THIS LAND IS MINE (1943, Jean Renoir) [Esta tierra es mía]
Siempre que se realiza un repaso a la trayectoria del director francés Jean Renoir, generalmente se mira con cierto recelo su no demasiado amplia trayectoria en Hollywood. Una parte de su obra que se inicia en 1941 con SWAMP WATER (1941) –AGUAS PANTANOSAS- y se cierra seis años después con la extraña y accidentada THE WOMAN ON THE BEACH (1947). En su conjunto fueron seis largometrajes bastante interesantes –en cierta medida más que bastantes de sus prestigiadas películas francesas-, quizá con la sola excepción de la apergaminada THE DIARY OF A CHAMBERMAID (1946) –MEMORIAS DE UNA DONCELLA-, quizá por ser la más apegada a sus rasgos franceses. Sin ser personalmente un gran admirador del cine de Renoir –no digo que no me interese, pero sí que no veo en él a ese “indiscutible” maestro francés-, quizá por ello valore con mayor homogeneidad e interés este no muy amplio periodo norteamericano, y quizá piense que de haber seguido en su marco el cómputo de su obra hubiera desarrollado un periodo más valioso que el que realmente acometió con posterioridad –excepción hecha de la extraordinaria EL RÍO (The River, 1951), que sigo considerando su obra cumbre-.
En cualquier caso, poder revisitar THIS LAND IS MINE (1943) permite, más allá de ratificar esa reflexión, admirar y subrayar al mismo tiempo que una de esas escasas obras estadounidenses se erijan por derecho propio en uno de sus títulos más sentidos, emocionantes, sobrios y precisos. Una obra que mantiene incólumes sus perfiles, sus elementos de denuncia, su apuesta por todo aquello que supone la defensa de la verdad y la libertad, y que estando marcada en sus perfiles por una corriente progresista en entonces en plena vigencia en la industria de Hollywood forjando una cultura combativa con la progresiva invasión del nazismo, permanece con total vigencia en su mensaje. Un contenido envuelto en una factura cinematográfica absolutamente concisa, sobria y quizá por ello permanente en la vigencia de sus formas y en el impacto que sigue suscitando en un espectador dotado de la más mínima sensibilidad.
Nos encontramos en una indeterminada localidad francesa. La cámara se detiene en la inscripción que rotula un monumento al soldado desconocido de la I Guerra Mundial ubicado en su plaza central. La cámara desciende levemente y muestra en el suelo una página de periódico que anuncia la invasión hitleriana. De repente, en una rápida sucesión de planos siempre alrededor del citado monumento, nos damos alcance de la magnitud de esta ocupación por medio de tropas, tanques y todo el efecto intimidatorio propio de los nazis. Con el pueblo sojuzgado la cámara de Renoir se detiene en su escuela. Esta la dirige el profesor Sorel (Philip Merivale), hombre profundamente idealista que se muestra contrariado a las claras muestras de falta de libertad impuestas por los invasores. Imparten las clases Louise (Maureen O’Hara) y Albert Lory (Charles Laughton). Louise es una joven comprometida en su oposición a los invasores y el segundo un ya maduro y apocado maestro dominado por una posesiva madre, y caracterizado por su aparente cobardía. A Lory no lo respetan ni sus alumnos y escuda sus enormes miedos en la aparente protección a su progenitora. Sin poderlo exteriorizar, Albert está secretamente enamorado de Louise, cuyo hermano -Paul Martin (Ken Smith)- es un activo resistente al nazismo, participando en maniobras de sabotaje. Por otra parte está prometida al ferroviario George Lambert (George Sanders), un aplicado ciudadano que se muestra receptivo ante la ocupación alemana, aspecto que le harán alejarse paulatinamente de la maestra.
En la localidad se van sucediendo los sabotajes y la difusión de panfletos de propaganda demostrando que la resistencia está viva. Estos hechos motivarán las medidas de represión del mayor Von Keller (Walter Slezak), que comporta la detención y posterior fusilamiento de diez rehenes por cada soldado alemán muerto. La situación se va recrudeciendo con los sucesivos sabotajes –ejecutados por Paul-, hasta que uno de dichos rehenes es Lory. Aterrizada por ello su madre revela a Lambert su conocimiento de que Martin era el responsable de los sabotajes –lo ha descubierto al encontrárselo casualmente tras los dos atentados-. El soplo conllevará que el joven vaya a ser detenido, aunque Lambert en un intento de tranquilizar su conciencia lo avisará instantes antes de ser capturado, lo que posibilitará un intento de huída hasta que finalmente sea abatido por los alemanes.
