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CINEMA DE PERRA GORDA

MAGNIFICENT DOLL (1946, Frank Borzage) La primera dama

MAGNIFICENT DOLL (1946, Frank Borzage) La primera dama

Escasamente considerada entre los seguidores del gran realizador Frank Borzague, LA PRIMERA DAMA (Magnificent Doll, 1946) supone bajo mi punto de vista un título que si bien se sitúa bien lejos de sus grandes films –especialmente los del periodo mudo-, creo que resulta finalmente atractivo. Mucho más que lo que podría presagiar su embarullado y folletinesco guión, que en manos menos diestras, plásticas y fluidas que las de Borzage hubiera desembocado finalmente en un producto sin interés alguno.

Creo que no es este el caso por más que el conjunto resulte notablemente irregular –comenzando por la situación inicial que sirve para la introducción del personaje protagonista, Dolly Payne (Ginger Rogers), que inexplicablemente no volverá a ser retomada al final del film (lo cual deja una extraña sensación de inacabado)-. Su voz en off irá puntuando en un largo flash-back que recorre diferente periodos, el devenir de su personaje hasta concluir conviertiéndose en la esposa del presidente de Estados Unidos, James Madison (Burguess Meredith). Con notable fluidez –a lo que contribuye un notable uso de la elipsis que obvia algunos de los acontecimientos históricos teóricamente más interesantes, deteniéndose por el contrario en la “letra pequeña” de la influencia de este personaje y su propia evolución ideológica-, el recorrido de MAGNIFICENT DOLL recrea en sus primeros veinte minutos el compromiso de Dolly adquirido por su padre para que esta se case con John Todd (Stephen McNally). Serán estos sin duda los mejores minutos de la película, caracterizados por una notable fuerza y una excelente ambientación –la película fue una desacostumbradamente costosa producción de la Republic en la que intervino la propia protagonista, Ginger Rogers-. De especial brillantez es el uso de grandes grúas y las panorámicas en plano general que se observan con la misma describiendo los estragos de la epidemia que finalmente se cobrará la vida de Todd y el pequeño hijo de ambos –un instante memorable es el encuentro de Dolly ante el cadáver de su marido, ante el que tardíamente le dice por vez primera que lo ama-.

A partir de ese momento la película abarca la anuencia de personajes históricos como Thomas Jefferson, el propio Madison –al parecer con unas enormes licencias históricas en el guión de Irving Stone-, insertando fundamentalmente la duda en Dolly si rendirse ante el apasionado amor que le ofrece el reaccionario Aaron Burr (David Nivel) o el que le brinda el más apocado Madison, que sin embargo conserva en su interior una personalidad e ideales más acordes a los que siente la muchacha. Es en la descripción de la tempestuosa relación entre Burr y la protagonista donde Borzage identifica la misma con la presencia del fuego, que se manifiesta en diversos momentos de la película hasta llegar a su expresión final cuando la ya esposa de Madison quema la carta que Aaron le ha enviado en la cárcel implorando su presencia.

Es indudable que LA PRIMERA DAMA adolece de irregularidades, que su diseño de producción es en ocasiones ostentoso y vacuo –algunos de los vestidos que utiliza la Rogers son ridículos-, que su secuencia final resulta incluso zarzuelera –el discurso que Ginger Rogers pronuncia ante la multitud que pretende linchar a Burr requería otra actriz de mayor entidad dramática-. Sin embargo, no es menos cierto que el discurrir de la película es notable, que la propia aplicación de las elipsis motiva instantes brillantes –como aquella que muestra el primer plano de David Niven cuando le abandonan sus seguidores al conocer sus planes secesionistas y funde con otro del mismo actor siendo acariciado el cuello con una navaja de afeitar; se encuentra encarcelado-. Al mismo tiempo, esa dualidad en la pasión amorosa de Dolly queda patente en momentos tan espléndidos como aquel en que esta llega con Aaron a su casa en plena oscuridad –atención a la excelente fotografía de Joseph Valentine que siempre potencia la profundidad de campo-, ambos se abrazan y al fondo se ofrece una vez más el fragor del fuego de la chimenea, del que emerge escondida y triste la figura de Madison. Son bastantes los instantes de buen cine que ofrece una película con las servidumbres que se quiera, en la que no faltan incluso momentos de gran sentido del humor –esa mansión de Jefferson que está inundada por haberse diseñado en la ubicación de un pantano-, y en la que se nota la mano de Frank Borzage. Y no se trata únicamente de hablar de una demostración de la política de los “autores”, sino de la traslación práctica de buen cine cara al espectador.

Calificación: 2’5

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