiar notable -la secuencia en la que habla por teléfono y posteriormente se encuentra con su esposa-. Esa dualidad de alguien capaz de todo por recuperar ese botín -intuimos que parte de él para pagar gastos en torno a una enfermedad de su hijo-, pero al mismo tiempo aparecer inesperadamente incluso como víctima -el angustioso bloque en el que apenas puede sobrevivir encerrado en una cabaña junto al mar- envuelve y enriquece un personaje de inesperados matices, al tiempo que con su deambular se articulan no pocas de las mejores secuencias de una película pródiga en ellas.
Y es que, a fin de cuentas, TEMPTATION HARBOUR deviene en una propuesta tan áspera, con tanto doloroso aroma de posguerra, tan inquietante en sus instantes tan duros, como conmovedora en algunos de sus pasajes más intensos. Lance Comfort acierta al imbricarse en una atmósfera en ocasiones irrespirable, dentro de un aura de lacerante poesía dramática, aunándose en todo momento con la ayuda de la ya citada, espesa y densa iluminación de Otto Heller. Todo ello le brindará una mirada oscura y escasamente esperanzada, en la que apenas hay lugar para seres positivos -apenas podemos destacar como tales a Bert y su hija Betty-. A su alrededor y en un contexto de dura posguerra -cuyas consecuencias no se perciben visualmente, pero se encuentran presentes en el over narrativo-, el cineasta británico articula esa danza en torno a un personaje condenado al fracaso. Alguien que suponemos durante toda su vida ha estado marcado por la rectitud -de manera primitiva- en su comportamiento, pero que dudará, de manera humana, aunque una inesperada circunstancia que le permitiría emerger de su entorno casi marginal. En su alrededor veremos una serie de seres mezquinos -los tenderos que han empleado a su hija, los dueños de la lúgubre atracción de ferie en la que se encuentra Camelia, incluso el puntilloso inspector Dupre (Marcel Dalío), tan solo buscando recuperar el anhelado botín-. TEMPTATION HARBOUR deviene en una dolorosa balada, en una mirada colectiva dentro de una sociedad herida. Antes lo señalaba, en torno al personaje de Brown se dirimen no pocas de las secuencias más inquietantes del conjunto, como aquella que describirá la visita nocturna al hogar de los Madison, o todo lo acontecido en esa angosta cabaña costera, donde este queda encerrado, y su pelea final con el protagonista, encierran en ambos casos ecos de la poética del terror instaurada por Val Lewton en la RKO, siempre con el uso de fuertes claroscuros fotográficos.
Y una película que fue dada por perdida durante décadas, hasta que en 2013 se encontró una copia en los archivos del British Film Institute, lo cierto es que sus minutos finales resultan tan inusuales en su plasmación, como cercanos a nuestra empatía con el protagonista. Bert, que ha matado de manera accidental a Brown cuando en realidad solo pretendía socorrerlo en su inanición, comprenderá que no hay salida para él en este mundo. Todo ello, pese a las recriminaciones que le brindará Camelia -quien en un momento dado le transmitirá una auténtica compasión- y al hecho de abandonar al único ser que en verdad ama; su hija. Todo ello se describirá en unos pasajes de casi dolorosa musicalidad. Toda una ceremonia de la autoinmolación, envuelta de nuevo por el excelente fondo musical de Mischa Spoliansky y, sobre todo, la entrega de un Robert Newton, cuyo rostro en primer plano acierta a expresar con tanta intensidad como resignación, que ya no tiene sentido su existencia.
Calificación: 4
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