Tras ser liberado y con el estupor que le produce conocer que Martin ha muerto, Lery acude a ver a Lambert con la intención de matarlo. Sin embargo este se adelantará en sus intenciones y en un arrebato de lucidez se suicidará. El hasta entonces apocado maestro lo encontrará muerto y la presencia fortuita de testigos le hará accidentalmente ser culpado del crimen. En el proceso de este presunto asesinato, Lery renunciará a la posibilidad de tener abogados, solicitando defenderse él mismo. En su alegato desviará sus intenciones de defensa iniciales en una disertación que hablará sobre la necesaria libertad que debe existir, denunciando la dejación de la ciudadanía que supone ser colaboracionistas con los alemanes. Como quiera que este discurso resulta peligroso para la población presente en el proceso, el profesor será tentado por Von Séller, quien ha advertido de su notable inteligencia. A Lery le tienta la proposición pero su lado combativo aflora cuando al amanecer contempla como son asesinados rehenes resistentes, entre los cuales se encontraba el profesor Sorel.
En la última sesión de la vista el fiscal expone unas pruebas falsificadas que atestiguaran el posible suicidio de Lambert, pero el maestro desmonta públicamente las mismas e incide con un nuevo alegato, mucho más contundente que el anterior, apelando a ese lado valiente que hay en todo ciudadano, para que aflorara en estos tiempos difíciles. Sus palabras conmueven a los asistentes, especialmente a Louise, que aprecia conmovida y con lágrimas en los ojos la declaración de amor del maestro. Ante la contundencia de sus palabras el jurado lo declara inocente. De todos modos, Albert Lery sabe que sus horas están contadas, y aprovecha las mismas para acudir a su clase, en donde es recibido respetuosamente por sus alumnos. Para ellos recita, en un intento de que calen en sus mentes, la declaración de derechos del individuo. Las tropas alemanas le esperan, Lery se retira satisfecho encaminándose con dignidad a su muerte.
No se puede ocultar que THIS LAND IS MINE –que jamás se ha estrenado comercialmente en España, aunque ha sido repetidamente emitida por televisión y editada en DVD con el título ESTA TIERRA ES MÍA- pertenece al admirable catálogo de títulos de carácter antinazi que poblaron la producción USA en aquella primera mitad de la década de los cuarenta, y que tendrían su expresión más prolongada y rotunda en los diversos exponentes firmados por Fritz Lang. Sin embargo, y por encima de esta condición, la película de Renoir se erige en un discurso sobre la importancia de la dignidad. Apelando a su condición de innegable humanista Renoir incide en la dualidad de las personas, en la necesaria ruptura que debe suponer catalogar a una persona con un rasgo de carácter, hablar del cobarde y del valiente que todos tenemos dentro y, de forma paralela, incidir en la importancia que tiene la educación para cultivar a las jóvenes generaciones a la hora de inculcarles los valores de la libertad y el respeto mutuo.
Pero con ser importante este mensaje, lo realmente conmovedor de THIS LAND IS MINE reside en las formas fílmicas utilizadas por el francés. Unas formas en las que resultan muy importantes la presencia de un excelente diseño de producción –obra del posterior especialista de films de monstruos prehistóricos Eugene Lourie-. La película destaca por la reconstrucción en estudio de toda una población, que ofrece una relativa estilización en sus viviendas, tejados y lugares diseñados. En cualquier caso Renoir conmueve al mostrar secuencias y momentos cotidianos, en los que la huella de la guerra es reveladora para sus habitantes. Me refiero por ejemplo a la secuencia que marca un bombardeo inglés, en el que todos los niños cantan para intentar dejar de lado el sonido de las bombas, mientras que los escolares observan el horrorizado semblante de Lery.
