BIGGER THAN LIFE (1957, Nicholas Ray) [Más poderoso que la vida]
Conforme el melodrama cinematográfico iba consolidándose en el gusto estadounidense de la década de los cincuenta, este iba asomando en buena parte de su producción en lo que podríamos denominar la expresión visual del american way of life. Ya se sabe, casas unifamiliares, esposas abnegadas con peinados rutilantes, un concepto acusado de la familia y un aparente respeto a las normas sociales. Esto no es bueno ni malo en sí mismo, puesto que dentro de ese entorno estético y social se desarrollaron desde obras maestras hasta títulos deleznables. Todos recordamos la obra de un Douglas Sirk transgrediendo por medio de su intensa puesta en escena, cómodos y aparentemente confortables guiones sacados de la fotonovela pura y dura.
Pero yendo un poco más lejos –y creo que este ha sido un terreno muy poco explorado por comentaristas cinematográficos- hubo una subterránea y no muy poblada corriente en aquella época que dirigiendo sus pasos hacia otros géneros, lograron ser especialmente críticos en la falsedad de aquel aparentemente sólido modo de vida. De otro modo, no se ha analizado las coordenadas genéricas en las que se desarrollan buena parte de auténticos clásicos del cine fantástico como son la excepcional EL INCREÍBLE HOMBRE MENGUANTE (The Incredible Shrinking Man, 1957. Jack Arnold) o la excelente LA MOSCA (The Fly, 1958. Kurt Newman).
Quizá sea un poco arriesgado hacer una afirmación en este sentido, pero creo que al contemplar BIGGER THAN LIFE (1957, Nicholas Ray) –jamás estrenada comercialmente en España, y solo conocida por no muy numerosos pases televisivos y una reciente y recomendable edición en DVD como MÁS PODEROSO QUE LA VIDA-, cabría integrarla en este reducidísima galería de títulos. Creo que más allá de las señas de identidad que la emparentan con otros títulos de la obra de Ray, nos encontramos ante un singularísimo melodrama en el que la propia y problemática configuración del proyecto se hace notar –para bien y para mal- en su expresión cinematográfica. Al margen de ser unos de los primeros títulos que en el cine norteamericano trató el tema de la dependencia con las drogas –la corriente la abrió Otto Preminger con EL HOMBRE DEL BRAZO DE ORO (The Man with the Golden Arm, 1955), lo cierto es que BIGGER THAN LIFE resulta una película extraña y desigual que finalmente atesora el suficiente interés y singularidad como para ser tenida en cuenta en un lugar especial dentro de la cinematografía USA de aquel periodo.
Ed Avery (James Mason) es un profesor de instituto, esposo y padre de un hijo, que para sobrellevar el nivel de vida de su casa tiene que trabajar, sin que su mujer lo sepa, en una mensajería de taxis. De pronto, unos fuertes dolores le llevan a un reiterado desmayo y tiene que ingresar en un hospital. Allí le detectan una enfermedad compleja y de sombríos perfiles para cuya posible cura accede a probar una nueva droga que están poniendo a prueba como tratamiento: la cortisona. En apenas una semana Avery mejora sustancialmente y abandona el hospital, retornando a su hogar. Su carácter va variando, se va haciendo más extrovertido e incluso algo alocado. Poco a poco lo que es su medicamento de salvación se va convirtiendo en una adicción, para la que recurre a todo tipo de estratagemas en el modo de lograr más pastillas –la más sorprendente es hacerse pasar por médico en una farmacia-. Esta alteración mental –que algunos doctores le habían presagiado que podría producirse como efecto secundario-, va albergando en él una tendencia a la locura que tendrá en los momentos más tensos tintes de tragedia al pretender matar a su hijo retomando el pasaje del Antiguo Testamento en el sacrificio de Abraham. La película finalizara con una llamada de esperanza en el indicio de la recuperación del atormentado profesor.
Pese a las múltiples lecturas que se han hecho de este interesante film –que produjo personalmente James Mason y del que nunca quedó satisfecho, no reincidiendo jamás en estas tareas-, habría que resaltar esa curiosa traslación del personaje del mito del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, que fundamentalmente se manifiesta en un sentido opuesto de la educación –expresado de forma rotunda ante la incómoda presencia de unos progresivamente molestos padres de los alumnos en una convencional reunión-, y que progresivamente va extendiéndose en si deseo de dotar a su hijo de una estricta formación.
BIGGER THAN LIFE tiene una serie de elementos claramente destacables. Desde su sólido equipo de intérpretes, en el que destaca Mason dotando a su atribulado protagonista de su inconfundible estilo marcado por la sobriedad y con una estupenda dicción, pasando por su dirección artística y cobrando uno de sus elementos protagonistas en la fotografía e iluminación –excelente aportación de Joe McDonald-, que adquiere una enorme importancia en el discurrir de la película –especialmente en las secuencias de la parte final en la que la utilización de las sombras acompaña el recrudecimiento de la tragedia del protagonista y la incidencia entre sus familiares-. Esa estilización del look habitual de la Fox en aquellos años se convierte de la mano de Nicholas Ray en una estimulante base para que demuestre su experta utilización dramática del formato panorámico –a retener ese plano del hijo temblando en medio del campo esperando la reprimenda del padre al haber fallado de forma reiterara la jugada de béisbol-, el provecho escénico del color –la presencia de tonos rojizos-, el eco de otros títulos suyos precedentes –la vivienda del Jim Stark de REBELDE SIN CAUSA (Rebel Without a Cause, 1955) podría ser perfectamente vecina de la de los Avery-.
En el cúmulo de estos elementos remarcables y aún reconociendo que voy en contra de determinados comentaristas, creo que el elemento más endeble de BIGGER THAN LIFE estriba en su soporte dramático. Pese a la participación en el mismo de nombres tan significativos como Cifford Oddets o Gavin Lambert –o quizá a causa de ello-, estimo que el conjunto de la película se resiente de un material con pocas posibilidades dramáticas –está extraído de un artículo periodístico-, que si bien en su momento pudo tener un componente de sorpresa, el paso del tiempo hace mostrar su relativa endeblez. Ello se hace especialmente manifiesto en las últimas secuencias de la película, en las que un enajenado Avery nubla su mente con alucinógenas visiones rojizas, pareciendo una especia de antecedente de los posteriores psico-thrillers. Si a ello unimos una conclusión a mi juicio poco convincente, creo que de alguna manera estos elementos subrayan la irregularidad de esta, con todo, muy interesante película, que destaca ante todo por su insólita –quizá por ello cosechó un injusto fracaso en el momento de su estreno-, y que pese a no ser una de las obras mayores del gran Nicholas Ray si merece un reconocimiento, siquiera sea por la propia personalidad que demuestra en el contexto del cine de su época.
Calificación: 3
1 comentario
angelous -