Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

BITTER VICTORY (1957, Nicholas Ray) [Amarga victoria]

BITTER VICTORY (1957, Nicholas Ray) [Amarga victoria]

Resulta sorprendente comprobar la coincidencia durante la segunda mitad de la década de los cincuenta, de una serie de títulos que apostaban en sus planteamientos no solo por el cuestionamiento del estamento militar, sino incluso proponían el análisis de la débil frontera que existe entre la heroicidad y la cobardía, el crimen y el sometimiento a las normas que emanan de la disciplina militar. De ellas, probablemente la más valorada –aunque a mi juicio resulte dentro de su interés como la más enfática y retórica- sea PATHS OF GLORY (Senderos de gloria, 1957. Stanley Kubrick), la más infravalorada sea THEY CAME TO CORDURA (1959. Robert Rossen) y, junto a ellas, quizá cupiese situar en su justo lugar dos abstracciones que considero se erigen como propuestas al margen de las convenciones del género en que se inscriben, y que con facilidad pueden situarse entre las cimas del mismo. Se trata de MEN OF WAR (La colina de los diablos de acero, 1957. Anthony Mann), y una de las grandes obras de Nicholas Ray; BITTER VICTORY (1957).

Primera de las obras que forjaron su accidentado periplo europeo, BITTER… parte de una propuesta del productor Paul Graetz que muy pronto interesó al realizador, hasta el punto de plasmar en sus secuencias buena parte de sus inquietudes sobre el propio hecho bélico, así como las contradicciones y flaquezas del ser humano, dentro de un contexto donde la lucidez y ética del individuo resulta tan frágil. Dentro de dichos parámetros, Ray forjó una auténtica sinfonía en la que apenas importa lo que de acción pueda expresar su propuesta argumental, dejando paso a la odisea de unos seres enfrentados en sus debilidades, en los que la presencia de un elemento de enfrentamiento y el temor oculto a enfrentarse con la muerte, provocará una catarsis que se resolverá con la muerte física de uno de ellos, y el derrumbamiento moral del que ha sido hasta entonces su oponente.

Nos situamos en el Trípoli de la II Guerra Mundial. Un comando británico es designado para robar unos documentos que podrían resultar esenciales para el futuro de la contienda en territorio árabe, encabezando este el mayor Brad (Curd Jurgens), a quien acompaña el sensible y siempre introvertido capitán Leith (maravilloso Richard Burton). Brad manifestará una cierta inquina a su subordinado al presentarle a su esposa –Jane (Ruth Roman)- e intuir con facilidad que esta mantuvo una relación sentimental con su compañero de expedición. A esta fricción latente se unirá la disparidad de las convicciones de ambos en torno al heroísmo, la valentía o la cobardía. Para el superior, la misión supone una forma de ascender, pero muy pronto en su personalidad de manifestará esa debilidad interior que le impedirá acuchillar a un soldado alemán, acción que tendrá que acometer con eficacia su inmediato inferior. Por tanto, Leith conoce la vulnerabilidad de su supuesto espíritu militar, lo que unido a seguir resultando un rival ante la evocación de su esposa, llevará a este a plantearse interiormente la idea de eliminarlo. En realidad, el gran conflicto dramático de BITTER VICTORY se centra en ese enfrentamiento psicológico expresado entre dos personalidades totalmente opuestas. Una de ellas –la del mayor- se centra en permanecer fiel a lo que de su persona marca el ordenamiento militar –esos muñecos sin alma que con tanta pertinencia se han mostrado en ese sorprendente plano que sirve de fondo a los títulos de crédito-, mientras que frente a él se muestra un hombre culto, lúdico y también -él mismo lo reconocerá-, preso de sus reflexiones, contradicciones y debilidades interiores. Algo que no tendrá miedo alguno de expresar a lo largo de todo el transcurso de la misión, manteniéndose como el auténtico motor de la dramaturgia del film. En realidad, el gran mensaje que se esconde bajo los nocturnos casi lunares y las terrosas secuencias magníficamente filmadas en CinemaScope, es la imposibilidad que un contexto tan rígido, castrante y frío, manifiesta a un alienado como el mayor Brad, para poder ser él mismo. Es algo que al contemplar la libertad que demuestra sobre sí mismo su subordinado, le introducirá un irremediable deseo de aniquilarlo. Podríamos encontrar, a este respecto, relación con los personajes de Claggart y Budd en la novela de Herman Melville Billy Budd, que tan brillantemente llevó a la pantalla Peter Ustinov en el film del mismo título –BILLY BUDD (La fragata infernal, 1962)-. Autenticidad –aunque ello conlleve el reconocimiento de la debilidad inherente al ser humano- contra convención y alienación, que convertirá a Leith en un ser tan apasionante como molesto para su superior, quien sabe por un lado que este conoce sus debilidades, y al mismo tiempo él propio subordinado asume las suyas propias con desarmante naturalidad.