THIS LAND IS MINE destaca asimismo en la presencia de unos personajes que son tratados de forma humana –incluso los correspondientes al ejército alemán-. Todos tienen sus razones y debilidades, todos de alguna manera combinan su lado débil contra el fuerte, para intentar convivir con los ocupantes. Pero es hasta en el mayor alemán en donde ese sentido de la debilidad lo hace humano y revela las tácticas seguidas en zonas alemanas para lograr que su mensaje llegue a todos. Este es consciente del importante papel que debe ejercer la educación de los pequeños, aunque lógicamente en sentido contrario al de los amantes de la libertad, puesto que adoctrinando a los jóvenes se perpetuaría la continuidad del Reich.
En cualquier caso nos encontramos con una narración suave, intimista, en la que incluso la presencia de ese gato de Louise que visita a Lery se erige en portador de ese sentimiento amoroso no compartido, en el que la población se alimenta por la existencia del mercado negro, y en donde se pueden sentir los distintos eslabones de colaboracionismo que pueden cohabitar en una pequeña población. Y es en esa prolongada y forzada convivencia en la que de alguna manera se encubre la existencia de una resistencia, en la que las clases medias se muestran más neutros ante la ocupación nazi y en donde, finalmente, se viene a afirmar que cuando tocan nuestros sentimientos o afectan a los más nuestros, ciertamente es cuando el afán de recuperar tu dignidad se hace más manifiesto.
Es por ello que THIS LAND IS MINE muestra la soterrada capacidad de organización de la resistencia, en la que junto a sus ejecutores activos deben estar unidos a ideólogos que hagan asequible y atractivo el mensaje dentro de los ocupados. Al mismo tiempo, la sencillez y clasicismo de esta película me hace ver que goza de una influencia fordiana que se manifiesta no solo en la presencia de Dudley Nichols como guionista y el protagonismo de Maureen O’Hara, sino en el goce de un tono, una serenidad y una sobriedad bastante similar a la puesta en practica por el maestro norteamericano en aquellos años.
La película tendrá unos minutos finales absolutamente magistrales, en las que Albert Lery asumirá el lado fuerte de su personalidad para ofrecer a los asistentes al proceso una disertación en la que de alguna manera justificaba las formas de colaboracionismo de los ciudadanos, sin hacerles olvidar que todas ellas están previstas por los alemanes, que en el fondo desean tener el mando y el dominio de la totalidad de los habitantes. La incidencia en esas circunstancias, que concreta en los principales vecinos –empezando por el alcalde-, despertará en todos ellos sus conciencias y definitivamente las iras de los alemanes. Al final el inicialmente miedoso maestro será, sin él pretenderlo, el mártir que buscaba una población para poder sentirse fuerte en horas de flaqueza y dominación. Y para ello cabe situar la labor de Charles Laughton entre las más memorables de toda su carrera. Oscilando en la modulación de su actuación entre unos inicios temerosos, hasta ir evolucionando hasta su crecimiento personal en la parte final del film –es sintomático como poco a poco aprende a fumar-, Laughton compone un trabajo inolvidable –del que estoy seguro el propio actor era bien consciente-. Pero es que no se anda detrás de él una maravillosa Maureen O’Hara que da muestras casi de ser ella misma su personaje de la valiente maestra. Incluso la habitualmente histriónica Una O’Connor resulta finalmente conmovedora, y el generalmente marmóreo Ken Smith logra una especial convicción al encarnar a Paul. Hasta en su encarnación del mayor nazi, el experto en esta materia Walter Slezak muestra una inusual sensibilidad creando un personaje culto y refinado.
A pesar de que en el momento de su estreno recogió críticas mas bien tibias y la película pasó bastante desapercibida, el paso de los años ha permitido a THIS LAND IS MINE aflorar el verdadero mensaje y la sabiduría cinematográfica con la que está insertado. Y es además en unos tiempos como los actuales, en los que el mantenimiento de la dignidad en la persona y la pérdida de las libertades sigue vigente por diferentes frentes, es por lo que la contemplación de esta obra maestra de Jean Renoir pudiera servir como punto de partida para que el ser humano fuera, por encima de todo, honesto consigo mismo y con aquellos que le acompañan en el camino de la vida.
Calificación: 4’5
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