A partir de dichas premisas, la propuesta temática que nos ofrece BITTER VICTORY es por momentos fascinante. Pero si hay algo que merezca destacar en las intenciones de Ray, estriba en lograr incardinar su vertiente discursiva –utilizado este término en su acepción más positiva-, dentro de un relato en el que –como antes señalaba- apenas importa la acción. Por el contrario, sus imágenes nocturnas o dominadas por las enormes dunas del desierto, serán el fondo físico donde se planteará esta inquina personal que el mayor Brad mantendrá con su lúdico subordinado que llevará a la muerte de Leith precisamente cuando, herido por la picadura de un escorpión, se dispone a salvar a Brad de una tormenta de arena, en una postrera manifestación de las siempre señaladas contradicciones de su personalidad. Esos planos en pantalla ancha perfectamente resaltados por la planificación de Ray, unidos a la presencia de un extraño blanco y negro –estupenda labor de Michel Kelber-, configuran un relato de escasa acción donde no importan los resultados, sino los pensamientos y reflexiones de sus personajes, y en donde además se contemplan algunos de los mejores momentos jamás filmado por su director. En este sentido cabría destacar el juego de tensiones que se establece en el reencuentro de Leith con Jane delante de su marido. Las miradas, planificación y ubicación de los actores dentro del encuadre, revelan la incómoda sensación que viven los tres protagonistas.

Ya en plena misión, podremos destacar la dramaturgia casi dantesca que ofrecen esos lugares ruinosos que visitan, los nocturnos lunares por los que discurren erráticos los soldados del comando, revelando con claridad la absoluta inutilidad de cuanto están realizando. En ese contexto las invectivas de Leith a su superior son constantes, sometiendo este último a su subordinado una serie de misiones destinadas a destruirlo o, en último término, intentar convertirlo en un cobarde. Para ello lo dejará junto a tres heridos, a uno de los cuales rematará al ver que está sufriendo un calvario sin solución posible, mientras que en un alarde de valentía intentará salvar a un soldado escocés herido de gravedad, llevándolo en sus espaldas y avanzando por el desierto portando su cuerpo. Este episodio concreto, merced fundamentalmente a la fuerza que Ray confía en la interpretación brindada por Burton y al tema dedicado a su personaje dentro de la composición musical de Maurice Leroux, se erige no solo como el momento más conmovedor del film, sino probablemente uno de los episodios más memorables de la filmografía del realizador americano. No es, lógicamente, el único fragmento en el que la inspiración, la magnífica planificación en pantalla ancha, o la perfecta utilización de las miradas de los actores, contribuyen a hacer de este probablemente el último gran título de su filmografía. Desde la pertinencia con la que son descritas las intenciones de los personajes en la primera secuencia –los mandos buscan a los responsables de la misión-, la forma con la que Brad, Leith y la mujer del primero entran en colisión –no hace falta apenas diálogos para que advirtamos la lejana relación que unió a Jane con el joven mando en el pasado, al tiempo que notamos los recelos que esta circunstancia provoca en su marido-, todo confluye en un relato descrito a base de emociones y pensamientos contenidos, de expresiones que sus personajes en ocasiones describen sin pronunciar palabra alguna, o de dudas y reflexiones –expresados de manera muy especial en el personaje encarnado por Burton-. Una película en la que lo discursivo deja paso a una desesperada visión de la existencia y basada en la autenticidad de su propia vivencia, y en la que una cierta sensación de continuidad en ese espíritu libre y autocrítico expresado por Leith, se sembrará finalmente en el hasta entonces rígido, hipócrita y reprimido mayor Brad. Bajo su aparente reconocimiento como héroe de guerra, se esconde un hombre atormentado y vulnerable como el que poco antes ha muerto salvándole insospechadamente la vida en una tempestuosa tormenta. Por ello en ese mayor el sentimiento de heroicidad impostada será ya algo que no forme parte de su personalidad; la condecoración que recibe ante las miradas reprobatorias de los que han sido sus compañeros, será depositada en uno de esos maniquíes que servían como entrenamiento y que hemos visto al inicio del film. Un rasgo de humanidad y, por consiguiente, de reflexión interior, ha llegado a su corazón, mientras prende la medalla en el corazón fingido de uno de dichos muñecos sin alma. Un final maravilloso para una película sincera, honesta, arriesgada, personal y llena de sentimiento.

Calificación: 4

3 comentarios

josé -

Hola de nuevo, Juan Carlos. Soy un asiduo visitante de tu blog. Ampliando mi felicitación por tu libro me gustaría pedirte recomendaciones sobre algunos títulos de cine clásico que puedes conocer. Me encantaría que te dirigieras a mi a través del email que adjunto.
Por cierto, nuestro comúnmente admirado Miguel Marías considera Amarga victoria, junto a Party Girl, la mejor película de Nicholas Ray. Me lo comentó así una tarde de hace años en la filmoteca de Madrid.
Gracias.

Victor Arribas -

Tengo que llamarte con urgencia. A ver si puedo hoy. Felicidades por el blog, una vez más

josé -

Mi felicitación más sincera por su libro Proyecciones desde el olvido. Siento predilección por el fascinante placer del descubrimiento. Una recomendación: L'Equipage, de Litvak. Me recordó a Sólo los ángeles tienen alas,y a Ophüls, y a Borzage.